(Aica) La Eucaristía fue concelebrada por los obispos auxiliares, monseñor Pedro Javier Torres y monseñor Ricardo Seirutti, los vicarios y sacerdotes de las distintas zonas pastorales, bajo protocolo vigente por el COE. Asimismo, participaron el intendente de Córdoba, Martín Llaryora; el viceintendente Daniel Passerini y la subsecretaria de Culto comunal, Mara Pedicino.
Tras la celebración eucarística, la imagen de la Virgen del Rosario del Milagro recorrió los barrios de la ciudad a bordo de una camioneta y fue saludada a su paso con pañuelos por pequeños grupos de fieles.
En la homilía, monseñor Ñáñez destacó las características especiales que la fiesta mariana tiene este año como consecuencia de la pandemia del coronavirus y del distanciamiento social consecuente.
«La pandemia y sus consecuencias ha agudizado en muchos el ingenio para imaginar nuevas formas de cercanía y de contacto, que ciertamente no reemplazan lo presencial, pero que dan pistas para que cuando haya pasado este flagelo nos animemos a recorrer caminos nuevos y complementarios de los presenciales, experimentando así nuevos modos de encuentro», destacó.
El prelado comparó esos gestos con los de María Santísima que se quedó tres meses con Isabel para ayudarla en las tareas de sus maternidad, y no sólo «para cumplir».
«Acercarse, visitar, estar para acompañar, para escuchar, para consolar, para ayudar a sanar las heridas de este tiempo tan difícil. En definitiva, para hacer realidad las actitudes y obras del buen samaritano que se conmovió, se compadeció, se acercó y socorrió al herido, haciéndose cargo de cuidarlo, e involucrando a otros en ese cuidado y curación», sostuvo.
Monseñor Ñáñez valoró que durante la pandemia en la Iglesia local haya procurado «trabajar juntos, sinodalmente, en el seno de la comunidad, y solidariamente con otros integrantes de la sociedad, de diferentes tradiciones religiosas y con personas de buena voluntad y sensible generosidad».
«Todo un signo para nuestra Patria, atravesada muchas veces por desencuentros y enfrentamientos; en el fondo, siempre estériles. Se trata de algo que deberemos afianzar y profundizar para el bien de todos», pidió.
Al hacer un llamado a la santidad en lo cotidiano, el arzobispo cordobés puso los ejemplos del Santo Cura Brochero «en medio desencuentros dolorosos, después de una tremenda epidemia de colera y en una región de nuestra provincia olvidada y excluida»; y de la Madre Tránsito Cabanillas y la Madre Catalina de María Rodríguez, «buscando el servicio, la educación y la promoción de las mujeres pobres y excluidas».
También se refirió a la santidad de Fray Mamerto Esquiú, religioso «observante y pastor diligente, preocupado por el bien de la Patria, llamando insistentemente a proceder siempre con la verdad y observando las leyes, sobre todo la ley fundamental: la Constitución Nacional»; y de los venerables Fray José León Torres, que «apostó por la educación como fuerza liberadora y promotora de igualdad de oportunidades» y Sor Leonor de Santa María «que, desde el silencio del convento de las Catalinas, sostenía con su oración a los santos que conocemos y a ‘los de la puerta de al lado’, conocidos sólo por Dios».
«Aquí podríamos también retomar lo que señalábamos anteriormente: ‘el que pueda entender, que entienda lo que el Espíritu dice a la Iglesia’. Él, el Espíritu, nos dice: ‘sean santos, como es santo el que los llama a participar de la plenitud de su vida’. Tendamos decididamente a esa meta».
Monseñor Ñáñez pidió a María Santísima que «nos alcance la gracia de la ‘grandeza de alma’, de la magnanimidad, para animarnos a buscar esa meta que plenifica nuestra vida y que hará bien a nuestra Patria porque, como decíamos en otra oportunidad: ‘Hoy la Patria requiere algo inédito’»