Jesús Beades: «Con Tolkien descubrí una pasión aventurera»

«El Señor me ha llamado por caminos diversos»

Jesús Beades: «Con Tolkien descubrí una pasión aventurera»

En esta entrevista, realizada por Yolanda Obregón, Jesús Beades, poeta católico, músico, autor y showman, nos habla de la experiencia de la paternidad, la revista Númenor, la relación de los premios con la soberbia, y la influencia de Tolkien, Chesterton, Lewis y Miguel d’Ors en su poesía.

(Yolanda Obregón/InfoCatólica) Jesús Beades es un escritor nacido en Sevilla en 1978, que también ejerce como músico de rock y maestro. Ha ganado varios premios de poesía, como el Gerardo Diego o los accésits del premio Adonáis y del Jaime Gil de Biedma. Su último libro de poemas se titula "Orden de alejamiento” (Visor, 2021) y acaba de publicar una antología de sus artículos literarios en un  volumen titulado "Leer no sirve para nada" (Ediciones Monóculo).

Usted es un hombre sorprendentemente polifacético: maestro, músico compositor y multi-instrumentista, actor y showman. Y poeta. Ser católico impregna su poesía, aun la no estrictamente religiosa. ¿Ocurre lo mismo en las otras facetas de su vida artística que he mencionado?

 La Fe, lejos de ser un compartimento estanco en nuestra vida, impregna todo y es una forma de ver el mundo. Las actividades a las que me dedico se deben a una manera de ser, que Dios ha querido por misteriosos motivos. Yo acepto el hecho de ser multidisciplinar, por así decir, más que como resignación, con un encogimiento de hombros activo. El Señor me ha llamado por caminos diversos.

Usted ha estado siempre en bandas de rock, folk, pop, en un grupo tributo de los Beatles; con The flying Inn ha cantado a poetas como Yeats, Kipling, Poe, y toca folk-rock, música irlandesa, grunge; con los Pagafantas, versiones. Ha hecho espectáculos cómicos, y cultiva la fotografía. No cabe duda de que es usted hijo de una generación con un sentido festivo de la vida, atrevida y sin prejuicios a la hora de mezclar artes, temas y actividades. Y al mismo tiempo es usted algo tan serio como maestro. ¿Cómo es la vida cotidiana de un poeta que, además, es y hace todas estas cosas?

La vida cotidiana es igual de aburrida, cansada y rutinaria como la de cualquiera. Uno experimenta la pereza, la abulia, el relativo desánimo y fatiga de los días como cualquier hijo de vecino. Solamente sucede que uno hace las cosas que le gustan y hace mejor. En mi caso, escribir, tocar la guitarra y otros instrumentos, hablar mucho. Fotos ya no hago, salvo con el móvil. Y comedia hace tiempo que no tengo ocasión de hacer en directo, desde que cerraron el local donde ofrecía alguna actuación cada año. Grabé, eso sí, un disco con canciones cómicas, que sigue en Spotify. Y dirigí un programa de radio que incluía comedia.

Hace un momento hablaba de su generación, usted  procede del grupo Númenor, es decir, de esos jóvenes católicos de la revista Númenor, lo que algunos llamaron nueva poesía católica. ¿Le parece correcta esa etiqueta?, ¿hay un “hecho generacional” para un grupo de poetas nacidos durante la Transición, formados en un ambiente católico, y que escriben poesía de inspiración católica?

Las etiquetas las han puesto otros. Es cierto que es algo singular que un grupo de poetas surja de una escuela católica de primaria y secundaria. Pero cada uno de nosotros es de su padre y de su madre. Hemos podido leer, eso sí, a autores de gran importancia en la intelectualidad cristiana europea, como Chesterton, y eso marca una forma de ver el mundo. Y de amarlo.

En uno de sus poemas, “El túnel”, incluido en la antología, adopta el ritmo del dodecasílabo que, por su compás deliberadamente insistente, parece estar contando nuestros minutos, horas, días de vida. Al hablar de los hijos, dice algo que reconocemos todos los que hemos tenido hijos: que “sus cuerpos son bellos relojes de arena”. ¿La experiencia de la paternidad cambia la percepción del tiempo, se percibe más como ese túnel que conduce a Dios?

