Entrevista al obispo electo de Córdoba

Monseñor Demetrio Fernández: «Es hora de superar dialécticas añejas de disenso y de crítica eclesial»

Tras más de cinco años en tierras aragonesas, en la diócesis de Tarazona, Benedicto XVI le acaba de nombrar obispo de Córdoba. Monseñor Demetrio Fernández aborda en una entrevista concedida a InfoCatólica la situación de la Iglesia Católica en España y en el mundo. El prelado recuerda que es deber de los obispos velar por la santa doctrina -«nos va en ello la salvación eterna»- y asegura que es hora de vivir de manera visible y sin fisuras la comunión con el Papa. Don Demetrio destaca la presencia de un buen grupo de obispos en los debates que se plantean en la sociedad y aboga porque los seglares católicos que se dedican a la política, lleven la luz y la sal del Evangelio allá donde se elaboran las leyes.

(Luis F. Pérez/InfoCatólica) Monseñor Demetrio Fernández responde a las preguntas de InfoCatólica tras el anuncio público de su nombramiento por el Papa Benedicto XVI como obispo de la diócesis de Córdoba:

– De Toledo a Tarazona y ahora a Córdoba. ¿Cuesta dejar atrás a gentes con las que se ha compartido, en el día a día, proyectos, ilusiones y servicio al Señor y su Iglesia?

Sí, cuesta. Uno no es de corcho, sino de carne. La vida no se recorre a solas, y hay momentos y personas inolvidables. Pero es más importante Aquel que me llama, y ése llena mi corazón.

– ¿Qué personas, incluidos santos y beatos, han influido más en su vida espiritual?

Además de mis padres y mi entorno familiar, ha influido decisivamente el cura de mi pueblo. Yo quería ser como él. Luego, en el Seminario he tenido el influjo benéfico y la ayuda inestimable de un sacerdote santo, el siervo de Dios José Rivera y del cardenal Marcelo González, a quien he admirado como a un gigante de la Iglesia. Entre los santos, Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz y san Juan de Avila.

– ¿Cree que hay mucha diferencia entre pastorear 80.000 almas a hacerlo con 800.000 mil?

Supongo que sí, aunque todavía no lo he experimentado. Una diócesis pequeña tiene sus encantos. Una diócesis grande tiene más trabajo y más posibilidades. En cualquier caso, uno se entrega del todo en una pequeña y en una grande, y es Dios el que actúa.

– ¿Qué le ha aportado la diócesis de Tarazona y las gentes de Aragón a su experiencia vital como cristiano y como obispo?

Tarazona me ha dado la conciencia de ser obispo de la Iglesia universal, es decir, responsable con el Papa y los demás obispos de la Iglesia del Señor. Las gentes de Aragón, sobre todo en esta diócesis sencilla y humilde, me han mostrado la reciedumbre de una fe a prueba de vendaval laicista.

– Llega a una Córdoba donde la religiosidad popular juega un papel fundamental en la vida del pueblo de Dios, ¿cómo puede la misma ser un instrumento eficaz en la santificación de los fieles?

La religiosidad popular, canalizada sobre todo en las Cofradías y Hermandades, es un rico caudal para la vivencia y la transmisión de la fe. La religiosidad popular es como el alma de un pueblo, es como el agua que, por mucho que la tapones, aparece por donde menos lo piensas. Ese caudal hay que canalizarlo con una formación cada vez más honda de las personas. Me consta que en Córdoba eso se está haciendo muy bien.

– El seminario es siempre una gran prioridad para todo obispo, ¿qué sabe del seminario de Córdoba?

Es un gran don de Dios para la diócesis de Córdoba contar con un Seminario bien orientado y bien nutrido. Lo cuidaré como la pupila de los ojos del obispo. En el Seminario está depositada la esperanza de una diócesis.

– San Ignacio de Antioquia alababa a los efesios porque "vuestro honorable presbiterio, que es digno de Dios, está a tono con el obispo, como si fueran las cuerdas de una lira". ¿Hasta qué punto es fundamental que los sacerdotes de una diócesis vivan en una comunión real, que vaya más allá de declaraciones retóricas, con su obispo?

La comunión en la Iglesia va más allá del consenso y del equilibrio de fuerzas. Es la unión vital con Jesucristo, que nos injerta en el misterio de la Trinidad, y que se expresa en la relación comunitaria de Iglesia. Sin esta comunión con su obispo, un presbítero es como un hueso dislocado, que sólo produce dolor. El gozo de la comunión eclesial es la fuerza invencible para la evangelización. Es hora de superar dialécticas añejas de disenso y de crítica eclesial, y de vivir de manera visible y sin fisuras la comunión con el Papa, con su magisterio, con la disciplina de la Iglesia. Y la comunión con el obispo propio.

– ¿Cuál es el papel hoy de la vida consagrada en la Iglesia?

