(LNBQ/InfoCatólica) El 30 de agosto, una mujer fue quemada viva en Kasuwan-Garba, una aldea de Níger, uno de los 12 estados del norte con mayoría musulmana. La mujer se llamaba Amaye, era musulmana, cocinaba y vendía comida en el mercado y todos la conocían. Según testimonios recogidos por los medios locales, esa tarde un cliente le propuso matrimonio en broma. Se desconoce cuál fue la respuesta de Amaye. Sin embargo, algunos transeúntes consideraron su respuesta blasfema y ofensiva para el profeta Mahoma. Eso fue suficiente. Según informes, Amaye fue llevada inicialmente a la comisaría para ser interrogada. Mientras tanto, la noticia se había extendido y se había formado una turba, cada vez más excitada y furiosa. Redujeron a los agentes y, antes de que pudieran llegar los refuerzos, se llevaron a la pobre mujer y le prendieron fuego.
Más casos
Estos casos no son raros en el norte de Nigeria. Los 12 estados de mayoría musulmana, de los cuales Níger forma parte, adoptaron la sharia, la ley islámica, en 1999, violando la constitución. El fundamentalismo islámico ha atraído a conversos. Parte de la población exige una estricta observancia de la sharia. Incluso la minoría cristiana ha tenido que adaptarse a restricciones, como la limitación del contacto entre los sexos y la producción y el consumo de bebidas alcohólicas. En cumplimiento de la sharia, se ha reintroducido el castigo corporal. En 2000, se infligió la primera amputación de una mano a un hombre acusado de robo en el estado de Zamfara, y en los dos años siguientes, fue solo gracias a la presión internacional que dos mujeres acusadas de adulterio, Amina Lawall en Katsina y Safiya Hussaini en Sokoto, escaparon de la muerte por lapidación.
La policía religiosa, al igual que en Irán, vigila a los fieles para garantizar que se comporten según lo prescrito, autorizándolos a afeitar la cabeza de los hombres con cortes de pelo inapropiados y a multar a quienes infrinjan los códigos de vestimenta. En 2021, la policía religiosa de Kano incluso ordenó a los comerciantes que usaran únicamente maniquíes sin cabeza, «para que no parecieran humanos», y que nunca los exhibieran desnudos en los escaparates, «en cumplimiento con la ley sharia, que prohíbe mostrar ciertas partes del cuerpo», casi todas las cuales se aplican a las mujeres.
Donde rige la sharia, la blasfemia es un delito penal, castigado con hasta dos años de prisión. En el resto de Nigeria, el código penal establece que «quien cometa un acto que cualquier grupo de personas considere un insulto público a su religión, con la intención de que dicho acto se considere como tal, y quien cometa un acto con el conocimiento y la intención de ofender a cualquier grupo de personas, comete un delito», que conlleva una pena de hasta dos años de prisión.
Pero para muchos musulmanes, eso no es suficiente, ni para quienes asesinaron a Amaye. Tampoco lo es para quienes, en junio de 2023, apedrearon a Usman Bud, un musulmán padre de seis hijos que se ganaba la vida como carnicero en un mercado de Sokoto, capital del estado homónimo, nuevamente por comentarios considerados ofensivos para el profeta Mahoma. Su lapidación fue filmada y el video circuló: muestra al hombre sucumbiendo, golpeado hasta la muerte con palos y piedras, y a personas incitando a los niños a lanzar piedras también. En esa ocasión, las autoridades gubernamentales, si bien condenaron el asesinato, no ofrecieron sus condolencias a la familia. Pocas personas asistieron a la vigilia fúnebre con la familia de Usman, tal es el estigma social que pesa sobre los acusados de blasfemia.
Un año antes, en el mismo estado, Deborah Samuel, una estudiante cristiana, fue linchada por sus compañeros musulmanes, quienes quemaron su cuerpo después de matarla. Fue acusada de publicar un mensaje de audio en WhatsApp con comentarios ofensivos sobre Mahoma. Las autoridades escolares la habían colocado en una habitación segura, pero los estudiantes lograron entrar y llevársela. La policía lanzó gases lacrimógenos contra los estudiantes y luego disparó al aire para dispersarlos, pero no fue suficiente para detenerlos. Los principales líderes religiosos y políticos del país se pronunciaron para condenar el incidente. El líder religioso islámico más prominente de Nigeria, Sa'ad Abubakar, sultán de Sokoto, calificó la violencia de injustificada e instó a las autoridades a encontrar a los perpetradores y llevarlos ante la justicia. El gobernador del estado, Aminu Waziri Tambuwal, hizo un llamamiento a los seguidores de ambas religiones, pidiéndoles que siguieran viviendo en paz. Sin embargo, se tuvo que declarar un toque de queda en el estado para detener a los manifestantes que exigían la liberación de dos jóvenes arrestados bajo sospecha de participar en el asesinato.
ONG islámica condena los hechos
Muslim Rights Concern (MURIC), organización musulmana cuyo lema es «Diálogo, No Violencia», también se pronunció sobre el caso de Amaye. La organización defiende los derechos humanos y es conocida por su firme labor anticorrupción. Afirma que lleva a cabo todas sus acciones «en obediencia a los mandamientos divinos de Alá Todopoderoso». Se unió a otras voces gubernamentales y religiosas con autoridad para condenar a Amaye. En un comunicado, el profesor Ishaq Akintola, director de MURIC, calificó el asesinato de Amaye de «extrajudicial, bárbaro y antiislámico».
Existe un islam que quema a los blasfemos y un islam que cree que es antiislámico hacerlo. Se trata de dos islams que se enfrentan y chocan por cuestiones cruciales, ambos «en nombre de Alá Todopoderoso». Nuestro futuro depende del resultado de esa confrontación/enfrentamiento. La coexistencia, incluso una alianza, es posible con el segundo; no con el primero, aunque lo intentemos, porque su misión es la yihad, la guerra santa para subyugar a toda la humanidad.







