(UCANews/InfoCatólica) En la Asamblea General de Naciones Unidas celebrada el 4 de septiembre en Nueva York, con motivo del Día Internacional contra los Ensayos Nucleares, el arzobispo Gabriele G. Caccia, observador permanente de la Santa Sede, subrayó la urgencia de poner fin a la amenaza nuclear.
«La búsqueda de un mundo libre de armas nucleares no es solo una cuestión de necesidad estratégica y vital, sino también una profunda responsabilidad moral», afirmó Mons. Caccia.
El prelado recordó que la introducción de las armas nucleares en 1945, con las bombas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki que causaron entre 110.000 y 210.000 muertes, reveló al mundo «una fuerza destructiva sin precedentes». «Este hecho cambió el curso de la historia y proyectó una larga sombra sobre la humanidad, desencadenando graves consecuencias tanto para la vida humana como para la creación», añadió.
Mons. Caccia advirtió que, desde entonces, se extendió la idea de que la paz podía sostenerse mediante la disuasión nuclear, una noción que «sigue desafiando la conciencia moral y el sentido internacional de justicia».
El contexto actual refuerza esta preocupación. Según el Comité Internacional de la Cruz Roja, existen más de 120 conflictos activos en el mundo. Paralelamente, el gasto militar mundial alcanzó en 2024 un máximo histórico cercano a los 2,5 billones de dólares, un 7 % más que en 2023, con un promedio del 2 % del PIB global.
El arzobispo recordó que el Tratado sobre la Prohibición de las Armas Nucleares, adoptado en 2017, constituye un instrumento legal vinculante hacia su eliminación total. No obstante, ni Estados Unidos ni Rusia —que poseen alrededor del 88 % del arsenal nuclear mundial— lo han firmado, lo que calificó de «particularmente preocupante».
«En lugar de avanzar hacia el desarme y una cultura de paz, estamos asistiendo al resurgir de una retórica nuclear agresiva, al desarrollo de armas cada vez más destructivas y a un aumento significativo del gasto militar», advirtió. Todo ello, señaló, «a menudo a costa de la inversión en el desarrollo humano integral y en la promoción del bien común».
Mons. Caccia subrayó además que desde el primer ensayo nuclear en 1945 se han realizado más de 2.000 pruebas «en la atmósfera, bajo tierra, en los océanos y en tierra firme». «Estas acciones han afectado a todos, especialmente a los pueblos indígenas, a las mujeres, a los niños y a los no nacidos. La salud y la dignidad de muchos continúan viéndose dañadas en silencio y, con demasiada frecuencia, sin reparación», denunció.
El observador de la Santa Sede hizo un llamamiento a «reflexionar sobre la urgente responsabilidad compartida de garantizar que las terribles experiencias del pasado no se repitan». Reafirmó asimismo el apoyo de la Santa Sede tanto al Tratado de Prohibición Completa de los Ensayos Nucleares, que prohíbe cualquier explosión nuclear, como al Tratado sobre la Prohibición de las Armas Nucleares.
«Es imperativo superar el espíritu de miedo y resignación», indicó.
Concluyó citando las palabras del Papa León XIV en su audiencia general del 18 de junio: «Nunca debemos acostumbrarnos a la guerra. De hecho, la tentación de poner nuestra confianza en armas poderosas y sofisticadas debe ser firmemente rechazada».







