3.02.09

¿Quién era San Blas y cuál es el motivo de su popularidad?

Si todos los santos son modelos e intercesores, pues en ellos se ha cumplido el misterio pascual, algunos de los santos han conquistado, por decirlo así, el fervor del pueblo de un modo especialmente destacado. San Blas es uno de estos santos, ya que su culto tuvo una gran extensión, tanto en Occidente como en Oriente. En Oriente la fiesta de San Blas se celebraba el 11 de febrero y, en Occidente, tenía señaladas dos fiestas; el 3 de febrero, aún vigente, y el 15 del mismo mes. Sólo en Roma tuvo San Blas cincuenta y cuatro iglesias y oratorios bajo su protección, y muchísimos monasterios e iglesias del mundo dicen poseer reliquias de este mártir.

¿Quién era San Blas y cuál es el motivo de su popularidad? De las cuatro actas griegas de San Blas pueden extraerse algunos datos: Era médico, obispo de Sebaste, en Armenia (actualmente Sivas, en Turquía), que vivió en tiempos de los emperadores Diocleciano y Licino (307-323). Decretada la persecución, Blas buscó asilo en una cueva, donde fue descubierto por unos cazadores y denunciado al gobernador Agrícola de Capadocia. Fue torturado con peines de hierro y, finalmente, decapitado.

Las actas apócrifas le atribuyen, y éste es el motivo de su popularidad, numerosos milagros. Se le invoca como abogado contra la difteria y contra todos los males y accidentes de garganta. En algunos lugares persiste la costumbre de bendecir a las personas el día 3 de febrero con dos velas diciendo esta oración: “Por la intercesión y los méritos de San Blas, obispo y mártir, Dios te libre de los dolores de garganta y de cualquier otro mal”.

En la oración colecta de la Misa se pide a Dios que nos conceda, por los méritos de San Blas, “la paz en esta vida y el premio de la vida eterna”. Todos nosotros ansiamos la paz del corazón. Y esa paz anhelada la encontramos en Jesucristo, nuestro Señor: “Él es nuestra paz” (2,14), dice San Pablo en la Carta a los Efesios, pues Él derriba la enemistad, el muro de la separación entre los hombres y los pueblos. Y es también Jesucristo quien declara “bienaventurados a los que construyen la paz” (Mateo 5, 9).

Existen, al menos, dos amenazas para la paz del corazón: La ira y el odio. La ira es un deseo de venganza por el agravio o el daño recibido. Podemos, legítimamente, pedir una reparación para el mantenimiento de la justicia, pero no debemos permitir que el deseo de venganza anide en nuestro interior. El odio voluntario, la antipatía o la aversión hacia alguien cuyo mal se desea, destruye también la paz del alma. El Señor, frente a la venganza y a la ira, prescribe el amor, la caridad: “Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial” (Mateo 5,44-45).

Leer más... »

31.01.09

No enseñaba como los letrados, sino con autoridad

Dios había prometido enviar a su pueblo un profeta semejante a Moisés (cf Dt 18,15-20). Un profeta que hablará en nombre de Dios, que será mediador entre Dios y los hombres. Israel aguardaba a este profeta prometido, que se distinguiría por su enseñanza dotada de autoridad y por el poder de sus milagros. Esta expectativa estaba muy viva en tiempos de Jesús y, muchos, al escucharle o verle obrar se preguntaban si no sería él el profeta anunciado.

¿Compartimos nosotros esta esperanza de Israel? ¿Deseamos, en el fondo de nuestro corazón, que Dios nos hable, que irrumpa en nuestras vidas, que nos haga llegar su palabra? ¿Estamos dispuestos a acoger lo nuevo, lo que no proviene de nosotros mismos, de nuestros gustos, de nuestros caprichos, de nuestros proyectos, para dejar que Dios nos sorprenda? ¿Deseamos, en definitiva, que Él nos salve, que nos libre del mal y de la muerte, de todo lo que impide nuestra verdadera felicidad?

Este anhelo de Dios, de la proximidad de Dios, es necesario para acercarnos a la persona de Jesús. Porque Jesús es el profeta esperado que no sólo nos trae las palabras de Dios, sino que nos trae al mismo Dios, ya que Él es el Hijo de Dios, el Verbo encarnado. Dios viene a nosotros en toda su majestad y esplendor, en todo su poder y gloria, pero, para que podamos acercarnos a Él sin ser devorados por el fuego de su santidad, la grandeza divina se presenta cubierta por el velo amable de la humanidad santísima de Jesús. En la humanidad del Redentor se hace visible el Invisible, se puede tocar con las manos al Eterno. Por eso Jesús es el Mediador entre Dios y los hombres; en Él irrumpe en la naturaleza humana la vida de Dios mismo y por Él la naturaleza humana fue elevada hasta Dios.

Leer más... »

27.01.09

2009, el Año de la Vida

La Conferencia Episcopal Española ha puesto en marcha un año de oración por la vida; exactamente, el año actual: 2009. Para ayudar a la celebración de este año ha preparado una serie de materiales que ayuden a orar por esta causa a las diversas parroquias, y a otras entidades eclesiales, de las diócesis españolas.

