El Papa inauguró la XII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos

Benedicto XVI: "Hay quien habiendo decidido que ‘Dios ha muerto’, se declara él mismo ‘dios’"

El Papa inaugura la XII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos y recuerda que cuando el hombre elimina a Dios de su horizonte se extiende el arbitrio del poder, los intereses egoístas, la injusticia y la explotación, la violencia en todas sus expresiones. Con el anhelo de que la luz de Cristo ilumine cada ámbito de la humanidad, el Papa recuerda que el amor de Dios espera una respuesta de los hombres. Cristo vence siempre y derrota la muerte, por encima de todo mal. Haciendo resonar este mensaje de esperanza y la promesa de Jesús, Benedicto XVI ha inaugurado la XII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos.

(RV) “Presidiendo esta solemne celebración Eucarística, en la Basílica de San Pablo - puesto que el Sínodo tiene lugar en el Año Paulino - Benedicto XVI ha evocado, en su homilía, las lecturas litúrgicas de este domingo. La del profeta Isaías y la del Evangelio de Mateo. Ambas – la imagen de la viña y la de la boda - describen el proyecto divino de la salvación. Una conmovedora alegoría de la alianza de Dios con su pueblo, en la que sin embargo el Señor recibe una respuesta indigna. No la simple desobediencia a un precepto divino, sino un verdadero rechazo de Dios.

Esta denuncia de la página evangélica interpela nuestra forma de pensar y de actuar. En particular, a los pueblos que han recibido el anuncio del Evangelio. La historia nos muestra, no pocas veces, «la frialdad y la rebelión de cristianos incoherentes», ha recordado el Papa, señalando que, por consiguiente, Dios – aun manteniendo su promesa de salvación, ha tenido que recurrir a menudo al castigo. Pensemos en aquellas primeras comunidades cristianas que parecían florecientes y que sin embargo desaparecieron, de las que queda un recuerdo sólo en los libros de historia, ha señalado Benedicto XVI, poniendo en guardia contra el riesgo de que vuelva a suceder: «¿No podría pasar lo mismo también en nuestra época? Naciones un tiempo ricas de fe y de vocaciones ahora van perdiendo su propia identidad, bajo la influencia deletérea y destructiva de cierta cultura moderna. Hay quien, habiendo decidido que ‘Dios ha muerto’, se declara él mismo ‘dios’, considerándose como único artífice de su propio destino, propietario absoluto del mundo. Desembarazándose de Dios y no esperando de él la salvación, el hombre cree que puede hacer lo que le plazca y que puede presentarse como única medida de sí mismo y de su propia conducta».

«Pero, cuando el hombre elimina a Dios de su propio horizonte ¿es verdaderamente más feliz y más libre?»: «Cuando los hombres se proclaman propietarios absolutos de sí mismos y únicos dueños de la creación ¿pueden verdaderamente construir una sociedad donde reinen la libertad, la justicia y la paz? ¿No sucede, más bien - como demuestra ampliamente la actualidad cotidiana – que se extiendan el arbitrio del poder, los intereses egoístas, la injusticia y la explotación, la violencia en todas sus expresiones? En fin de cuentas, lo que sucede es que el hombre se encuentra más solo y la sociedad más dividida y confundida».

El Santo Padre ha evocado la promesa que hay en las palabras de Jesús, de que «la viña no será destruida», sino que el dueño la encomendará a otros servidores fieles: «Ello indica que, si en algunas regiones la fe se debilita hasta extinguirse, habrá siempre otros pueblos listos para acogerla. Precisamente por ello Jesús - al tiempo que cita el Salmo 117: ‘La piedra que los constructores desecharon en piedra angular se ha convertido’ - asegura que su muerte no será la derrota de Dios. Habiendo sido matado, no quedará en la tumba, aún más, precisamente la que parecerá una derrota total, marcará el comienzo de una victoria definitiva. A su dolorosa pasión y muerte en la Cruz seguirá la gloria de la resurrección. La viña seguirá, pues, produciendo uva y el dueño la arrendará a otros labradores, que le paguen los frutos a su tiempo (Mt 21,41)».

La imagen de la viña, con sus implicaciones morales y espirituales, volverá en las palabras de Jesús en la Última Cena. A partir del evento pascual la historia de la salvación conoce un cambio y sus protagonistas serán ‘otros labradores’ que como elegidos retoños en Cristo, verdadera vid, darán frutos abundantes de vida eterna: «El consolador mensaje que recibimos de esos textos bíblicos es la certeza de que el mal y la muerte no tienen la última palabra, sino que el que vence al final es Cristo ¡Siempre! La Iglesia no se cansa de proclamar esta Buena Nueva, como ocurre también hoy, en esta Basílica dedicada al Apóstol de las gentes, el primero que difundió el Evangelio en vastas regiones de Asia menor y de Europa. Renovaremos, de forma significativa, este anuncio durante la XII Asamblea general ordinaria del Sínodo de los Obispos que tiene como tema: ‘La Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia».

Tras hacer hincapié en que «cuando Dios habla, solicita siempre una respuesta» y en que «su acción de salvación requiere la cooperación humana», pues su amor espera ser correspondido», el Papa ha recordado que «sólo la Palabra de Dios puede cambiar profundamente el corazón del hombre, por lo que es importante que los creyentes y las comunidades entren en una intimidad cada vez mayor con ella».

El anuncio de la Palabra, en la escuela de Cristo, tiene como contenido el Reino de Dios, que es la misma persona de Jesús, que con sus palabras y sus obras ofrece la salvación a los hombres de toda época, ha reiterado el Santo Padre, exhortando a no desmayar en el anuncio, cada vez más eficaz del Evangelio en nuestro tiempo: «Todos percibimos cuán necesario es poner en el centro de nuestra vida la Palabra de Dios, acoger a Cristo como único Redentor nuestro, como Reino de Dios en persona, para hacer que su luz ilumine cada ámbito de la humanidad: de la familia a la escuela, a la cultura, al trabajo, al tiempo libre y otros sectores de la sociedad y de nuestra vida. Participando en la Celebración eucarística, percibimos siempre los estrechos lazos que existen entre el anuncio de la Palabra de Dios y el Sacrificio eucarístico: es el mismo Misterio que se ofrece a nuestra contemplación».

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