«El grito de Jesús en la cruz es un acto de amor y esperanza»

Catequesis del Papa sobre la muerte del Señor

«El grito de Jesús en la cruz es un acto de amor y esperanza»

En la audiencia general de hoy, el Papa reflexionó sobre la muerte de Jesús, destacando el grito en la cruz como una expresión de dolor, fe y entrega que abre el camino a la esperanza.

(InfoCatólica) En la Audiencia General celebrada en la Plaza de San Pedro, el Papa León XIV continuó su ciclo de catequesis sobre el Jubileo 2025, centrándose en la muerte de Jesús. «Jesús, dando un fuerte grito, expiró» (Mc 15,37), citó el Pontífice, subrayando que ese grito no refleja desesperación, sino «sinceridad, verdad llevada al límite, confianza que resiste incluso cuando todo calla».

El Papa explicó que el grito de Jesús, precedido por la pregunta «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Salmo 22), expresa un amor que se entrega hasta el fondo, mostrando un Dios que atraviesa el dolor humano. «Es allí, en aquel hombre desgarrado, donde se manifiesta el amor más grande», afirmó. Este acto, según León XIV, inspiró al centurión a reconocer: «Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios» (Mc 15,39).

El Santo Padre destacó que el grito no es solo dolor, sino también esperanza: «Se grita cuando se cree que alguien todavía puede escuchar». Invitó a los fieles a no temer el grito sincero dirigido al Padre, pues «un grito no es nunca inútil si nace del amor». Concluyó que, unido a Cristo, el grito humano puede convertirse en «fuente de esperanza» y un nuevo comienzo.


León XIV 
Audiencia General, Plaza de San Pedro,
10 de septiembre de 2025

Ciclo de catequesis - Jubileo 2025. Jesucristo, nuestra esperanza. III. La Pascua de Jesús. 6. La muerte. «Jesús, dando un fuerte grito, expiró» (Mc 15, 37)

Queridos hermanos y hermanas:
Buenos días y gracias por vuestra presencia, ¡un hermoso testimonio!

Hoy contemplamos la cumbre de la vida de Jesús en este mundo: su muerte en la cruz. Los Evangelios recogen un detalle muy valioso, que merece ser contemplado con la inteligencia de la fe. En la cruz, Jesús no muere en silencio. No se apaga lentamente, como una luz que se consume, sino que deja la vida con un grito: «Jesús, dando un fuerte grito, expiró» (Mc 15,37). Ese grito encierra todo: dolor, abandono, fe, ofrenda. No es solo la voz de un cuerpo que cede, sino la última señal de una vida que se entrega.

El grito de Jesús va precedido por una pregunta, una de las más lacerantes que se pueden pronunciar: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». Es el primer versículo del Salmo 22, pero en los labios de Jesús adquiere un peso único. El Hijo, que siempre ha vivido en íntima comunión con el Padre, experimenta ahora el silencio, la ausencia, el abismo. No se trata de una crisis de fe, sino de la última etapa de un amor que se entrega hasta el fondo. El grito de Jesús no es desesperación, sino sinceridad, verdad llevada al límite, confianza que resiste incluso cuando todo calla.

En ese momento, el cielo se oscurece y el velo del templo se rasga (cf. Mc 15,33.38). Es como si la creación participara de ese dolor y al mismo tiempo revelara algo nuevo: Dios ya no habita detrás de un velo, su rostro es ahora plenamente visible en el Crucifijo. Es allí, en aquel hombre desgarrado, donde se manifiesta el amor más grande. Es allí donde podemos reconocer a un Dios que no permanece distante, sino que atraviesa hasta el fondo nuestro dolor.

El centurión, un pagano, lo entiende. No porque haya escuchado un discurso, sino porque vio morir a Jesús en ese modo: «Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios» (Mc 15,39). Es la primera profesión de fe después de la muerte de Jesús. Es el fruto de un grito que no se dispersó en el viento, sino que tocó un corazón. A veces, lo que no somos capaces de decir con palabras lo expresamos con la voz. Cuando el corazón está lleno grita. Y esto no siempre es una señal de debilidad, puede ser un profundo acto de humanidad.

