InfoCatólica / La Puerta de Damasco / Categoría: General

6.05.08

Mayo virtual: Caná

Día 7. Caná, la Madre solícita

“Faltó el vino, y la madre de Jesús les dijo: ‘No les queda vino’. Jesús le contestó: ‘Mujer, déjame, todavía no ha llegado mi hora’. Su madre dijo a los sirvientes: ‘Haced lo que él diga’ ” (Juan 2,3-5).

Caná está situado en la ladera de una montaña, a unos doce kilómetros al norte de Nazaret. El signo del agua convertida en vino anticipa la “hora” de Jesús, su glorificación. María está en Caná y está en el Calvario, colaborando en la obra del Señor desde el principio hasta el fin.

Su presencia, materna y solícita, es una presencia activa. La liturgia alaba esta presencia: “Dichosa eres, Virgen María: por ti realizó tu Hijo el primero de sus signos; por ti el Esposo preparó el vino para su Esposa; por ti los discípulos creyeron en el Maestro”.

La Virgen no ha dejado de ejercer esta misión salvadora en favor de toda la Iglesia. Ella sigue intercediendo ante su Hijo, presentándole nuestras necesidades, y diciéndonos, como a los siervos de Caná: “Haced lo que él diga”. María está presente asimismo en el banquete de bodas de la Eucaristía, en el que Cristo convierte el pan y el vino en su Cuerpo y su Sangre para ser el alimento de nuestra alegría, para sostener nuestras fuerzas, para hacernos pregustar la gloria futura.

No podemos amar a María sin ser dóciles a su palabra; sin escuchar y seguir a Jesús. Hacer lo que Él nos dice es rechazar todo lo que es contrario al Evangelio: el odio, la violencia, las injusticias; y es, a la vez, fomentar todo lo que es conforme a la voluntad del Padre: la caridad, la ayuda mutua, la defensa de los pobres. Como recordaba Juan Pablo II, “no se puede invocar a la Virgen como Madre despreciando o maltratando a sus hijos” (8.III.1983).

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Mayo virtual: Nazaret

Nazaret, la adoración en silencio

“Y cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba” (Lucas 2,9-40).

Nazaret, un pueblo más bien pequeño, situado en la falda de una montaña, fue el lugar donde María recibió con fe el anuncio del ángel y donde transcurrieron los años de vida oculta de Nuestro Señor. Allí, Jesús, “sometido a sus padres” (Lucas 2,51), “progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres” (Lucas 2,51-52).

Nazaret es el hogar de la Sagrada Familia, en el que el anonadamiento del Hijo de Dios se traduce en vida cotidiana; vida de trabajo, de práctica religiosa judía; de convivencia diaria. En ese hogar contemplamos a María hecha discípula de su Hijo, conservando en su corazón y meditando en su mente las primicias del Evangelio. La contemplamos como esposa virginal de José, el hombre justo. La contemplamos adorando en silencio a Dios, alabándolo con la vida, glorificándolo con su trabajo, celebrándolo con cánticos.

El Papa Pablo VI, en la iglesia de la Anunciación en Nazaret, hizo un elogio encendido de esta vida de adoración y silencio: “Silencio de Nazaret, enséñanos el recogimiento y la interioridad, enséñanos a estar siempre dispuestos a escuchar las buenas inspiraciones y la doctrina de los verdaderos maestros. Enséñanos la necesidad y el valor de una conveniente formación, del estudio, de la meditación, de una vida interior intensa, de la oración personal que sólo Dios ve” (5 de enero de 1964).

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4.05.08

Newman mariano: La Carta a Pusey

Ya que estamos en Mayo, y ya que Newman es un autor de mi devoción, quisiera evocar otro importantísimo texto suyo mariano: “A letter addressed to the rev. E.B. Pusey d.d. on occasion of the ‘Eirenicon’”.

El reverendo Pusey, teólogo anglicano, de tendencias filocatólicas, escribió en 1865 una obra titulada “La Iglesia de Inglaterra, parte de la Iglesia Una Santa Católica de Cristo”.

En esa obra, conocida como “Eirenicon”, Pusey atacó el culto a María. Le parecía el principal obstáculo para la reunificación de la Iglesia y una piedra de escándalo que cargaba sobre sí la Iglesia de Roma.

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Cardenal Newman: Meditaciones para el mes de mayo

El Cardenal Newman escribió unas “Meditations on the Litany od Loretto for the month of May”. Lamentablemente, no disponemos aún –que yo sepa - del texto en español.

La pasión por la verdad, que caracterizó la vida del cardenal inglés, se refleja de un modo singular en el tema mariano. Al principio, Newman pensaba que el culto a María estaba en contraste con la revelación y que suponía un obstáculo para la adoración del Dios único. Finalmente, comprende que María no impide el culto a Dios, sino que lo favorece y ayuda a realizarlo de un modo más perfecto.

Una vez católico, Newman siente la urgencia de “reparar” y se convierte en un ferviente devoto de la Virgen y en un gran defensor de su grandeza. De esta devoción nacen las “Meditaciones para el mes de Mayo”. Meditaciones que Newman dirigió en la iglesia del Oratorio de Birmingham, y que fueron recogidas por sus discípulos y publicadas póstumamente en 1893.

Estas reflexiones se caracterizan por su impronta bíblica, teológica y litúrgica. Su comentario a las “Letanías Lauretanas” constituye una preciosa síntesis de mariología. María es contemplada en el marco de la historia de la salvación: en el pensamiento de Dios, en la vida de Jesús, en la historia de la Iglesia.

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3.05.08

Mayo virtual: La Candelaria

Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre: - ‘Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma’ ” (Lucas 2,33-35).

A los cuarenta días del Nacimiento del Señor, Jesús y su Madre acudieron al templo para cumplir la Ley. Aquel que, como Dios, es el Autor de la Ley es, como hombre, el primero en someterse a su cumplimiento. Él es el Primogénito que pertenece al Señor, que ha se ser rescatado con la ofrenda de los pobres: “un par de tórtolas o dos pichones”. La humildad de Jesús se refleja en la humildad de María, la Purísima, la que castamente engendró en su seno virginal al Hijo del eterno Padre y que se sometió al rito de la purificación de las parturientas.

El Señor “tenía que parecerse en todo a sus hermanos, para ser sumo sacerdote compasivo y fiel en lo que a Dios se refiere, y expiar así los pecados del pueblo” (Hebreos 2,17). Toda la expectación de Israel – personificada en Simeón y Ana - viene al encuentro del Salvador, de la Luz de las naciones. No obstante, Jesús, el Mesías, es “signo de contradicción”.

Este misterio del rechazo de Jesús es también rechazo de su Madre. Una espada de dolor traspasará su corazón. María está, en todo, unida a su Hijo: “el mismo amor asocia al Hijo y a la Madre, el mismo dolor los une” y los mueve una misma voluntad de agradar al Padre, canta la Liturgia. La Madre es, desde el comienzo, la Madre Dolorosa, la que ofrece al Cordero sin mancha para ser inmolado en el ara de la cruz.

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