(InfoCatólica) El Papa pronunció unas palabras en inglés antes de la homilía para aquellos que no entieden italiano.
El Pontífice, que durante dos mandatos (2001-2013) fue Prior General de la Orden, afirmó la importancia de que «el ambiente del Capítulo, en armonía con la tradición secular de la Iglesia, sea un ambiente de escucha: de escucha de Dios, de escucha de los demás».
Se refirió además a la explicación que dio San Agustín de porqué no se daba ya más el don de lenguas presente en las primeras comunidades cristianas:
«...nuestro padre san Agustín, en respuesta a la provocadora pregunta de por qué hoy no se repite el signo extraordinario de la «glosolalia», como ocurrió un día en Jerusalén, hace una reflexión que creo que os será muy útil en el mandato que estáis por asumir. Agustín dice: «Cada creyente individual hablaba en todas las lenguas; y ahora la unidad de los creyentes habla en todas las lenguas. Así que, incluso ahora, todas las lenguas son nuestras, puesto que somos miembros del cuerpo en el que se encuentran» (Sermón 269, 1)».
Tras recordar la enseñaza de San Pablo en 1ª Cor 12, dijo:
«Que la unidad sea una meta indispensable de vuestros esfuerzos, pero no solo eso: que también sea el criterio para evaluar vuestras acciones y vuestro trabajo conjunto, porque lo que une viene de él, pero lo que divide no puede venir de él».
León XIV citó de nuevo a San Agustín y marcó a los religiosos el camino a seguir:
«Escucha, humildad y unidad: estas son tres sugerencias que, espero, os serán útiles y que la liturgia os ofrece para los próximos días«.
Santa Misa para la apertura del Capítulo General de la Orden de San Agustín
Homilía de Su Santidad el papa León XIV
Basílica de San Agustín en Campo Marzio (Roma)
Lunes, 1 de septiembre de 2025
Queridas hermanas y hermanos:
Padre Alejandro Moral, prior general; mis hermanos en el episcopado, Luis y Wilder; y todos vosotros, mis hermanos agustinos, hermanas y hermanos aquí presentes: antes de comenzar con la homilía formal que está preparada, solo quiero saludaros a todos. Y a aquellos de vosotros que entendéis inglés pero no entendéis italiano: ¡rezad por el don del Espíritu Santo! Y quizás, durante este breve momento de reflexión sobre la Palabra de Dios, y reflexionando sobre lo que el Señor os está pidiendo, a vosotros que estáis a punto de comenzar este Capítulo General Ordinario, se os conceda no necesariamente el don de entender o hablar todos los idiomas, sino el don de escuchar, el don de la humildad y el don de promover la unidad, dentro de la Orden y en toda la Orden, en toda la Iglesia y en el mundo.
Celebramos esta Eucaristía al inicio del Capítulo General, un momento de gracia para la Orden agustiniana y un momento de gracia para toda la Iglesia.
En esta misa votiva del Espíritu Santo, pidámosle a él, por quien el amor de Cristo habita en nuestros corazones (cf. Rm 5,5), que guíe nuestro trabajo día tras día.
Un autor antiguo, refiriéndose a Pentecostés (cf. Hch 2,1-11), la describe como una «efusión abundante e irresistible del Espíritu» (Didimo el Ciego, De Trinitate, 6, 8: PG 39, 533). Pidamos al Señor que así sea también para vosotros: que su Espíritu prevalezca sobre toda lógica humana, de manera «abundante e irresistible», para que la tercera Persona divina pueda convertirse verdaderamente en la protagonista de los días venideros.
El Espíritu Santo habla, hoy como en el pasado. Lo hace en el penetralia cordis y a través de los hermanos y de las circunstancias de la vida. Por eso es importante que el ambiente del Capítulo, en armonía con la tradición secular de la Iglesia, sea un ambiente de escucha: de escucha de Dios, de escucha de los demás.
