(InfoCatólica) Monseñor De Kerimel designó al padre Dominique Spina como canciller y delegado episcopal para los matrimonios. El nombramiento salió a la luz el 7 de julio, cuando el diario regional La Dépêche du Midi informó sobre el asunto.
El padre Spina fue condenado en 2006 por el Tribunal de Apelación de Tarbes por la violación de un alumno de 16 años en 1993, mientras ejercía como director espiritual en el colegio Notre-Dame de Bétharram. La sentencia le impuso cinco años de prisión, de los cuales cumplió cuatro y uno quedó en suspensión.
Como era de esperar, la decisión provocó una oleada de críticas, llegando a producirse la intervención de la Conferencia Episcopal francesa, que le solicitò que revocarse el nombramiento. Precisamente esa petición es la que ha tenido un peso decisivo en su decisión.
Mons. De Kerimel ha explicado en una carta sus razones y ha pedido disculpas tanto a las víctimas de abusos como a aquellos que viven una muerte social de por vida después de haber cumplido la pena impuesta. El arzobispo se disculpa con el P. Spina, en quien dice confiar.
Carta del arzobispo
Para no provocar división entre obispos, y para no quedarme en un enfrentamiento entre los «a favor» y los «en contra», he decidido dar marcha atrás en mi decisión; ya se ha hecho, con el nombramiento de un nuevo canciller.
Mi decisión fue interpretada por muchas personas como un desaire hacia las víctimas de abusos sexuales; pido perdón a las víctimas. Evidentemente, no era esa mi intención. Otros vieron en ella, por fin, un signo de esperanza para los autores de abusos que ya han cumplido su condena y que viven una muerte social muy dolorosa. A ellos también debo pedir perdón, en particular a la persona que había nombrado y en quien confío, por no haber sabido encontrar el lugar justo que le corresponde.
¿Cómo encontrar una actitud justa que no obligue a tomar partido en perjuicio del otro? ¿Cómo mantener la atención prioritaria hacia las víctimas sin excluir para siempre a los culpables?
Hoy se habla de «justicia restaurativa»: busca establecer un encuentro, siempre libre, entre el autor del delito y la víctima, para un reconocimiento del mal cometido y con el deseo de no quedar encerrados en ese mal.
El autor debe reparar el daño causado o, al menos, mediante la pena que le impone la justicia, participar en esa reparación. Cuando se trata de un crimen, el daño tiene siempre una dimensión irreparable. ¿Qué hacer en ese caso? ¿Practicar la venganza? Sería encerrarse en una lógica destructiva y, en última instancia, en la victoria definitiva del mal.
Francia ha renunciado a la pena de muerte; la justicia cree en el cambio posible de los criminales y trabaja por su reinserción. No puede dar rienda suelta a la venganza; eso iría en detrimento, por supuesto, del autor, pero también de la víctima y de toda la sociedad. En nombre de esa pretendida justicia, se caería en las peores injusticias. La justicia no devuelve al autor el mismo mal que infligió a la víctima: «ojo por ojo, diente por diente». Pone un límite a la exclusión del culpable, salvo en los casos extremos de personas peligrosas.
En el Evangelio, Jesús fue muy lejos en la rehabilitación de las personas pecadoras y culpables. Llamó a puestos de responsabilidad a hombres como Mateo el recaudador de impuestos, Pedro el renegado, Pablo el criminal, María Magdalena la prostituta, y tantos otros. Pablo causó víctimas, quizá también san Mateo en otro orden. Sin embargo, Jesús perdonó sus pecados, cambiaron de vida y ejercieron, en nombre de Cristo, una autoridad que perdura hasta hoy. Esta lógica evangélica va más allá de la reinserción, que solo afecta al lugar en el tejido social: lleva el nombre de conversión, porque transforma el corazón del hombre.
Nosotros, que tenemos la misión de testimoniar el Evangelio, no podemos ignorar la misericordia que Jesús manifestó siempre, incluso en la cruz, al perdonar al malhechor que se volvía hacia Él. Creemos que la justicia no se opone a la misericordia, y que la misericordia no se opone a la justicia.
Creemos en el perdón, en la redención, sin justificar jamás la injusticia, aunque, por desgracia, a veces la practiquemos, porque no valemos más que los primeros discípulos de Jesús. El camino de conversión nunca se completa en esta tierra.
¿Cómo mantener unidos justicia y misericordia? Me gustaría que siguiéramos reflexionando sobre este tema tan importante, para no quedarnos en las emociones que rara vez conducen a una verdadera justicia, y para que, como cristianos, adoptemos una actitud lo más justa posible, conforme al Evangelio.
Recibid la seguridad de mi entrega.
† Guy de Kerimel
Arzobispo de Toulouse
16 de agosto de 2025






