Newman, nuevo Doctor de la Iglesia: la educación como camino hacia la santidad

El Pontífice destaca la misión única de cada persona en la educación cristiana

Newman, nuevo Doctor de la Iglesia: la educación como camino hacia la santidad

Durante la ceremonia, el Pontífice enfatizó que los procesos formativos deben centrarse en las personas reales, particularmente en aquellas que la sociedad considera improductivas según los criterios de un sistema económico excluyente.

(VaticanNews/InfoCatólica) En la festividad de Todos los Santos, el Papa León XIV celebró la Santa Misa en la plaza de San Pedro durante el Jubileo del Mundo Educativo, ocasión en la que declaró Doctor de la Iglesia a san John Henry Newman. Durante la ceremonia, el Pontífice enfatizó que los procesos formativos deben centrarse en las personas reales, particularmente en aquellas que la sociedad considera improductivas según los criterios de un sistema económico excluyente.

«Resplandezcan hoy como rayos luminosos en el mundo», exhortó León XIV a los docentes y centros de enseñanza durante su homilía en la misa del Jubileo del Mundo Educativo. La celebración tuvo lugar en la plaza de San Pedro durante la Solemnidad de Todos los Santos, momento en el que el Papa proclamó Doctor de la Iglesia al teólogo y cardenal inglés John Henry Newman. Ante los numerosos fieles, tanto romanos como peregrinos procedentes de diversos países, el Pontífice destacó la «extraordinaria dimensión cultural y espiritual» de Newman, considerándolo «fuente de inspiración para las nuevas generaciones con un corazón ávido de infinito».

Centros educativos como «talleres de profecía»

El Papa subrayó que la existencia de los santos evidencia la posibilidad de vivir con entusiasmo y esperanza en medio de las dificultades actuales, manteniendo el compromiso apostólico de «resplandecer como rayos luminosos en el mundo», ya que «el amor cristiano es profético, obra prodigios» (cf. Exhort. ap. Dilexi te, 120). Al recordar que el Jubileo «constituye una peregrinación en la esperanza», resaltó cómo en el ámbito formativo «la esperanza representa una semilla fundamental». Agregó:

«Al reflexionar sobre las escuelas y universidades, las concibo como talleres de profecía, donde la esperanza se experimenta, se manifiesta y se transmite constantemente».

Reflexionando sobre el Evangelio de las Bienaventuranzas proclamado en la liturgia, destacó cómo estas aportan una nueva comprensión de la realidad y constituyen «el sendero y el mensaje de Jesús educador». A primera vista, observó, resulta imposible considerar bienaventurados a los pobres, a quienes padecen hambre y sed de justicia, a los perseguidos o a quienes trabajan por la paz. Sin embargo, lo que parece incomprensible según la lógica mundana, adquiere significado y claridad en la proximidad del Reino de Dios.

«Las Bienaventuranzas no representan una enseñanza más, sino la enseñanza fundamental. De igual manera, el Señor Jesús no es un maestro entre otros, sino el Maestro supremo. Más aún, es el Educador supremo».

La formación como luz orientadora

Inspirándose en el conocido himno de Newman Lead, kindly light (Guíame, Luz amable), el Santo Padre indicó que la educación debe proporcionar esa luz que orienta a quienes se hallan sumidos en las tinieblas del pesimismo y el temor. «Desarticularemos las falsas justificaciones de la resignación y propagaremos las grandes motivaciones de la esperanza», solicitó. El Pontífice alentó a convertir las escuelas, universidades y espacios formativos en «pórticos de una civilización del diálogo y la paz», reflejo de la multitud inmensa «de todas las naciones, familias, pueblos y lenguas» mencionada en el libro del Apocalipsis.

Cada individuo posee una misión

León XIV recordó uno de los pensamientos más reconocidos de Newman: «Dios me ha creado para cumplir un servicio específico. Me ha asignado una obra que no ha confiado a otro». En estas palabras, explicó, se manifiesta el misterio de la dignidad humana y la particularidad de cada vocación. «La existencia no se ilumina por las riquezas o el poder, sino cuando descubrimos que estamos destinados a algo superior a nosotros mismos. La función de la educación cristiana es auxiliar a cada persona a descubrir su misión».

