(ACI/InfoCatólica) A continuación, reproducimos el texto completo de la catequesis completa del Papa Francisco a los catecúmenos:
«Queridos catecúmenos, Este momento conclusivo del Año de la Fe, os encuentra aquí reunidos, con vuestros catequistas y familiares, en representación también de tantos otros hombres y mujeres que están cumpliendo, en diversas partes del mundo, vuestro mismo camino de fe. Espiritualmente estamos todos unidos en este momento.
Venís de muchos países diferentes, de tradiciones culturales y experiencias diferentes. Y sin embargo, esta tarde sentimos de tener entre nosotros tantas cosas en común. Sobretodo tenemos una: el deseo de Dios.
Este deseo es evocado por las palabras del salmista: ‘Como la cierva busca corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo: ¿cuándo vendré y veré el rostro de Dios?’ ¡Cuánto es importante mantener vivo este deseo, este anhelo de encontrar al Señor y hacer experiencia de Él, hacer experiencia de su amor, hacer experiencia de su misericordia!
Si viene a faltar la sed del Dios viviente, la fe corre el riesgo de convertirse en rutinaria, corre el riesgo de apagarse, como un fuego que no es reavivado. Corre el riesgo de volverse rancia, sin sentido.
El pasaje del Evangelio nos ha mostrado que Juan Bautista indica a Jesús, a sus discípulos, como el Cordero de Dios. Dos de ellos siguen al Maestro, y luego, a su vez, se convierten en «mediadores» que permiten a otros encontrar al Señor, conocerlo y seguirlo.
Hay tres momentos en este pasaje que llaman a la experiencia del catecumenado. En primer lugar, está la escucha. Los dos discípulos han escuchado el testimonio del Bautista.
También vosotros, queridos catecúmenos, habéis escuchado a aquellos que os han hablado de Jesús y os han propuesto seguirlo, convirtiéndoos en sus discípulos a través del Bautismo.
En el tumulto de tantas voces que resuenan alrededor de nosotros y dentro de nosotros, vosotros habéis escuchado y acogido la voz que les indicaba a Jesús como el único que puede dar pleno sentido a nuestra vida.
El segundo momento es el encuentro. Los dos discípulos encuentran al Maestro y permanecen con Él.
Después de haberlo encontrado, advierten inmediatamente algo nuevo en su corazón: la exigencia de transmitir su alegría también a los otros, para que también ellos puedan encontrarlo.
Andrés, en efecto, encuentra a su hermano Simón y lo conduce a Jesús. ¡Cuánto nos hace bien contemplar esta escena! Nos recuerda que Dios no nos ha creado para estar solos, cerrados en nosotros mismos, sino para poder encontrarlo a Él y para abrirnos al encuentro con los otros.
Dios, en primer lugar, viene hacia cada uno de nosotros. ¡Y esto es maravilloso, Él viene a nuestro encuentro! En el Biblia Dios aparece siempre como aquel que toma la iniciativa del encuentro con el hombre: es Él quien busca al hombre, y por lo general, lo busca justamente mientras el hombre hace la experiencia amarga y trágica de traicionar a Dios y huir de Él.
Dios no espera a buscarlo: ¡lo busca enseguida! ¡Es un buscador paciente nuestro Padre! Él nos precede y nos espera siempre. No se cansa de esperarnos. No se aleja de nosotros, sino que tiene la paciencia de esperar el momento oportuno para el encuentro con cada uno de nosotros.
Y cuando ocurre el encuentro, no es nunca un encuentro apresurado, porque Dios desea permanecer por mucho tiempo con nosotros para sostenernos, para consolarnos, para donarnos su alegría.
Dios se apresura para encontrarnos, pero nunca se apresura para dejarnos. Se queda con nosotros. Como nosotros lo anhelamos a Él y lo deseamos, así también Él tiene el deseo de estar con nosotros, porque nosotros le pertenecemos a Él, somos «cosa» suya, somos sus criaturas.
También Él, podemos decir, tiene sed de nosotros, de encontrarnos. Nuestro Dios es un Dios sediento por nosotros. Este es el corazón de Dios… ¡es bello sentir esto!
La última parte del pasaje es caminar. Los dos discípulos caminan hacia Jesús y luego hacen un trecho de camino junto a Él. Es una enseñanza importante para todos nosotros. La fe es un camino con Jesús…Recordad siempre esto, la fe es un camino con Jesús y es un camino que dura toda la vida. Al final estará.
Ciertamente, en algunos momentos de este camino nos sentimos cansados y confundidos. Pero la fe nos da la certeza de la presencia constante de Jesús en cada situación, también la más dolorosa o difícil de entender. Estamos llamados a caminar para entrar siempre más adentro del misterio del amor de Dios, que nos sobrepasa y nos permite vivir con serenidad y esperanza.
Queridos catecúmenos, hoy vosotros iniciáis el camino del catecumenado. Os deseo recorrerlo con alegría, seguros del sostén de toda la Iglesia, que os mira con mucha confianza. María, la discípula perfecta, os acompaña: ¡Es bello sentirla como nuestra Madre en la fe!
Os invito a custodiar el entusiasmo del primer momento que os hizo abrir los ojos a la luz de la fe; a recordar, como el discípulo amado, el día, la hora en la cual por primera vez permanecisteis con Jesús, sentisteis su mirada sobre vosotros.
No olvidéis nunca esta mirada de Jesús, sobre ti, sobre ti, sobre ti... ¡No olvidéis nunca esa mirada, es una mirada de amor! Y así estaréis siempre seguros del amor fiel del Señor. ¡Él es fiel, estad seguros! ¡Él no os traicionará jamás!».