Bienvenida sea esta iniciativa. A mí me parece que la “lex orandi”, en este punto concreto, va por detrás de la “lex credendi”. Y esta lejanía no es buena, no es coherente. La doctrina de la Iglesia es muy clara sobre el respeto a la vida. Basta leer la encíclica “Evangelium vitae” de Juan Pablo II. Pero la “lex orandi”… Eso es otra cosa.

No encuentro, en el Misal – quizá se deba a que no he buscado bien – una “Misa por la defensa de la vida”. Y, puestos a buscar formularios, aparecen muchos, y de todo tipo: “Por la paz y la justicia”, “por la santificación del trabajo humano”, “por los enfermos”, por citar sólo algunas de las “diversas necesidades”. No entro ya en las “Misas exequiales”, en las que, junto a la Misa por los niños, se echa en falta una Misa por los niños que han sido eliminados antes de nacer… Aunque las Misas sean por los bautizados; pero existe el bautismo de deseo y el bautismo de sangre… Incluso una Fiesta de “Los Santos Inocentes, Mártires”; es decir, de aquellos niños que no pudieron confesar a Cristo de palabra, pero lo confesaron con su martirio.

Leer más... »

El Presidente positivista

Zapatero se ha revelado, una vez más, como un positivista. No como alguien atento a la realidad de los hechos; sobre los que tiende a no pronunciarse: “¿Es el feto una persona humana o no lo es?” Tal pregunta no obtiene respuesta. El positivismo de Zapatero es un positivismo jurídico, que no se para a pensar sobre la deseable vinculación entre moral y derecho. Lo que importa no es la realidad, sino lo que el derecho positivo; es decir, las leyes vigentes, admiten. Sólo desde esta lógica se comprende que la toma de posición sobre el carácter humano del feto se desplace en favor de una vaga alusión a una sentencia del Tribunal Constitucional.

Pero el suyo es un positivismo no coherente. Zapatero divaga. Habla, primero, del aborto como un derecho de la mujer y, después, se refugia en el carácter indeseable de penar a la mujer que aborta. Ambas cosas no son lo mismo. Si nos atenemos a las leyes vigentes en España, el aborto no es un derecho, es un delito. En el Código Penal, libro II, título II, se trata del aborto en el contexto de los “delitos y sus penas”. Un delito es un quebrantamiento de la ley. Un delito no es un derecho, ni puede serlo. El aborto es un delito que, en algunos casos, no es punible, pero que no deja de ser delito.

La sentencia de 1985 del Tribunal Constitucional considera al “nasciturus” – con la abstracción de la realidad que conlleva el positivismo jurídico - como un “bien jurídico”; un bien que debe ser protegido por el Estado. Si el aborto fuese un derecho de la mujer, el Estado únicamente habría de proteger ese “derecho”, sin obligación alguna de velar por la vida del que va a nacer. Si fuese un derecho, bastaría con querer abortar y punto. Y el Estado debería poner todos sus medios para que ese derecho pudiese ser ejercido, sin ningún tipo de límite. Establecer plazos, supuestos, condiciones, equivale, en el fondo, a decir que el aborto no es un derecho, sino, a lo sumo, un mal que se “tolera” en favor de lo que se entiende que sería un mal mayor – la puesta a disposición judicial de las personas que perpetran ese mal, con el consiguiente riesgo de encarcelamiento, multa o cualquier otro tipo de sanción - .

Leer más... »

26.01.09

¿El retorno o la búsqueda de la plena comunión?

Además de las cuestiones litúrgicas, en las que se ha producido un mayor acercamiento al reconocer la posibilidad de celebrar la Santa Misa según la llamada “forma extraordinaria”, algunos otros temas dividen a los seguidores de Mons. Lefebvre de las autoridades doctrinales de la Iglesia Católica. Dos de ellos revisten gran importancia teórica y no carecen, obviamente, de repercusiones pastorales. Me refiero a la doctrina de la “Dignitatis humanae” sobre la libertad religiosa, que los lefebvrianos juzgan antropocéntrica, humanista y en discontinuidad con el magisterio católico de siempre, así como a la cuestión del ecumenismo, cuyos principios se exponen en el decreto “Unitatis redintegratio” del Concilio Vaticano II; doctrina sospechosa, para ellos, de desdibujar la identidad de la Iglesia.

Mons. Fellay parece un obispo interesado en lograr la plena inserción de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X en la Iglesia de Roma, de la que, nos dice, nunca se han separado, ya que reconocen los dogmas de la fe y al Papa como Sucesor de Pedro y Vicario de Cristo. Mons. Fellay explicita que “si la Iglesia dice hoy algo que está en contradicción con lo que enseñó ayer, y si nos obliga a aceptar este cambio, entonces debe explicar la razón de esto. Yo creo en la infalibilidad de la Iglesia y pienso que llegaremos a una verdadera solución”.

Leer más... »