La campaña de los abortistas en las calles de Dublín y en las redes sociales incide en Irlanda en un mensaje claro: identificar la prohibición del aborto con el peso secular de la iglesia católica en la sociedad irlandesa. El crudo y provocador «¡Fuera rosarios de nuestros ovarios!» fue uno de los lemas más coreados en la reciente «Marcha por la Libre Opción» de Dublín.
(F. De Andrés/Abc) En el frente «pro life», los argumentos se multiplican, no sólo con la difusión a través de internet de vídeos de los últimos estudios científicos sobre el comienzo de la vida, sino también con la presencia en Irlanda de grupos provida norteamericanos no católicos, e incluso agnósticos, que han ganado terreno en Estados Unidos en la última década.
Para unos Irlanda es el último bastión de la «resistencia a la idea de progreso en Europa». Para otros, el primer frente europeo que hay que mantener como cabeza de playa para reconquistar el Viejo Continente.
En 1992, el caso de una menor que amenazó con suicidarse si no se le permitía abortar dio lugar a que el Tribunal Supremo irlandés sentenciara que el aborto estaba autorizado si la vida de la mujer estaba en peligro. El precedente motivó que en 2010 el Tribunal Europeo de Derechos Humanos pidiera a Irlanda una «clarificación» de la aparente contradicción entre su Constitución y la sentencia del Supremo. El actual Gobierno de coalición decidió finalmente solicitar a un grupo de expertos un informe sobre el modo legal de resolver la excepción sin modificar la Carta Magna. Sus conclusiones se darán a conocer este mes.