(Portaluz/InfoCatólica) En 2019, Stefan Pace emprendió por primera vez el Camino Francés, la ruta que une Saint-Jean-Pied-de-Port con Santiago de Compostela. Aquel viaje lo vivió con ilusión, pues deseaba recorrerlo como auténtico peregrino. Sin embargo, este italiano residente en Heidelsheim, cerca de Bruchsal (Karlsruhe, Alemania), empezó a sufrir complicaciones de salud y no logró completar la ruta. Ese mismo año, con apenas 44 años, recibió un duro diagnóstico: cáncer.
«Estaba desgarrado en un agujero profundo», recuerda. Confiesa que se sentía «a merced de su enfermedad». Su familia se volcó con él, acompañándole en citas médicas, ingresos hospitalarios, cirugías y tratamientos. En medio de esa situación, Stefan elevó una súplica: «Dios, por favor, déjame ir a Santiago de nuevo y llegar allí», cuenta este católico que ejercía como maestro pintor y barnizador.
Aunque los médicos lo desaconsejaban, decidió intentarlo. Le animó la promesa de su hijo Marko, que se ofreció a caminar con él. De esta manera, padre e hijo emprendieron la peregrinación: 800 kilómetros a pie, desde Saint-Jean-Pied-de-Port hasta la tumba del Apóstol. «Al principio ni siquiera sabía si podría caminar un día», reconoce. Su médico de cabecera, impresionado por la determinación de Stefan, aceptó con la condición de mantenerse en contacto frecuente. «Me alegré de que mi médico me apoyara en ese momento», añade.
El esfuerzo fue enorme. Stefan se alimentaba principalmente de plátanos y cargaba con una mochila de 12 kilos. «Con la mochila de 12 kilogramos en la espalda y el calor, el recorrido era muy extenuante», comenta. A veces su hijo llevaba el equipaje por él y, cuando el cuerpo no resistía, se veía obligado a tomar algún tramo en autobús.
Lo más valioso, asegura, fue compartir el camino con Marko: «Fue una experiencia indescriptiblemente hermosa. Tuvimos mucho tiempo para hablar entre nosotros y orar». Paso a paso, la peregrinación le ayudó «a volver a la vida», hasta que finalmente ambos completaron juntos los 800 kilómetros.
La llegada a la Catedral de Santiago fue inolvidable. Emocionado hasta las lágrimas, Stefan confesó: «Me alegré de que el Señor me hubiera dado esta oportunidad en ese entonces. El Camino de Santiago me salvó». Y añade: «Mi piel se volvió más suave, los niveles en sangre mejoraron y volví a comer normalmente». También su fe salió fortalecida: su relación con Dios se volvió más íntima y adquirió el hábito de la oración diaria.
En 2023, Stefan participó como voluntario en la Jornada Mundial de la Juventud de Fátima y Lisboa, ayudando en un albergue y siendo testigo del encuentro de los jóvenes con el Papa Francisco. Poco después, durante una peregrinación a Fátima, su hijo Marko —entonces de 22 años— experimentó una profunda conversión que le llevó a discernir la vocación sacerdotal. «Ese también fue el Camino», afirma Stefan con orgullo. Actualmente, Marko estudia teología en el seminario de Friburgo.
Ese mismo año, Stefan sufrió una recaída de cáncer. La enfermedad vino acompañada de la necesidad de dejar su oficio y replantearse su vida laboral. En soledad y abrumado por las circunstancias, volvió al Camino. «Pude dejar mucho atrás en el camino, ordenarme y realinear mi vida», asegura.
Hoy, su estado de salud ha mejorado, aunque sigue arrastrando secuelas de las numerosas intervenciones quirúrgicas. Aun así, lo tiene claro: «Rendirse no es una opción». Desde que enfermó gravemente ha recorrido cerca de 7.000 kilómetros en distintas peregrinaciones a Santiago.
De cara al próximo otoño, su plan es volver al Camino, pero esta vez en bicicleta. Quiere dedicar la ruta a rezar por la paz en el mundo, por lo que ha bautizado la iniciativa como «Camino per la Pace» (Peregrinación por la Paz). Para Stefan, el Camino de Santiago se ha transformado en un auténtico «camino de la vida», que comienza cada mañana en el umbral de su propia casa, como él mismo lo define.