Nosotros estamos acostumbrados a pensar en el grito como algo descompuesto, que hay que reprimir. El Evangelio confiere a nuestro grito un valor inmenso, recordándonos que puede ser una invocación, una protesta, un deseo, una entrega. Es más, puede ser la forma extrema de la oración, cuando ya no nos quedan palabras en ese grito, Jesús puso todo lo que le quedaba: todo su amor, toda su esperanza.
Sí, porque también hay esto en el grito: una esperanza que no se resigna. Se grita cuando se cree que alguien todavía puede escuchar. Se grita no por desesperación, sino por deseo. Jesús no gritó contra el Padre, sino hacia Él. Incluso en el silencio, estaba convencido de que el Padre estaba allí. Y así nos mostró que nuestra esperanza puede gritar, incluso cuando todo parece perdido.

Gritar se convierte entonces en un gesto espiritual. No es solo es primer acto de nuestro nacimiento – cuando llegamos al mundo llorando – : es también un modo para permanecer vivos. Se grita cuando se sufre, pero también cuando se ama, se llama, se invoca. Gritar es decir que estamos, que no queremos apagarnos en silencio, que tenemos todavía algo que ofrecer.

En el viaje de la vida, hay momentos en los que guardar todo dentro puede consumirnos lentamente. Jesús nos enseña a no tener miedo del grito, mientras sea sincero, humilde, orientado al Padre. Un grito no es nunca inútil si nace del amor. Y nunca es ignorado si se entrega a Dios. Es una vía para no ceder al cinismo, para continuar creyendo que otro mundo es posible.

Queridos hermanos y hermanas, aprendamos también esto del Señor Jesús: aprendamos el grito de la esperanza cuando llega la hora de la prueba extrema. No para herir, sino para encomendarnos. No para gritar contra alguien, sino para abrir el corazón. Si nuestro grito es verdadero, podrá ser el umbral de una nueva luz, de un nuevo nacimiento. Como para Jesús: cuando todo parece acabado, en realidad, la salvación estaba a punto de iniciar. Si se manifiesta con la confianza y la libertad de los hijos de Dios, la voz sufriente de nuestra humanidad, unida a la voz de Cristo, se puede convertir en fuente de esperanza para nosotros y para quien está a nuestro lado.

 

3 comentarios

Padre Christian FERRARO
"Ese grito encierra todo: dolor, abandono, fe, ofrenda. No es solo la voz de un cuerpo que cede, sino la última señal de una vida que se entrega".

Mmmm... Jesucristo..., ¿un grito de fe?... ¿de esperanza?...
Hay elementos interesantes y algunas reflexiones agudas en el texto; pero parece moverse desde el presupuesto, común en la "teología" contemporánea, de que Jesucristo tuvo fe; lo cual es una tremenda barbaridad.
Si por "fe", allí, hay que entender "confianza", habría que haber dicho "confianza". La fe es otra cosa: es "de non visis".
10/09/25 11:28 PM
Néstor
En efecto, Jesús no tiene fe, porque la fe es de lo que no se ve, y Jesús ve al Padre ya en su vida terrena. Y tampoco esperanza, porque se espera lo que no se tiene, y se espera la posesión de Dios por la visión beatífica, y eso Jesús ya lo tiene también en su vida terrena.

Y eso hablando de la naturaleza humana del Señor. Porque además está su Naturaleza divina, según la cual no solamente Jesús ve al Padre, sino que comprende exhaustivamente la Esencia divina, es "comprehensor", y posee la Omnisciencia, como corresponde a la Naturaleza divina.

Lo contrario es nestorianismo (en Jesús hay dos personas, una Divina y otra humana) o adopcionismo (en Jesús hay solamente una persona humana).

En la realidad de las cosas en Jesús hay una sola Persona, que es la Divina, el Verbo de Dios, que ha asumido una naturaleza humana en el tiempo.

Saludos cordiales.
11/09/25 3:08 AM
Jose
De acuerdo con los dos comentarios.
¿Volverán los hombres de la Iglesia(que es Santa, Ella sí) a proclamar la Verdad (completa) algún día?
11/09/25 2:44 PM

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