(Portaluz) Su testimonio habla del dolor, la locura y el mal, pero también del amor de Dios que todo lo alcanza, y perdona.
«Yo he experimentado la violencia. Yo conozco el odio. De niño torturado me convertí en verdugo…» Así comienza Karim la presentación de su libro autobiográfico Rédemption : Itinéraire d’un enfant cassé. Hoy, con una profunda convicción de fe, busca y acompaña a jóvenes que podrían estar en riesgo de ser abducidos por la violencia y el ciego radicalismo, como lo estuvo él.
Infancia de abandono y abusos
Nació el año 1978 y siendo apenas un niño fue abandonado por su padre, un argelino que le dejó al cuidado de su madre. Ella poco apego tenía por el chico, permitiendo que fuera agredido por su nueva pareja, un alcohólico y racista que forzaba a Karim para que cometiese delitos y trajera dinero a casa. «Me educaron en la delincuencia», recuerda al recordar que desde los 12 a los 17 años estuvo además en tres centros de detención para menores de edad.
Luego con 18 años cometió lo que califica como «la mayor estupidez de mi vida». Con dos amigos asaltó a un traficante de drogas que terminó muerto en la reyerta y luego vino una sentencia de diez años de cárcel para Karim.
«Quería cambiar –dice- pero no sabía cómo. Estaba perdido». La infancia miserable, las carencias afectivas, los traumas, el peso moral de haber participado en la muerte de un ser humano, todo se potenciaba en el encierro, llevándole a padecer estados de angustia, frustración y finalmente el sin sentido que dejaba como engañosa solución el suicidio.
A esto se sumaban unas condiciones de encierro que en nada cuidaban por reinsertar o restaurar dignidad. El abuso, la violencia institucionalizada eran la norma al interior de la cárcel. «Cuando se violan todos tus derechos, el Islam radical puede parecer lo único que te lleva a tu humanidad. Cuando te tratan como a un animal y alguien ofrece convertirte en un hombre, haces la elección en forma rápida…», reflexiona hoy Karim.
En esas condiciones mal vivía cuando un día vio a un grupo de reclusos –magrebíes como él– rezando en el patio. Se sintió conmovido. «Parecía que sufrían mucho menos que yo. Quise entrar en la religión para canalizar mi violencia, calmar el odio hacia mi familia y la sociedad». Convertirse al islam era un salvavidas para Karim, pero el líder del grupo que era un imán autoproclamado gracias a que conocía los textos sagrados y hablaba bien el árabe, tenía otras intenciones para el joven.
El encuentro accidental con un siervo de Dios
El grupo de conversos al islam crecía y su poder al interior de la cárcel inquietó a las autoridades penitenciarias. Tanto, dice Karim, que decidieron transferir a los presos a otros centros para dividirlos.
En ese tránsito conocería la verdad que animaba al supuesto imán. «Vino a mi celda con una mirada grave, que nunca le había visto. Dijo que nos iban a separar pronto y que mi deber como buen musulmán era defender el islam y matar a los infieles. Vi el mal en sus ojos. Me di cuenta enseguida que lo que me proponía era más violencia de la que yo jamás había cometido, que allí no encontraría la paz que había ido a buscar en la religión. Que eso no era el verdadero islam».
Sin embargo el agitador radical revestido de imán fue trasladado y no volverían a verse. Pero el miedo y la desesperanza provocaban estragos en el alma de Karim. Dios entonces le envió una señal que el joven supo ver.
Ocurrió que un sacerdote católico, capellán del lugar, que iba a visitar a otro preso entró en su celda por error. Se iba a retirar, pero Karim le pidió que se quedase y sin saber muy bien el por qué, vació ante ese sacerdote toda la carga de dolor y secretos que guardaba... «He cometido lo irreparable y los hombres no me han perdonado. Y no sé si Dios podrá», comenzó diciendo.
El religioso, recuerda Karim, le respondió que se equivocaba, pues Dios pone a prueba a quienes ama. «Aquel hombre, que no he vuelto a ver, me abrió una nueva dimensión espiritual y filosófica. Decidí que no sería más un animal, que sería un hombre», dice Karim.
Este simple hecho fue el detonante de su conversión. Su biografía parece un milagro. Pero también es un mapa de dónde falla el Estado y la sociedad, dónde abandonan a su suerte a esos hijos extraviados.
Karim es hoy un activista que da charlas en prisiones sobre religión y justicia, ayuda a antiguos reclusos a reinsertarse buscándoles empleo y vivienda, acude a los barrios en auxilio de jóvenes caídos en la espiral de violencia y radicalización religiosa. Es una expiación: «Sobre el papel, cumplí mi pena en prisión. En realidad, empecé a enmendar mis faltas el día de mi liberación. Sólo ahora he podido reparar el daño que he hecho a la sociedad», dice.