(Carmen E. Villa/Zenit) El evento contó con la presencia de más de 400 participantes de diferentes lugares del mundo, tanto laicos como religiosos expertos e inquietos por el campo científico y teológico. Los asistentes pudieron seguir las charlas con traducción simultánea en ingles, francés, español e italiano.
Monseñor Fisichella destacó los nuevos avances de la ciencia, especialmente el descubrimiento del genoma humano, hecho al que se han referido diversos expositores durante este evento académico, y gracias al cual se obtiene “el conocimiento de diversas tipologías de enfermedades, y a menudo se ofrece la posibilidad de superar las patologías hereditarias”.
No obstante, el prelado advirtió que “no todo lo que es científicamente y técnicamente posible es igualmente lícito” y que los nuevos avances científicos necesitan “confrontarse con otras ciencias a las que se les ha confiado la responsabilidad de verificar el límite y la instancia objetiva ética que la sustentan”.
El presidente de la Pontificia Academia para la Vida aseguró también que el hombre sólo será feliz en la medida en que participe en la construcción de la existencia personal y social sin sustituir nunca a Dios. Por ello advirtió los peligros de una reducción del hombre sólo al campo biológico y de tener una fe ciega sólo en los avances científicos.
Recalcó además que justo en ese afán por querer explicarlo todo desde la ciencia, el hombre se siente equivocadamente con poder para manipular la genética, un hecho que “se esconde bajo la máscara del rostro consolador de quien quisiera mejorar físicamente la especie humana”.
No reducir todo a la ciencia
Monsenor Fisichella señaló que el hombre puede diferenciarse de otras criaturas porque en él “permanecerá siempre un ser personal, libre, consciente de su dignidad, capaz de amar”, características que “no pueden ser cuantificadas en un proceso de identificación material”.
Por ello destacó la importancia de que el hombre tenga una concepción unitaria, diciendo que el cuerpo “no agota la globalidad de la persona”.
Durante su ponencia, enfatizó varias veces la dimensión espiritual del hombre, la cual siempre debe tenerse en cuenta para lograr esa visión unitaria y afirmó que “el hecho de que sea menos perceptible no quita nada a su realidad”.
Pero advirtió que no por ello el ser humano debe reducirse únicamente a su parte espiritual: “si el hombre ambiciona ser solamente espíritu y quiere rechazar la carne como una herencia únicamente animal, entonces espíritu y cuerpo pierden su dignidad”, y recalcó la necesidad de mirar siempre las dos realidades, tanto la biológica como la espiritual.
Así, el prelado aseguró que como fruto de las investigaciones científicas, las conquistas en este campo pertenecen al “progreso genético que parece no tener límites” y señaló que es necesario dejarle a las nuevas generaciones “una riqueza de cultura que considera la naturaleza como patrimonio común, que no puede ser destruido, con unas leyes que todos deben reconocer y acoger antes de que sean reformuladas en fórmulas químicas o en sistemas jurídicos”.