(Marta Lago/Cope) En la Basílica de San Pedro, el Santo Padre, en la Santa Misa de la Solemnidad de Pentecostés, ha profundizado en una fiesta que se distingue por su importancia “porque en ella se realiza lo que Jesús había anunciado que era el objetivo de toda su misión en la tierra”; “el verdadero fuego, el Espíritu Santo, ha sido traído a la tierra por Cristo”, quien “se ha hecho mediador del ‘don de Dios’ obteniéndonoslo con el mayor acto de amor de la historia: su muerte en la cruz”.
En cambio parece que no hay dificultad para habituarse “a muchos productos contaminantes para la mente y el corazón que circulan en nuestra sociedad –por ejemplo imágenes que hace un espectáculo del placer, la violencia o el desprecio hacia el hombre o la mujer”, lamentó.
“Se dice que también que esto es libertad, sin reconocer que todo ello -denunció- contamina, intoxica el alma, sobre todo de las nuevas generaciones, y acaba por condicionar la libertad misma”.
El “viento impetuoso de Pentecostés” remite “a lo precioso que es respirar aire limpio, tanto con los pulmones –el aire físico- como con el corazón –el aire espiritual-, ¡el aire saludable del espíritu que es amor!”, exhortó.
De la analogía con el aire, Benedicto XVI pasó a la analogía con el fuego, apuntando un aspecto característico del hombre moderno que, “posesionándose de las energías del cosmos”, “hoy parece auto-afirmarse como dios y querer transformar el mundo excluyendo, dejando de lado o incluso rechazando al Creador del universo”.
La Solemnidad de Pentecostés se centra en Jesucristo, que ha traído a la tierra “el Espíritu Santo, el amor de Dios que renueva la faz de la tierra purificándola del mal y liberándola del dominio de la muerte”, recalcó el Santo Padre.
“Dios quiere seguir donando este ‘fuego’” del Espíritu Santo “a cada generación humana” –proclamó Benedicto XVI-, “y naturalmente es libre de hacerlo como y cuando quiera”; pero existe una “vía normal”: “Jesús, su Hijo Unigénito encarnado, muerto y resucitado”, que “ha constituido la Iglesia como su Cuerpo místico para que prolongue su misión en la historia”.
¿Cómo debe ser la comunidad, cada uno de nosotros para recibir el don del Espíritu Santo? El Papa respondió a este interrogante reviviendo la experiencia en el Cenáculo, donde los discípulos “perseveraban todos unidos en la oración”; “así que la unidad de los discípulos es la condición para que venga el Espíritu Santo; y presupuesto de la concordia es la oración”.
Se trata de que Pentecostés “no se reduzca a un simple rito o a una sugestiva conmemoración, sino que sea un evento actual de salvación”. Para ello el Santo Padre indica la necesaria espera del don de Dios “mediante una escucha humilde y silenciosa de Su Palabra”.
Y “para que Pentecostés se renueve en nuestro tiempo, tal vez es necesario –sin quitar nada a la libertad de Dios- que la Iglesia se ‘afane’ menos en las actividades y se dedique más a la oración”, sugirió.
El Espíritu Santo, “el más fuerte”, “donde entra expulsa el miedo –confirmó el Papa-; nos permite conocer y sentir que estamos en las manos de una Omnipotencia de amor: pase lo que pase, su amor infinito no nos abandona”.
Demostración de ello “es el testimonio de los mártires, la valentía de los confesores de la fe, el intrépido impulso de los misioneros, la franqueza delos predicadores, el ejemplo de todos los santos, algunos incluso adolescentes y niños”. Asimismo lo demuestra “la existencia misma de la Iglesia, que, a pesar de sus límites y las culpas de los hombres, sigue atravesando el océano dela historia, empujada por el soplo de Dios y animada por su fuego purificante y purificador”.
Es “la fe y la esperanza con la que repetimos hoy, por intercesión de María: ‘¡Envía tu Espíritu, Señor, para renovar la tierra!’”, concluyó. Para la liturgia de este domingo de Pentecostés se eligió la Harmoniemesse, la última “Misa” que compuso Joseph Haydn –en el bicentenario de su muerte-.
En la basílica vaticana resonó su Kyrie, Gloria, Sanctus y Agnus Dei, gracias a la interpretación de la Orquesta de cámara de Colonia y del Coro de la Catedral de la misma ciudad, bajo la batuta de Helmut Müller-Brühl. La música y el canto del resto de la celebración se encomendó a la Capilla Musical Pontifica –con una selección de canto gregoriano y de composiciones de Domenico Bartolucci- y al maestro director Giuseppe Liberto.