(Catholic Culture/InfoCatólica) Por primera vez en la historia, el número de las personas mayores de 65 años supera al de los niños menores de 5 años: en el mundo hay más ancianos que niños pequeños. Este dato estadístico ha llevado a Phil Lawler, periodista y director del portal informativo Catholic Culture, a hablar de que se avecina una «implosión demográfica».
La desproporción es especialmente dramática en los países más desarrollados, cuyas tasas de natalidad se han reducido al mínimo, mientras los avances de la ciencia permiten que avance la esperanza de vida y, por lo tanto, que haya una mayor proporción de ancianos. La mayoría de los países europeos, por ejemplo, están por debajo del nivel de natalidad necesario para que la población se mantenga estable. De forma casi unánime, este desequilibrio se ha intentado compensar mediante la afluencia de inmigrantes, con miras a evitar un envejecimiento aún más rápido de la población, que, de otro modo, sería económicamente inviable.
Otras zonas del mundo que anteriormente registraban una tendencia contraria han ido pasando poco a poco al campo de los países que envejecen. Hace tres años, según datos de la CEPAL, la natalidad en Hispanoamérica cayó bajo el nivel de 2,1 hijos por mujer, que es el necesario para que la población no disminuya. Asia está más o menos en ese nivel (entre 2,1 y 2,2 hijos por mujer) y Oceanía se acerca mucho (2,4 hijos por mujer). Solo África mantiene una natalidad pujante.
El director de Catholic Culture señala que «no es probable que esta tendencia cambie en un futuro próximo», como consecuencia de diversos factores. Uno de ellos es que las parejas cada vez se casan más tarde, si es que lo hacen en algún momento, y tienden a posponer los embarazos, por criterios profesionales o de calidad de vida. En Estados Unidos, que tradicionalmente tenía una sociedad menos envejecida que Europa, la edad media a la que las mujeres contraen matrimonio ha pasado de los 25 a los 28 años desde el año 2000.
Si bien la población mundial ha disminuido algunas veces a lo largo de la historia como consecuencia de guerras o plagas, la tendencia actual es diferente, porque no se debe tanto a factores externos sino internos de la sociedad y su mentalidad. Al hedonismo, el declive de la familia y del matrimonio, la banalización de la sexualidad, la profesionalización de la mujer y el costo de la vida, se han sumado en los últimos años tendencias ideológicas que llevan a considerar al ser humano en sí mismo como una amenaza para el planeta. Multitud de jóvenes, convencidos por la propaganda de la superpoblación y otras obsesiones modernas, creen firmemente que tener hijos, de alguna forma, es antiecológico. Todo esto, en conjunto, hace que «no haya forma de evitar una contracción masiva» de la población, según Lawler.
Cabe concluir, por lo tanto, que «los profetas de desdichas que nos advirtieron contra las terribles consecuencias de la superpoblación se equivocaron». En particular, ha quedado claro que estaba equivocado Paul Ehrlich, el famoso autor de La bomba demográfica, que en los años setenta predijo hambrunas generalizadas por todo el mundo causadas por el aumento de la población. Sus opiniones y las de pensadores afines desataron un pánico muy similar al existente en la actualidad con respecto al cambio climático, al afirmar que las catástrofes eran inevitables aunque se tomaran medidas drásticas para reducir la población, pero, a la vez, exigiendo que se tomaran esas medidas. Nos amenazaron con que se iba a producir una explosión demográfica y lo que está teniendo lugar es justo lo contrario: una «implosión demográfica», el descenso rápido y generalizado de los nacimientos, que parece muy difícil de evitar.