La vida consagrada es una riqueza inmensa para la Iglesia y es un reclamo constante a la santidad a la que todos estamos llamados. Los carismas, viejos o nuevos, o se viven con fervor o se enquistan. La vida consagrada necesita una profunda reforma. Hay signos muy esperanzadores de ello.

– ¿Qué mecanismos cree usted que deben articularse para que los nuevos movimientos eclesiales, nacidos o desarrollados a la luz del Concilio Vaticano II, puedan revitalizar la vida parroquial y diocesana?

La exhortación Christifideles laici, n. 30 señala los criterios de eclesialidad de los movimientos apostólicos. Si un movimiento es eclesial encaja en todas partes, también en la parroquia. Cuando un movimiento pierde su eclesialidad, se convierte en una secta.

– ¿Qué tarea pastoral cree que debe de asumir un obispo en relación con quienes, desde dentro de la Iglesia, se pronuncian públicamente en contra de sus doctrinas y de su moral? ¿Tienen los pastores la capacidad de hacer algo más para revertir la situación de secularización interna que afecta a la Iglesia en España y en buena parte de Occidente?

La opinión pública en la Iglesia se ha convertido para algunos en plataforma de disenso contra el Magisterio. Los obispos hemos de velar por la sana doctrina, porque nos va en ello la salvación eterna, la nuestra y la de los fieles encomendados. Y debemos proponer, denunciar y si llega el caso corregir. Creo que los obispos podríamos hacer más en este campo tan importante.

– Los obispos juegan un papel muy importante en las relaciones de la Iglesia con el mundo de la política, los medios de comunicación, la cultura y, en definitiva, con el resto de la sociedad. ¿Cuál cree usted que es el estado de dicha relación en la España de hoy?

En la España de hoy hay un grupo notable de obispos que se hacen muy presentes en la sociedad española, con su palabra y con su testimonio de vida. A veces molesta esta presencia, pero los fieles agradecen a sus pastores que les orienten en el camino de la vida. Y los pastores hemos de cumplir esta sagrada misión en un contexto de libertad religiosa, donde además una inmensa mayoría de ciudadanos se declaran católicos y tienen derecho a la palabra de sus obispos.

– En la defensa de la cultura de la vida y la institución familiar, la Iglesia choca contra una realidad que se traduce en más de cien mil abortos al año, miles de rupturas matrimoniales y con una política legislativa que favorece la cultura de la muerte. ¿Qué más podemos hacer en esa batalla?

La Iglesia no se cansa de proponer el evangelio de la vida y del matrimonio según el plan de Dios, porque considera que este es el futuro de la humanidad. El Papa y los obispos han hablado abundantemente de estos temas. Urge que haya cada vez más fieles laicos que empapen las realidades de este mundo del espíritu evangélico. Y los seglares católicos que trabajan en la política han de llevar la luz y la sal del Evangelio adonde se elaboran las leyes.

– ¿Es posible encontrar el equilibrio entre la claridad de la predicación evangélica, con todo lo que ello implica, y la relación con determinada clase política que acusa a la Iglesia de ingerencia en sus asuntos?

La Iglesia y el Estado desde instancias distintas, en mutuo respeto y sana colaboración, han de contribuir a que el hombre encuentre y viva la verdad. Donde abunda el relativismo, se hace más difícil la propuesta de la verdad evangélica, porque esta propuesta se considera un fundamentalismo o una ingerencia indebida. No hay fundamentalismo allí donde se razona, ni hay ingerencia indebida cuando un obispo cumple la misión encomendada de predicar el Evangelio con todas sus consecuencias. Hay todo un camino de aprendizaje, que ha de hacerse en el respeto al ámbito de cada uno.

– ¿Qué se ha hecho mal para que una gran mayoría de católicos bautizados se haya alejado de la práctica religiosa? ¿Qué se puede hacer para que muchos de ellos redescubran la belleza de la fe y de una vida en comunión con el Señor?

Hay muchos cristianos que han perdido el amor primero y viven su fe a medias. Eso no llena ni genera vida alrededor. Pero hay también muchos jóvenes que, cuando descubren a Jesucristo, les cambia la vida. A día de hoy no hay ningún grupo, ni ideología ni movimiento social que suscite tantas adhesiones entre los jóvenes como el Evangelio de Jesucristo. Ese es el camino.

– La crisis económica está llevando a muchas personas a situaciones desesperadas. Además de la asistencia social, ¿qué puede ofrecer la Iglesia para ayudar a solucionar una crisis de la que el Papa ha dicho en repetidas ocasiones que tiene raíces morales?

No está en manos de la Iglesia resolver esta crisis económica de alcance mundial. El Papa en la encíclica Caritas in veritate da algunas pautas y señala que no puede haber auténtico desarrollo sin Dios. La Iglesia quiere dar su aportación en esta dirección. Ser para el mundo un suplemento de alma. Pero al que pasa hambre hoy, la Iglesia le da de comer hoy, porque le importa cada persona en su situación concreta.

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