(Aica) «La verdadera riqueza de nuestra pueblo es la espiritual, la que nos hace solidarios con los demás, la que nos mantiene de pie ante las pruebas y postergaciones, con una fe y una esperanza que no se quiebran ante las injusticia y las humillaciones», subrayó el cardenal ante miles de peregrinos.
«El espiritual es el verdadero tesoro de nuestro pueblo, que debemos cuidar porque de eso depende nuestra esperanza, nuestro deseo de seguir adelante a pesar de todo, a pesar de todo», agregó.
El cardenal Poli aseguró que «aunque se cierran las puertas del corazón de los hombres que debieran dar empleo digno, el santo del pan y del trabajo nos abre las puertas del santuario y nos muestra que la providencia de Dios siempre nos gana en generosidad».
El purpurado porteño fundamentó su homilía en la importancia de agradecer los dones recibidos, y en valorar el sacrificio de pobres y humildes a la hora de dar y entregarse por el otro.
Horas de espera, ofrenda a Dios
«Peregrinos que pasan delante del santito, después de horas de espera y de cola, ya esa es una ofrenda grande a los ojos de Dios, porque hay una entrega de tiempo, cansancio, fe y oración. Algunos hacen ofrendas de víveres y dinero. La generosidad de nuestro pueblo no tiene límites, todos vienen a renovar la esperanza y la confianza en el santo de la Providencia, como lo llamaba la beata Mama Antula, a quien le debemos esta devoción los argentinos», recordó.
El cardenal Poli afirmó que «los pobres y los humildes saben de estas cosas y por eso están aquí haciendo el sacrificio de horas y de colas para encontrarse con el que sabe escuchar de veras. Vaya si sabe escuchar San Cayetano».
Al finalizar la misa, el purpurado recorrió las dos filas que se hacen para entrar al santuario de Cuzco 150 y bendijo a los peregrinos como lo hacía su antecesor, el hoy papa Francisco.
Miles de fieles pasaron por el santuario de Liniers, donde la fiesta en honor del santo de la Providencia lleva por lema «San Cayetano, amigo de los trabajadores, danos paz, justicia e igualdad».
Monseñor Juan Carlos Ares, obispo auxiliar de Buenos Aires, fue quien abrió las puertas del templo a la medianoche en medio del tañido de campanas y fuegos de artificio, y luego bendijo a los peregrinos.
Delia Noris fue la primera, como hace más de 30 años, en ingresar y recorrer de rodillas el trayecto desde el pórtico del templo hasta el lugar donde está emplazada la imagen del santo. Esta vez lo hizo con un cartel con la frase: «Trabajo para todos los argentinos».