12.01.17

¿Por dónde empezar?

La necesidad de reconstruir o volver a edificar la Iglesia es tan terroríficamente llamativa como necesaria, urgente e inaplazable. Cada uno de los hijos de Dios en su Iglesia deberíamos oír, como dirigidas personalmente, estas palabras de Jesús a Pedro, en  la Última CenaSimón, Simón, (…) Yo he rogado por tí para que tu Fe no desfallezca. Y tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos(Lc 22, 31-32). Porque nos las dice a todos, generación tras generación. Y cada uno las debe llevar a la práctica en su vida, desde su situación personal, en la misma Iglesia en la que ha nacido para Dios.

Ahora bien, esta responsabilidad, que es común para todos, no tiene en todos -lógicamente- las mismas implicaciones. No es lo mismo ser pastor que oveja, por ejemplo. No es lo mismo tener una misión jerárquica, que carecer de ella. Como no es la misma la formación recibida por unos o por otros, ni los carismas personales son los mismos. La responsabilidad es de todos; pero para cada uno, en su sitiio y desde su sitio.

Ya sé que esto es elemental; pero, tal como están las cosas, me parece que no está de más explicitarlo.

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6.01.17

Quo vadis..., Ecclesia?

Hay que partir de la base de que la Iglesia, nacida de las manos amorosísimas de Cristo -su Amante Esposo-, es Una, Santa, Católica y Apostólica: porque es Esposa Casta y Fiel. Además hay que añadir que “las puertas del infierno no prevalecerán” contra Ella: porque la asiste -perpetua y eficazmente- el mismo Espíritu Santo. Todo para ser camino de Salvación universal de los hombres.

Bueno, de los hombres… y de los burros, de los que no se olvida el Antiguo Testamento: Homines et iumenta salvabis, Domine!Tú, Señor, salvarás a los hombres y a los burros". El por qué los nombra, debe ser para que pueda entrar yo también. Que nadie se ría, que lo digo en serio. Y si alguien se quiere apuntar… yo, encantado.

Pero asentado esto, que es nuestra Fe, y que el Señor no puede menos que atender y hacer eficaz, porque nos la ha dado Él mismo, también es perfectamente constatable que el descamino -por decirlo finamente- que se está instalando en sus adentros, es fino: no hay día que no nos asalte algún titular, alguna noticia, alguna declaración, algún despropósito o alguna herejía…, vengan del norte, del sur, del este o del oeste. O incluso de Roma, que debería ser el último sitio de donde nos viniesen estas cosas ya, desgraciadamente, “cotidianas".

Lo más llamativo -por decirlo también suavemente- es que se dicen y se hacen esas cosas, y da la impresión que a nadie le chocan, que nadie se hace cargo, o se toma la molestia de desmentirlas ni, mucho menos, tomar las medidas pertienentes, si fuese el caso. Da la impresión, insisto, de que nadie se inmuta con esas “burradas” -nada que ver con la cita anterior- y, menos que nadie, aquel o aquellos a quienes, en buena lógica, les correspondería hacerlo, pues es lo que los demás, el pueblo fiel, esperamos que hagan. Como se ha hecho siempre en la Iglesia, para bien de sus hijos… hasta hace bien poco, al menos.

Lo digo desde fuera, porque -gracias a Dios- no estoy donde se deciden las cosas: hablo desde lo que se publica, desde lo que se pone en boca de los protagonistas de los actos y de las declaraciones, y desde los clamorosos silencios -y desde los gritos, también clamorosos, que se dan para temas secundarios en el hacer de la Iglesia, o que ni siquiera le corresponden- de quienes deberían hablar y hacer desde la fidelidad a su vocación y misión.

