(SundayWorld/InfoCatólica) El lunes, el obispo Alan McGuckian SJ, de la diócesis de Down y Connor, presidió el funeral en la iglesia de St Malachy, en Castlewellan, y el reverendo fue enterrado en el cementerio de St Mary, en Aughlisnafin. El templo se llenó de fieles en uno de los funerales más concurridos de la parroquia. «El funeral fue precioso. El reverendo Mark era un gran hombre. Era muy querido y le echaremos mucho de menos», afirmó un asistente.
La vida de Lenaghan estuvo marcada por un brusco contraste. De adolescente, en la urbanización Twinbrook de Belfast, se unió al IRA tras ver a su familia expulsada por una banda protestante y después de que un profesor muriera a manos del ejército británico. Pasó a integrar los llamados escuadrones de castigo, encargados de imponer la disciplina republicana. Más tarde se incorporó a una unidad activa que atentaba contra soldados y policías británicos.
«Sentías exaltación, pero también miedo cuando tenías el arma. Un subidón. Una euforia», recordó en una entrevista con el Los Angeles Times. Y añadió: «Lo único en lo que pensaba era en hacer el trabajo. Hacerlo bien. Asegurarme de que saliera bien». Nunca mostró remordimientos en aquella época: «No podrías hacerlo si tuvieras conflictos emocionales».
Su trayectoria dio un vuelco el 15 de febrero de 1982. Aquel día, relataba, «fuimos a disparar contra dos soldados en Falls Road. En su lugar, alcanzamos por error a un civil en la calle. Me arrestaron con un fusil». Fue detenido en Iveagh Street tras estrellarse en una motocicleta. Los soldados hallaron un arma oculta en el bastidor.
En el juicio, el juez Higgins concluyó que la emboscada estaba «bien planificada» y que participaron al menos cinco hombres. Consideró que, aunque no lograron su objetivo, «el hecho de que no acertaran a ninguno se debe a la falta de capacidad, no de intención». Lenaghan fue condenado por intento de asesinato, causar heridas graves y tenencia de armas. Tras abandonar la banda terrorista cumplió seis de los doce años impuestos en la prisión de Maze.
En la cárcel estudió y logró la licenciatura en filología. Su intención, antes de ser encarcelado, era convertirse en profesor y quiso prepararse para tal fin. Pero la vida dio un giro inesperado cuando conoció a un sacerdote católico que le animó a acercarse al santuario mariano de Medjugorje, en Bosnia.
El propio Lenaghan lo resumía así: «No tenía paz interior. La agresividad había sido mi único estímulo. Empecé a cuestionarme mis motivaciones y lo que estaba haciendo en el IRA. Era un cristiano en secreto, aterrorizado de perder mi imagen». Su decisión de abandonar la organización le costó «muchas críticas, ira, resentimiento y agresiones».
En libertad, trabajó con jóvenes, estudió en el seminario de Maynooth y empezó a impartir clases de religión en Dublín. En un viaje a Medjugorje conoció a un antiguo soldado británico que había combatido en Belfast. «No hubo animosidad. Ambos nos sentimos invadidos por una sensación de paz», dijo.
Casado y padre de tres hijos, ejercía como diácono en Castlewellan, donde era muy querido por la comunidad. Quienes le conocieron destacan su entrega al servicio de los demás y el cambio radical de vida tras quince años de violencia. Él mismo afirmaba: «El pistolero es una víctima de su tiempo. Tienes que estar trastornado o perturbado».







