(Vatican news/InfoCatólica) El pontífice repasó paso a paso la fórmula penitencial a partir de la necesidad de escuchar la voz de nuestra conciencia para prepararnos al encuentro con Dios, y explicó, de este modo, el sentido de la confesión comunitaria, el del gesto de golpearse el pecho, la súplica a la Virgen María, a los ángeles y los santos. También recordó el ejemplo de penitentes que nos han precedido, y que han abierto sus corazones a la gracia de Dios.
Reconocimiento de nuestros pecados y confesión pública
El acto introductorio que cumplimos comunitariamente, dijo primeramente, en el que el sacerdote nos invita a reconocer nuestros pecados guardando un momento de silencio «favorece la actitud con la cual disponernos a celebrar dignamente los santos misterios, al reconocer ante Dios y ante nuestros hermanos nuestros pecados».
«En ese acto introductorio, el sacerdote invita a reconocer nuestros pecados guardando un momento de silencio. Cada uno entra en su interior para tomar conciencia de todo lo que no corresponde con el plan de Dios. Por eso, confesamos en primera persona del singular diciendo: «He pecado mucho de pensamiento, palabras, obras y omisión».
Francisco se detuvo en las omisiones, para subrayar que no es suficiente no hacer mal a nadie, sino que es necesario hacer el bien, y nosotros, debemos aprovechar las ocasiones que se nos presentan para dar testimonio – un buen testimonio - de que somos discípulos del Maestro. También puntualizó que confesamos que somos pecadores «tanto a Dios como a los hermanos», porque esto ayuda a comprender la dimensión del pecado que, mientras nos separa de Dios, «nos divide de nuestros hermanos, y viceversa».
Golpearse el pecho: el pecado es nuestro y no de otros
«La fórmula del acto penitencial, está acompañada con el gesto de golpearse el pecho para indicar que el pecado es propio y no de otro». Sucede a menudo, añadió el pontífice hablando en italiano, que por miedo o vergüenza señalamos con el dedo para acusar a otros. «Cuesta admitir que somos culpables, - observó - pero nos hace bien confesarlo con sinceridad».
El Papa recordó así los luminosos ejemplos de penitentes cristianos que nos ofrece la Sagrada Escritura, como el rey David, san Pedro, Zaqueo, o la mujer samaritana, quienes, volviendo en sí tras haber cometido el pecado, encontraron la valentía para quitarse la máscara y abrirse a la gracia que renueva el corazón, es decir, a la gracia de Dios: medirse con la fragilidad del barro con el que somos moldeados, - enseñó - es una experiencia que nos fortalece, porque a la vez que nos ocupamos de nuestra debilidad, abre nuestro corazón para invocar la misericordia divina que transforma y convierte.
La súplica a María, a los ángeles y a los santos
El Papa añadió que «después de esta confesión, suplicamos a la Virgen María, a los ángeles y a los santos que intercedan ante el Señor por nosotros. Nuestra Madre, los ángeles y santos, son nuestros amigos y modelos de vida, y su intercesión nos sostiene en nuestro camino hacia la plena comunión con Dios».
Por otra parte, advirtió de la necesidad de acudir al sacramento de la confesión en caso de cometer pecado mortal:
«El acto penitencial concluye con la absolución del sacerdote, en la que se pide a Dios que derrame su misericordia sobre nosotros. Esta absolución no tiene el mismo valor que la del sacramento de la penitencia, pues hay pecados graves, que llamamos mortales, que sólo pueden ser perdonados con la confesión sacramental».
A los peregrinos de lengua española de todas partes del mundo, el Obispo de Roma deseó que éste sea un tiempo de paz: «Que puedan contemplar el abrazo de amor y ternura del Señor en sus vidas», dijo, e invitó a todos a una renovación interior siguiendo el ejemplo de tantos personajes de la Sagrada Escritura, quienes, a pesar de haber ofendido a Dios, fueron capaces de pedirle perdón con humildad y sinceridad, y pudieron experimentar su misericordia que transforma y da la alegría verdadera.