Y digo y afirmo -modestamente- que da la impresión de que muchas gentes de Iglesia, en la misma Jerarquía, se han inficcionado de lo peor de los males que afectan a la sociedad civil; sociedad, por cierto, que se ha desmoronado -se la ha corrompido- desde las mismas instancias que deberían haberla protegido, cuidado y salvaguardado. Y lo ha hecho, precisamente, en la misma medida en que la Iglesia -y su Jerarquía-, ha contribuido a su descristianización, con lo que ha dejado a las gentes -a “sus” gentes- doblemente a los piés de los caballos.

Uno de esos males, quizá de los peores, ha sido el de no querer ver -no querer reconocer- lo que estaba pasando. Ni por qué estaba pasando. Y, de este modo, no hay solucíón posible. No la puede haber siquiera.

Por ejemplo. Se ha eliminado de la predicación de la Iglesia la palabra “conversión": Se ha cumplido el tiempo, está cerca el Reino de Dios, convertíos y creed en el Evangelio. Y si se la sigue utilizando, se la desvirtúa cuando se la desvincula de la palabra “pecado", y de la necesidad de volver a nacer, la necesidad de hacerse “otro", conforme a Cristo, nuestro único modelo. 

Por contra, se toma como criterio “moral", lo cuantitativo, es decir, lo numérico tout court. Por ejemplo, se constata que hay gran número de matrimonios rotos, de católicos recasados por lo civil, de gentes que comulgan en pecado grave y ya sin planteárselo de otra manera: comulgan en Misa lo mismo que rezan el Padrenuestro…, y así sucesivamente.

Pues bien. Para atajar eso, se atiende también solo a lo numérico: se eceleran los procesos de nulidad, se admite a la comunión a esos recasados, se sigue sin facilitar la confesión de las gentes y sin formar las conciencias -antes bien, se pone la conciencia personal y su “libre” juicio como único y último baremo moral-, porque lo numérico no forma ninguna conciencia. Y así se va ahondando el vacío espiritual, el caos moral, y la corrupción de la misma Iglesia y de sus instituciones: los Sacramentos, la Misa, la identificación con Cristo, el vaciamiento de su Palabra Salvadora y la Majestad de su Persona. Y se renuncia a formar las conciencias. El peor error. La gran traición. Y se pierden las almas.

Con todo esto el hombre, al no poderse reconocer en Cristo, no puede reconocerse ya en ningún otro sitio: se desconoce para sí y se hace desconocido para los demás. Esta es la tragedia de la sociedad moderna y de la “nueva Iglesia” que se pretende instalar. Y así no hay solución.

Como escribió Simone Weil, que no es que sea teóloga, pero “la verdad es la verdad la diga Agamenón o su porquero": “El conocimiento del bien solo se tiene mientras se hace… Cuando uno hace el mal, no lo reconoce, porque el mal huye de la luz".

Lo que significa que el bien se reconoce solo si se hace. El mal, solo si no se hace. Y ya cuando se presenta el bien como mal y el mal como bien -que es lo que está pasando- dar marcha atrás, rectificar, reconducir las situaciones se hace muy, pero que muy difícil.

Tarea para Dios, porque los titanes no existen, me parece.

22.12.16

Jesús también quiere a los ricos... (segunda parte)

Acababa el artículo anterior con una afirmación que ha escandalizado a unos pocos; quiza a más, pero solo unos pocos me lo han participado. Escribía -de intento- que toda esa vociferante y machacona insistencia por los “materialmente” pobres -orillando a la vez y conscientemente como auténticos apestados a los que no lo son, estigmatizándolos además como indignos de pertenecer a la Iglesia Católica, y ocultando que, ante Dios, TODOS SOMOS POBRES, auténticos INDIGENTES; silenciando a mayor abundamiento las voces discordantes con esta simplonería sentimentaloide, “política” y ahora también “eclesialmente correcta y esencialmente buenista", que a nada conduce ni nada resuelve-, NO ES CRISTIANA; es más, es una “nueva” IDOLATRÏA…

Y hay gentes -pocas- que se han escandalizado. Voy a intentar “explicar” y “explicarme"; no tanto por esas buenas gentes -si les sirve, pues estupendo-, sino porque ya tenía pensado hacerlo, y así lo anunciaba. Y en ello estoy.

