(InfoCatólica) Ayer domingo, 12 de octubre, en el XXVIII del Tiempo Ordinario, el papa León XIV presidió la Santa Misa del Jubileo de la Espiritualidad Mariana en la Plaza de San Pedro. Durante su homilía, afirmó: «La espiritualidad mariana, que alimenta nuestra fe, tiene a Jesús como centro. Como el domingo, que abre cada nueva semana en el horizonte de su resurrección de entre los muertos».
El Papa invitó a volver al núcleo esencial del mensaje cristiano: «“Acuérdate de Jesucristo”: esto es lo único que cuenta, esto es lo que marca la diferencia entre las espiritualidades humanas y el camino de Dios». En esa línea, subrayó que «toda espiritualidad cristiana se desarrolla a partir de este fuego y contribuye a hacerlo más vivo».
Comentando la curación de Naamán, recordó: «Decir que Dios había salvado a ese extranjero enfermo de lepra en lugar de aquellos que estaban en Israel desencadenó una reacción general», y trajo a colación el pasaje del Evangelio según san Lucas: «Al oír estas palabras, todos los que estaban en la sinagoga se enfurecieron y, levantándose, lo empujaron fuera de la ciudad».
Refiriéndose a la reacción que pudo tener María ante esa escena, afirmó:
«El evangelista no menciona la presencia de María, que podría haber estado allí y haber experimentado lo que le había anunciado el anciano Simeón cuando llevó al niño Jesús al Templo».
Citó también al papa Francisco para reflexionar sobre la figura de Naamán: «Este hombre estaba obligado a convivir con un drama terrible: era leproso. Su armadura, la misma que le proporcionaba prestigio, en realidad cubría una humanidad frágil, herida, enferma». A continuación, añadió:
«De este peligro nos libera Jesús, Él que no lleva armaduras, sino que nace y muere desnudo».
El Santo Padre advirtió sobre una vivencia de la fe sin implicación ni apertura al prójimo: «Cuidémonos, pues, de ese subir al templo que no nos lleva a seguir a Jesús. Existen formas de culto que no nos unen a los demás y nos anestesian el corazón». Y alertó:
«Cuidémonos de toda instrumentalización de la fe, que corre el riesgo de transformar a los diferentes —a menudo los pobres— en enemigos, en “leprosos” a los que hay que evitar y rechazar».
Subrayó la relación entre María y el seguimiento de Cristo: «La espiritualidad mariana está al servicio del Evangelio: revela su sencillez». Y añadió:
«El afecto por María de Nazaret nos hace, junto con ella, discípulos de Jesús, nos educa a volver a Él, a meditar y a relacionar los acontecimientos de la vida en los que el Resucitado continúa a visitarnos y llamarnos».
También recordó las palabras del Magnificat y su fuerza transformadora:
«Nos ayuda a ver a los soberbios dispersos en los pensamientos de su corazón, a los poderosos derribados de sus tronos, a los ricos despedidos con las manos vacías. Nos compromete a colmar de bienes a los hambrientos, a enaltecer a los humildes, a recordar la misericordia de Dios y a confiar en el poder de su brazo».
«La auténtica espiritualidad mariana hace actual en la Iglesia la ternura de Dios, su maternidad», afirmó, citando a continuación Evangelii gaudium:
«Cada vez que miramos a María volvemos a creer en lo revolucionario de la ternura y del cariño».
Para concluir, el Papa animó a vivir el Jubileo como ocasión de conversión: «Hagamos de ella un motor de renovación y transformación, como pide el Jubileo, tiempo de conversión y restitución, de replanteamiento y liberación». Y finalizó con una oración: «Que María Santísima, nuestra esperanza, interceda por nosotros y nos oriente siempre hacia Jesús, el Señor crucificado. En él está la salvación para todos».