Meditando sobre Pentecostés, nuestro padre san Agustín, en respuesta a la provocadora pregunta de por qué hoy no se repite el signo extraordinario de la «glosolalia», como ocurrió un día en Jerusalén, hace una reflexión que creo que os será muy útil en el mandato que estáis por asumir. Agustín dice: «Cada creyente individual hablaba en todas las lenguas; y ahora la unidad de los creyentes habla en todas las lenguas. Así que, incluso ahora, todas las lenguas son nuestras, puesto que somos miembros del cuerpo en el que se encuentran» (Sermón 269, 1).
Queridos amigos, aquí, juntos, sois miembros del Cuerpo de Cristo, que habla todas las lenguas. Si no todas las del mundo, ciertamente todas aquellas que Dios sabe que son necesarias para cumplir el bien que, en su sabia providencia, os encomienda.
Vivid, por tanto, estos días con un esfuerzo sincero por comunicaros y por comprenderos, y hacedlo como una respuesta generosa al gran y singular don de luz y gracia que el Padre del cielo os da al convocaros aquí, específicamente a vosotros, para el bien de todos.
Y pasamos a un segundo punto: haced todo esto con humildad. San Agustín, al comentar la variedad de maneras en las que el Espíritu Santo se ha derramado sobre el mundo a lo largo de los siglos, interpreta esta multiplicidad como una invitación a hacernos pequeños ante la libertad e inescrutabilidad de la acción de Dios (ivi, 2). Que nadie piense que tiene todas las respuestas. Que cada uno comparta abiertamente lo que posee. Que todos acojan con fe lo que el Señor inspira, sabiendo que «como el cielo es más alto que la tierra» (Is 55,9), así sus caminos son más altos que nuestros caminos, y sus pensamientos más que nuestros pensamientos. Solo así el Espíritu podrá «enseñarnos» y «recordarnos» lo que dijo Jesús (cf. Jn 14,26), inscribiéndolo en nuestros corazones para que su eco se difunda desde ellos, en la singularidad e irrepetibilidad de cada latido.
Hay, sin embargo, otro punto de reflexión que me gustaría destacar a partir de lo que la liturgia de hoy nos ofrece: el valor de la unidad.
En la primera carta, san Pablo, al hablar de la comunidad de Corinto, la describe de un modo que fácilmente puede aplicarse a vuestro Capítulo. También aquí, en efecto, «a cada uno se le da la manifestación del Espíritu para el bien común» (1 Co 12,7); también aquí «uno y el mismo Espíritu actúa todas estas cosas, distribuyéndolas a cada uno en particular como él quiere» (v. 11); y de vosotros también puede decirse que «así como el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, aunque muchos, son un solo cuerpo, así también es Cristo» (v. 12).
Que la unidad sea una meta indispensable de vuestros esfuerzos, pero no solo eso: que también sea el criterio para evaluar vuestras acciones y vuestro trabajo conjunto, porque lo que une viene de él, pero lo que divide no puede venir de él.
A este respecto, san Agustín también nos ayuda; comentando nuevamente el milagro de Pentecostés, observa: «Así como en aquel tiempo las lenguas de todas las naciones en una sola persona indicaban la presencia del Espíritu Santo, del mismo modo ahora él se manifiesta mediante el amor a la unidad de todas las naciones» (ivi, 3). Y luego continúa: «Así como las personas espirituales se complacen en la unidad, las personas mundanas están siempre listas para la disputa» (ibid.). Por tanto, pregunta: «¿Qué mayor poder podría tener la piedad que el amor a la unidad?», y concluye: «El momento en el que podéis estar seguros de tener el Espíritu Santo es cuando consentís, mediante una caridad sincera, en unir firmemente vuestras mentes a la unidad» (ibid.).
Escucha, humildad y unidad: estas son tres sugerencias que, espero, os serán útiles y que la liturgia os ofrece para los próximos días.
La invitación es a hacerlas vuestras, renovando la oración que elevamos al Señor al inicio de esta celebración: «Que el Paráclito, que procede de ti, oh Padre, ilumine nuestras mentes y, según la promesa de tu Hijo, nos guíe a toda la verdad» (cf. Misal romano, misa votiva del Espíritu Santo, B, colecta).