La formación, sendero hacia la santidad

En la parte conclusiva de su homilía, el Papa resaltó que la educación, desde la perspectiva cristiana, «contribuye a que todos alcancen la santidad». Recordó que el Papa Benedicto XVI, al beatificar a Newman en 2010, convocó a los jóvenes a la santidad, porque «Dios desea para cada uno de vosotros que os convirtáis en santos». «La convocatoria a la santidad es universal, y las Bienaventuranzas delinean ese sendero personal y comunitario hacia la plenitud», añadió León XIV. Finalmente, concluyó su mensaje evocando a San Agustín, tan apreciado por Newman: «Somos condiscípulos con un único Maestro, cuya cátedra se encuentra en la tierra y en el cielo».

Homilía completa

En esta solemnidad de Todos los Santos, es una gran alegría inscribir a san John Henry Newman entre los doctores de la Iglesia y, al mismo tiempo, con motivo del Jubileo del Mundo Educativo, nombrarlo compatrono, junto con santo Tomás de Aquino, de todas las personas que forman parte del proceso educativo. La imponente estatura cultural y espiritual de Newman servirá de inspiración a las nuevas generaciones, con un corazón sediento de infinito, dispuestas a realizar, por medio de la investigación y del conocimiento, aquel viaje que, como decían los antiguos, nos hace pasar per aspera ad astra, es decir, a través de las dificultades, hasta las estrellas.

De hecho, la vida de los santos nos da testimonio de que es posible vivir apasionadamente en medio de la complejidad del presente, sin dejar de lado el mandato apostólico: «brillen como haces de luz en el mundo» (Flp 2,15). En esta solemne ocasión, deseo repetir a los educadores y a las instituciones educativas: «brillen hoy como haces de luz en el mundo», gracias a la autenticidad de su compromiso en la investigación coral de la verdad, a su coherente y generoso compartir, a través del servicio a los jóvenes, particularmente a los pobres, y en la experiencia cotidiana de que «el amor cristiano es profético, hace milagros» (cf. Exhort. ap. Dilexi te, 120).

El Jubileo es una peregrinación en la esperanza y todos ustedes, en el gran campo de la educación, saben bien cuánto la esperanza sea una semilla indispensable. Cuando pienso en las escuelas y en las universidades, las considero como laboratorios de profecía, en donde la esperanza se vive, se manifiesta y se propone continuamente.

Este es también el sentido del Evangelio de las Bienaventuranzas proclamado hoy. Las Bienventuranzas traen consigo una nueva interpretación de la realidad. Son el camino y el mensaje de Jesús educador. A primera vista, parece imposible declarar bienaventurados a los pobres, a aquellos que tienen hambre y sed de justicia, a los perseguidos o a los trabajan por la paz. Pero, aquello que parece inconcebible en la gramática del mundo, se llena de sentido y de luz en la cercanía del Reino de Dios. En los santos vemos cómo ese Reino se acerca y se hace presente en medio de nosotros. San Mateo, acertadamente, presenta las Bienaventuranzas como una enseñanza, proponiendo a Jesús como Maestro que transmite una nueva visión de las cosas y cuya perspectiva coincide con su camino. Las Bienaventuranzas, sin embargo, no son una enseñanza más, son la enseñanza por excelencia. Del mismo modo, el Señor Jesús no es uno entre tantos maestros, sino el Maestro por excelencia. Más aún, es el Educador por excelencia. Nosotros, sus discípulos, estamos en su escuela, aprendiendo a descubrir en su vida, es decir, en el camino que Él recorrió, un horizonte de sentido capaz de iluminar todas las formas de conocimiento. ¡Ojalá que nuestras escuelas y universidades sean siempre lugares de escucha y de práctica del Evangelio!

A veces, los retos actuales pueden parecer superiores a nuestras posibilidades, pero no es así. ¡No permitamos que el pesimismo nos venza! Recuerdo lo que mi querido predecesor, el Papa Francisco, subrayó en su discurso ante la Primera Asamblea Plenaria del Dicasterio para la Cultura y la Educación, que debemos trabajar juntos «para liberar al ser humano de la sombra del nihilismo, que es quizás la plaga más peligrosa de la cultura actual, porque es la que pretende borrar la esperanza». [1] La referencia a la oscuridad que nos rodea nos remite a uno de los textos más conocidos de san John Henry, el himno Lead, kindly light («Guíame, Luz amable»). En esa hermosa oración, nos damos cuenta de que estamos lejos de casa, que nuestros pies vacilan, que no logramos descifrar con claridad el horizonte. Pero nada de esto nos detiene, porque hemos encontrado la Guía: «Guíame, oh Luz amable, entre las tinieblas que me rodean. ¡Guíame tú!– Lead, kindly Light. The night is dark and I am far from home. Lead Thou me on!»

