Homilía de Mons. Francisco Pérez en la Ofrenda a Santa María la Real

 

OFRENDA A SANTA MARÍA LA REAL

-S. I. Catedral de Pamplona-

Homilía

por

 Mons. Francisco Pérez González

Arzobispo de Pamplona-Tudela

12 de Septiembre 2010


 

 

 

     En este día, que recordamos el Dulce nombre de María, conmemoramos la Ofrenda que se hace de manera especial y continuada desde el día 21 de septiembre de 1946, año en que la gloriosa imagen, esta que tenemos en la Catedral, fue coronada como Reina de Navarra. Desde  hace sesenta y cuatro años se recuerda la consagración que tenía este inicio: “Madre te llama este pueblo sencillo, porque en ti confía, Madre de Dios. Reina este pueblo viril, porque eres ciertamente la Señora de su alma y a tu redor se juramenta a tu vasallaje, que es el del más puro servicio de Dios y defensa de la Iglesia…”. Fue el Conde de Rodezno, Vicepresidente de la Diputación Foral quién leyó la fórmula de consagración. Presidió la celebración el Cardenal Arzobispo de Tarragona Mons. Manuel Arce Ochotorena que era natural de Ororbia y el Papa le había nombrado Legado Pontificio.

 

      Según las crónicas el templo rebosaba de fieles y predicó el sermón el entonces obispo de Pamplona Mons. Olaechea. Después se impuso la corona de tantos ensueños a Santa María la Real. Doce ricos-homes alzan sobre el pavés la imagen de esta Reina celestial; y un personaje, en funciones de rey de armas, dice la vieja fórmula: “Real, Real, Real” que la multitud corea a todo pulmón. Suenan las músicas, bailan los grupos de danzaris, una escuadrilla de aviones arroja flores sobre el altar, tocan las campanas de todos los campanarios y se agitan cien mil pañuelos en señal de júbilo. El momento es inenarrable (Boletín Oficial del Obispado de Pamplona,15 de octubre 1946, nº 20).

 

       De una forma mucho más sencilla pero no menos intensa espiritualmente hoy queremos mostrar nuestra adhesión sincera a Santa María la Real y todo ello porque nos une la tradición y la historia de un pueblo que, al pasar del tiempo, sigue queriendo profundamente a la Madre de Dios y Madre de la Iglesia. Desde aquel 21 de septiembre por decreto canónico, por derecho propio y por aclamación popular se sigue asistiendo a la Catedral el pueblo, el Presidente del Gobierno Foral en domingo próximo a la fecha de su coronación. Un pueblo noble nunca pierde sus tradiciones llenas de humanidad y fe puesto que perdería su identidad. Por aquello que puedo constatar, en mi poco espacio de tiempo que estoy entre vosotros, Navarra tiene unas raíces tan bellas y auténticas que hacen de ella un esplendor especial. ¡No perdamos las fuentes de su nobleza e hidalguía!

 

       2.- Y ante Santa María la Real hoy quiero hacer un canto de gloria a la paz. Ante las constantes aberraciones violentas que se hacen presentes en nuestra sociedad hemos de condenar con contundencia todo aquello que distorsione la convivencia social, familiar y personal. La violencia tiene como raíz y centro la desobediencia a Dios que ya desde el principio vemos en las primeras páginas de la Biblia. No es un factor de pura distorsión sicológica sino que tiene sus hondas raíces en el pecado; el ser humano es capaz de pecar y si esto se hace presente en su vida, rompe con el diseño que Dios le ha marcado. Por eso la violencia tiene como primera fuente y rostro al pecado. En una sociedad que tiene falta de fe, le es muy difícil comprender esta realidad. Pero, queramos o no, la cara del pecado nos expresa la primera causa de la violencia.