Vaya por delante -porque es verdad- que Jesus algunas veces cita a los “pobres” y los ensalza, en la mejor continuidad veterotestamentaria. Y lo hace, en esas ocasiones, sin distingos entre pobreza “material” y pobreza “espiritual", porque son “los pobres de Yahweh". De estas expresiones algunos infieren que Jesús se está refiriendo especialmente a los pobres “materialmente pobres", a la pobreza “material” sobrevenida o en la que se está inmerso. Me van a perdonar pero nada más lejos de la Verdad Revelada, de la Palabra de Dios y, muy especialmente de los hechos obrados por el mismo Jesucristo. Por contra, en diversas ocasiones sí se refiere expresamente a la pobreza “espiritual” o a los “pobres de espíritu", por ejemplo, en las Bienaventuranzas. Y la Palabra de Dios no puede contradecirse.

En primer lugar, Jesucristo no vino a remediar ninguna indigencia o pobreza material: vino a SALVARNOS. Y a salvarnos de nosotros mismos, de nuestros pecados, de nuestra INDIGENCIA ESPIRITUAL, de la que de ningún modo podíamos salir por nosotros mismos. Entregó su Vida por la nuestra, que habiamos perdido, y estábamos abocados, sin remedio a nuestro alcance, a la condenación eterna. NO murió por nuestras necesidades materiales. En absoluto. Rotundamente: NO.

En segundo lugar, Jesús NUNCA remedió ni una sola situación de pobreza “material". Lo que no deja de ser muy, pero que muy llamativo, si hubiese venido a instaurar la “liberación” de esas pobrezas, y también -y como sería lógico-, de las condiciones tan “injustas” -según estos “nuevos profetas"- que las producen. Llamativo y sorprendente.  (Por cierto y como inciso necesario: pobrezas “espirituales” las atendió todas).

Máxime, cuando se nos quiere presentar a Jesús -al que ya no llaman “el Cristo, el Hijo de Dios vivo": ¡qué cosa tan demodé, por favor"-, como un liberador “social", un marxistoide anacrónico, fuera de tiempo y lugar, hasta el punto que nadie le hizo caso hasta que no vino un tal Marx -diecinueve siglos después, por cierto, que ya es tardar-, y ahora los de Podemos, si se me permite la licencia o la broma. Pasando -¡cómo no!- por el Comandante, que se me olvidaba: el último “mesías” o “libertador” de cuño -o “puño"- marxista: o sea, multimillonario. Otra de las cosas que no cuadran en Jesús: ¡no se hizo millonario con la monserga de los pobres!

Por último, y para no alargar más el escrito: es también “luminoso” e inequívocamente “dramático” -una auténtica tragedia- lo que ha pasado en la Iglesia, fruto de esa “opción preferencial por los pobres”. Valga como muestra el ejemplo alemán.

Desde hace muchos años, la Iglesia Católica en Alemania, se centró en la ayuda económica a las Iglesias en los países en dificultades políticas, sociales y, lógicamente, económicas. Dado su poderío ecnómico, la ayuda fue, y sigue siendo, muy importante; mucho. Y a esas Iglesias, que no tenían recursos, les vinieron de maravilla los dineros que les caían de los católicos alemanes. Desde este punto de vista, todo perfecto, pues se pudieron hacer muchísimas cosas que, de otro modo, no se hubieran hecho en esos países necesitados: desde obras asistenciales, como escuelas y hospitales, hasta sufragar los gastos de los seminaristas, en unos seminarios llenos de jóvenes y vacíos de comida; amén de otras muchas carencias.