Definitivamente, la experiencia de la paternidad ha renovado para mí las grandes verdades de la existencia: la conciencia de nuestra mortalidad, de nuestra indigencia, y también de lo valioso de nuestra carne mortal. Se vuelve uno hacia Dios, acogiéndose a sagrado, ante un amor tan grande como el que se tiene a un hijo. Ahí se dan la vuelta todas las cosas de la vida, y se recolocan.

Orden de alejamiento, su última obra, diferente, tanto por el tema como por la forma y el tono posmoderno. Sin embargo, sigue siendo una obra de sentido profundamente católico. ¿Cómo ha llegado a esta conjunción?

La experiencia del desamor, y del amor corrompido, es universal. Y católico significa universal. En ese sentido, para el creyente nada humano le es ajeno. La carne confusa, ciega, empecatada, sierva, es la necesitada de salvación. «No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos» (Lucas, 5:31-32).

En un poema suyo, ya lejano, “Non nobis”, que también me he permitido incluir en la antología 400 poemas para explicar la fe, el poeta se recomienda a sí mismo meditar un segundo “que el Premio que tú esperas tampoco es de este mundo”. Desde entonces ha recibido bastantes premios más pero ¿no se cede un poquito al orgullo con su brillante trayectoria?

Desde luego, los premios no importan nada salvo cuando nos los dan a nosotros. No hacen mejor o peor una obra pero la hacen más visible, más pública. Aparte del dinerito, que está muy bien. Se puede ser vanidoso con poco o con mucho. Todos estamos aquejados de vanidad, solo que algunos lo aceptamos e integramos como parte de nuestra personalidad, desactivando en parte –al convertirlo en un gag– su aguijón mortal, el que inocula soberbia. Yo hago mucha bromas sobre mi egosistema. El soberbio auténtico, el pata negra, no las hace.

¿Qué está leyendo ahora?

Lo que tenga que reseñar cada semana. Esta semana ha sido «Una sabiduría salvaje. Nietzsche y la religión de la abundancia», que es un ensayo de Alejandro Martín Navarro muy interesante, que ha ganado el Premio Manuel Alvar de Estudios Humanísticos.

Le he leído en algún lugar que sus influencias son Tolkien, C.S.Lewis y G.K. Chesterton, que no son principalmente poetas, ni escriben en español;  y junto a esos tres nombres, el de un gran poeta español, de una generación anterior a la suya: Miguel d’Ors. ¿Está d’Ors en el origen de su poética?, ¿qué otros poetas le han influido? ¿De qué modo el mundo de Tolkien, el de Lewis o Chesterton influyen en un poeta?

Con Tolkien descubrí una pasión aventurera en cuyo corazón late una tristeza por la belleza que muere. Con Lewis descubrí los entresijos de la psicología humana en relación con la Fe. Chesterton fue y es una fiesta para la inteligencia poética. Conforman los tres una región amplia de mi sentimentalidad y mi intelecto, y eso está en la base de toda creación propia, en prosa o verso.

Por otro lado, Miguel d’Ors me enseñó, como a tantos, que la poesía es algo actual, no una antigualla. Y que los aspectos técnicos son muy importantes. Otros poetas que me gustan: Garcilaso, Lope de Vega, Bécquer, Miguel Hernández, Dámaso Alonso, Luis Cernuda, Claudio Rodríguez, Julio Martínez Mesanza, Eloy Sánchez Rosillo

Finalmente, en el panorama literario actual y, en concreto, en la poesía, ¿a quién admira y qué autores católicos son sus preferidos?

En España hay muy buenos poetas, solo hay que pararse a distinguir el trigo de la cizaña, el oro de lo que simplemente reluce. Admiro a Luis Alberto de Cuenca, José Julio Cabanillas, Rafael Adolfo Téllez, a Amalia Bautista, a Olga Bernad, a Jaime y Enrique García-Máiquez, a Rocío Arana. A Diego Vaya, Carlos Vaquerizo, Alejandro Bellido y a José María Jurado. Y a muchos más, a los que pido disculpas por no citarlos aquí. De los citados, muchos son católicos, otros no. No creo que importe el dato, pues el Espíritu sopla donde quiere y la Belleza habita en todas partes.

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