 

             La violencia tiene otras caras y se ha de descubrir a cada una de ellas sin miedos y con sincera apertura. Nunca se puede justificar la violencia, ni por razones ideológicas, ni por razones culturales y menos por razones religiosas. La violencia manifiesta la falta de dignidad en la persona. Por eso nunca se puede aplaudir y menos justificar. Otra de sus caras es la ausencia del sentido del padre; basta ver la cara de un niño cuando no tiene la posibilidad de ver a sus padres juntos y unidos, en su rostro se puede vislumbrar el drama que existe dentro. Y ese drama –muchas veces- se manifiesta y se expresa con rasgos huraños, despreciativos y violentos. Cuando se pierde “el sentido del padre”  se derrumba sicológicamente el interior de la persona y utiliza como arma arrojadiza la fuerza de la violencia.

 

               Una tercera cara de la violencia es la sistemática ideologización de las estructuras de poder. La lucha por el poder crea situaciones de auténtica locura social y provoca un modo de vivir y de dirigir de tal manera que se rechaza de plano el modo de pensar del adversario. La ideología impuesta es cultivo de violencia y de confrontaciones interpersonales. Es lo que se ha venido en llamar la idolatría de las ideologías. Al final es una demostración de la tiranía más absoluta que destruye cualquier signo de sana y justa libertad. Desde esta clave se justifica todo y el terrorismo, por ejemplo, se convierte en un estilo de actuar donde todo es válido siempre y cuando no se sacrifique la ideología del mismo. Es una aberración profunda que tiene sólo una vía de salida: la conversión del corazón al bien y a la verdad. Volver a la casa del padre como muy bien nos ha expuesto la Palabra de Dios en este día: “Me pondré en camino adonde está mi padre” (Sal 50). Y en ese encuentro todo será más humano y más fraterno: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo” (Lc 15, 23). Los que viven inmersos en la violencia sólo tienen una salida: deponer todo para conseguir la paz. La paz se fragua en la conversión.

 

           Otra cara de la violencia es el fundamentalismo religioso. En una auténtica religión no cabe la violencia y menos la organizada. La religión es cauce de paz y de amor; si fallara alguno de estos principios básicos, ella misma se convertiría en una máscara engañosa. La religión, si es auténtica,  nunca impone y siempre propone. La fe es respetuosa y, como una luz, muestra un camino de vida a la que se adhiere quien quiere. Nada hay más nocivo a la religión que fomentar espacios de odio y rencor; esa religión no es verdadera. El aval de toda religión es el amor y el fomento de la paz, señal inequívoca de la presencia de Dios.

 

        Mi ruego a Santa María, en este día y en este tiempo, es pedirla que cuide de sus hijos y haga desaparecer cualquier tipo de violencia. Pido para que en nuestro entorno no se nos engañe con treguas maliciosamente orquestadas, por parte de los terroristas, para conseguir fines que a la postre atormentan al pueblo en su totalidad y de modo particular a las víctimas. La paz verdadera se construye deponiendo primero las armas y después usar la razón en un diálogo de respeto y con el fin de construir todos juntos la convivencia sana y gozosa que viene propiciada por la fraternidad.

 

        3.- No puedo concluir esta homilía sin dejar de agradecer a la Diputación Foral de Navarra o Gobierno de Navarra los sucesivos momentos, como el de hoy, que desde hace sesenta y cuatro años se convierten en Ofrenda de amor y filiación a la Virgen María bajo la advocación de Santa María la Real. Pero hoy de modo particular a Ud. D. Miguel Sanz, en la recta final de su servicio a Navarra, agradecerle el coraje que ha tenido durante sus años de mandato por la defensa noble de la vida desde su comienzo hasta el final, por la defensa de la vida y de la paz en los momentos duros de actos terroristas que tanto han hecho y hacen sufrir a las víctimas y a toda la ciudadanía, por los momentos que ha sabido armonizar la autonomía de lo civil con lo religioso y muchas gracias por su entrega generosa. La Virgen en este día sonríe a Navarra y a todos sus hijos. 

 

        Santa María la Real ayúdanos a vivir siempre como hijos tuyos y danos lo que mejor nos convenga para nuestra santificación. Amén.