(Portaluz/InfoCatólica) El 21 de septiembre se cumplieron treinta y cinco años del asesinato del juez italiano Rosario Livatino, abatido a tiros en una carretera de Agrigento, en Sicilia, cuando se dirigía a su trabajo. Tenía 38 años y era conocido tanto por su lucha contra el crimen organizado como por su sólida fe católica. En 2021, fue proclamado Beato por el Papa Francisco, quien subrayó en la ceremonia de beatificación: «Su trabajo lo puso siempre bajo la protección de Dios, por eso se convirtió en un testigo del Evangelio hasta su muerte heroica».
El crimen fue ordenado por Salvatore Calafato, entonces dirigente del grupo mafioso Stidda en Palma di Montechiaro. Años después de su detención y condena por este y otros delitos, Calafato ha manifestado públicamente haber iniciado un proceso de conversión durante su tiempo en prisión.
En una carta dirigida al beato Livatino, expresó su arrepentimiento con estas palabras: «No sé si es justo que pida perdón, pero empezar a hacerlo es quizás un primer paso que podría llevarme a la búsqueda del verdadero sentido del gesto, esperando recibir vuestra protección».
El antiguo jefe mafioso relata cómo el joven magistrado se convirtió en un obstáculo para las actividades delictivas de su organización, lo que motivó su asesinato. Hoy afirma no reconocerse en la persona que fue entonces. «Él me ha cambiado la vida», declara en referencia a Livatino.
«Pasé muchos años de mi detención, que comenzó en 1993, recorriendo mentalmente los sangrientos hechos realizados. No solo la muerte del juez, sino también los otros delitos de los que fui culpable después de entrar en la lógica mafiosa y convertirla en una regla de vida, a la que todo tenía que ser sometido».
Calafato reconoce el sufrimiento causado: «El dolor que siento por haber causado la muerte del magistrado es el mismo dolor que tengo por todas mis víctimas y sus familias. Durante mucho tiempo, mi tierra, Palma di Montechiaro, fue el escenario en el que el crimen organizado exhibió su poder y su brutalidad, y yo fui protagonista».
Y añade: «Quemé los años de mi juventud, causé tanto daño a los demás y a mí mismo. Hace años me disculpé públicamente con una carta dirigida a los familiares de las víctimas, al alcalde y a mis conciudadanos, aunque entiendo que esto no puede ser suficiente para reparar el daño causado».
Durante su reclusión en la prisión de máxima seguridad de Pianosa, leyó los escritos de Livatino. Esta lectura supuso un punto de inflexión en su proceso interior. Recuerda especialmente un episodio: «El día de Ferragosto fue en persona a entregar la orden de libertad de un preso, y a quien expresó asombro, dijo que dentro de la prisión había un hombre que no debía quedarse ni un minuto más, porque la libertad de la persona prevalece sobre cualquier cosa».
Este gesto le reveló, afirma, la humanidad del juez, lo que intensificó su dolor por las fechorías cometidas y alimentó su deseo de conversión.
El sistema judicial ha reconocido su evolución personal. Condenado a cadena perpetua en 1993 y tras pasar 15 años bajo el régimen de aislamiento 41 bis, fue trasladado al centro penitenciario de Ópera (Milán). En 2019 obtuvo su primer permiso de salida y, en 2023, se le concedió el régimen de semilibertad. Este le permite trabajar por las mañanas y regresar a prisión por la noche.
Además, realiza actividades de voluntariado una vez por semana, con la intención, según sus palabras, de «hacerme útil a la sociedad y devolver al menos una pequeña parte del bien que he robado con mi comportamiento».
Ha comenzado también un itinerario de justicia restaurativa y manifiesta su esperanza de obtener la libertad condicional para volver a vivir con su familia. Su acercamiento a la fe cristiana se ha producido, asegura, gracias a la oración, al acompañamiento del capellán del centro penitenciario de Ópera y a la amistad con algunos voluntarios.
«Los considero pequeños, grandes signos de la misericordia que Dios quiso manifestar hacia mí, una misericordia que encontró su sentido en Rosario Livatino», concluye Calafato.