Es tarea de la educación ofrecer esta Luz amable a aquellos que, de otro modo, podrían quedarse prisioneros de las sombras particularmente insidiosas del pesimismo y el miedo. Por eso me gustaría decirles: desarmemos las falsas razones de la resignación y la impotencia, y difundamos en el mundo contemporáneo las grandes razones de la esperanza. Contemplemos y señalemos esas constelaciones que transmiten luz y orientación en nuestro presente oscurecido por tantas injusticias e incertidumbres. Por eso los animo a hacer de las escuelas, las universidades y toda realidad educativa, incluso informal y callejera, los umbrales de una civilización del diálogo y la paz. A través de sus vidas, dejen que trasluzca esa «enorme muchedumbre», de la que nos habla en la liturgia de hoy el libro del Apocalipsis, «[…] imposible de contar, formada por gente de todas las naciones, familias, pueblos y lenguas». Y que «estaban de pie ante el trono y delante del Cordero» (7,9).

En el texto bíblico un anciano, observando la muchedumbre, pregunta: «¿Quiénes son y de dónde vienen […]?» (Ap 7,13). En este sentido, también en el ámbito educativo, la mirada cristiana se posa sobre «estos […] que vienen de la gran tribulación» (v. 14) y reconoce en ellos los rostros de tantos hermanos y hermanas de todas las lenguas y culturas, que, a través de la puerta estrecha de Jesús, han entrado en la vida plena. Y entonces, una vez más, debemos preguntarnos: «¿los menos dotados no son personas humanas? ¿Los débiles no tienen nuestra misma dignidad? ¿Los que nacieron con menos posibilidades valen menos como seres humanos, y sólo deben limitarse a sobrevivir? De nuestra respuesta a estos interrogantes depende el valor de nuestras sociedades y también nuestro futuro» (Exhort. ap. Dilexi te, 95). Y agregamos: de esta respuesta depende también la calidad evangélica de nuestra educación.

Entre el legado perdurable de san John Henry se encuentran, en este sentido, algunas contribuciones muy significativas a la teoría y la práctica de la educación. «Dios –escribía–me ha creado para hacerle algún servicio definido. Me ha encomendado alguna obra que no ha dado a otro. Tengo mi misión. Nunca podré conocerla en esta vida, pero me será revelada en la otra» (Meditaciones y devociones, Madrid 2007, 225). En estas palabras encontramos expresado de manera espléndida el misterio de la dignidad de cada persona humana y también el de la variedad de los dones distribuidos por Dios.

La vida se ilumina no porque seamos ricos, bellos o poderosos. Se ilumina cuando uno descubre en su interior esta verdad: Dios me ha llamado, tengo una vocación, tengo una misión, mi vida sirve para algo más grande que yo mismo. Cada criatura tiene un papel que desempeñar. La contribución que cada uno tiene para ofrecer es de un valor único, y la tarea de las comunidades educativas es alentar y valorar esa contribución. No lo olvidemos: en el centro de los itinerarios educativos no deben estar individuos abstractos, sino personas de carne y hueso, especialmente aquellas que parecen no producir, según los parámetros de una economía que excluye y mata. Estamos llamados a formar personas, para que brillen como estrellas en su plena dignidad.

Por lo tanto, podemos decir que la educación, desde la perspectiva cristiana, ayuda a todos a ser santos. Nada menos. El Papa Benedicto XVI, con motivo de su viaje apostólico a Gran Bretaña en septiembre de 2010, durante el cual beatificó a John Henry Newman, invitó a los jóvenes a ser santos con estas palabras: «Lo que Dios desea más que nada para cada uno de vosotros es que os convirtáis en santos. Él os ama mucho más de lo que podéis imaginar y quiere lo mejor para vosotros». [2] Esta es la llamada universal a la santidad que el Concilio Vaticano II convirtió en parte esencial de su mensaje (cf. Lumen gentium, capítulo V). Y la santidad se propone a todos, sin excepción, como un camino personal y comunitario trazado por las Bienaventuranzas.

Rezo para que la educación católica ayude a cada uno a descubrir su vocación a la santidad. San Agustín, a quien san John Henry Newman apreciaba tanto, dijo una vez que somos compañeros de escuela que tienen un sólo maestro, cuya escuela y cátedra están en la tierra y en el cielo respectivamente (cf. Sermón 292,1).

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[1] Francisco, Discurso para la Sesión Plenaria del Dicasterio para la Cultura y la EducaciónSala Clementina (21 noviembre 2024).

[2] Benedicto XVI, Saludo a los alumnos, Twickenham – Reino Unido (17 septiembre 2010).

 

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