(RV/InfoCatólica) El Pontífice ha subrayado que tras atravesar el siglo pasado la humanidad se ha vuelto particularmente sensible al misterio del Sábado Santo. “Esconder a Dios forma parte de la espiritualidad del hombre contemporáneo, de forma existencial, casi inconsciente, como un vacío en el corazón que ha ido agrandándose cada vez más”.
"El Sábado Santo es el día que Dios se esconde, como se lee en una antigua homilía: ¿Qué ha sucedido? Hoy sobre la tierra sólo hay un gran silencio, silencio y soledad. Gran silencio porque el Rey duerme... Dios ha muerto en la carne y ha descendido al reino de los infiernos. En el Credo, nosotros profesamos que Jesucristo fue crucificado bajo Poncio Pilatos, murió y fue sepultado, descendió a los infiernos, y al tercer día resucitó de la muerte”.
A pesar de esta oscuridad y este gran silencio, el Santo Padre ha señalado un aspecto opuesto, totalmente positivo, fuente de consolación y esperanza. De hecho el Papa ha manifestado que la Sabana Santa se comporta como un documento fotográfico, con un positivo y un negativo, que hace “el misterio más oscuro de la fe y al mismo tiempo la señal más luminosa de una esperanza que no tiene límites.
“El Sábado Santo es la tierra de nadie entre la muerte y la resurrección, pero en esta tierra de nadie, ha entrado Uno, el único, que la ha atravesado con las señales de su Pasión por el hombre: Passio Christi. Passio hominis. Y la Sábana Santa nos habla exactamente de aquel momento, testimonia precisamente ese intervalo único e irrepetible de la historia de la humanidad y del universo, en el que Dios ha compartido nuestro morir y nuestra permanencia en la muerte. La solidaridad más radical”.
Reafirmando que en ese tiempo más allá del tiempo Jesús descendió a los infiernos, Benedicto XVI ha explicado que “Dios, hecho hombre, ha llegado al extremo de entrar en la soledad extrema y absoluta del hombre, donde no alcanza ningún rayo de amor, donde reina el abandono total sin palabra alguna de afecto: el infierno".
El Papa explició que "todos hemos experimentado alguna vez una sensación espantosa de abandono, y lo que más miedo da de la muerte es precisamente esto. Como los niños tenemos miedo de estar solos y la sola presencia de alguien que nos ame nos conforta. Es esto lo que ocurrió el Sábado Santo: en el reino de la muerte resonó la voz de Dios. Y sucedió lo impensable: el Amor penetró en los infiernos: también en la oscuridad extrema de la soledad humana más absoluta podemos escuchar una voz que nos llama y encontrar una mano que nos conduce fuera”.