Pero el “peaje” que tal perspectiva o "cultura” eclesial ha sido que la Iglesia Católica en Alemania se ha quedado “vacía": de espíritu y de espiritualidad. Y ha perdido a miles y miles de católicos en todos esos años. Lo que no deja de ser una paradoja que alguien tendrá que ver y descifrar. Porque si la ayuda a los pobres “materiales", si cuando se está en la “verdadera” iglesia, si cuando se está entendiendo a Cristo y su liberación, si cuando se es más misericordioso que nunca…, si todo eso lleva consigo la desaparición de los católicos y de la Iglesia…, con sinceridad, y con la mano en el corazón: si esos son los frutos…, "para ese viaje no se necesitan alforjas".

Porque, en esa perspectiva, TODO ESTA EQUIVOCADO DE RAÍZ. “Por sus frutos los conoceréis".

Pero se me ha quedado en el teclado una tercera entrega. Espero que llegue pronto.

19.12.16

Jesús también quiere a los ricos... (Primera parte)

Hace años, muy poco después del Vaticano II, dentro de la Iglesia Católica hubo una especie de “convulsión” que propuso como objetivo pastoral y evangelizador prioritario -para bastantes de los deslumbrados, único ya- la así llamada por aquel entonces, “opciòn preferencial por los pobres".

En ese terreno, y con ese leitmotiv por bandera, se mostraron especialmente “motivados” -pero que “muy motivados"- los jesuitas, muy como en bloque, por cierto; a esa bandera se sumaron también algunas otras ramas religiosas, aunque en menor medida y con menor repercusión; también se apuntó algún que otro sacerdote diocesano suelto.

Los más “tocados” por ese “tic nervioso pseudoprofético” fueron desde incorporarse militarmente a las guerrilas, y alguno murió en tales avatares, cosa no sólo previsible sino casi segura; hasta significarse políticamente contra los regímenes de derechas, próximos a intentonas militares…, y alguno murió asesinado por sus posturas políticas, cosa también previsible, y que se convirtió en segura porque los mismos “paras” se lo advirtieron con tiempo.

Más en los adentros de la Iglesia -aunque sin ¨heroísmos noveleros¨ o así- como “ideología de cabecera” o “precipitado doctrinario", se acuñó la autollamada “teología de la liberación", que fue condenada y fulminada por la Congregación para la Doctrina de la Fe, a cuyo frente estaba entonces el cardenal J. Ratzinger; de los componentes de este último grupillo que han muerto lo han hecho de muerte natural.

Por supuesto, y aunque quizá no haría falta señalarlo, voy a darme el gustazo de hacerlo: NUNCA la “opción preferencial por los pobres” ni la “teología de la liberación” se pusieron en marcha contra regímenes totalitarios marxistas. Nunca, SIN EXCEPCIÓN. Aquí, en estos ámbitos donde el personal se jugaba literalmente el pellejo, sin eufemismos y sin cámaras por medio, únicamente la Iglesia Católica ha tenido que apechugar -ella sola, como siempre- en la atención a los pobres, a los enfermos, a los abandonados, a los desechados y tirados en estercoleros…; y eso, a pesar de tener mermada su capacidad de movimientos en el interior de todos esos regímenes marxistas.

Casualmente, acaba de morirse uno de los más lonjevos dictadores marxistas, al que se le ha colocado una fortuna que competía o incluso ganaba a la de la Reina de Inglaterra. Fortuma, todo hay que decirlo, que no han enterrado con él, ni la han metido tampoco en el crematorio del comandante, por supuesto. Que los jerifaltes marxistas no tienen un pelo de tontos, ni en la barba ni en la coleta.

Y es que un buen marxista nunca falla, ni da puntada sin hilo: “To pa’l pueblo", recordamos de aquí en España…, y dejaron 5.000.000 de parados; y se forraron todos sin excepción, a “pellón” por maletín. “Tonto el último” es el eslogan que mejor viven todos estos que se decantan por la “liberacion” de los pobres. Y ¡vayan si los liberan! Especialmente de su dignidad personal y, como no puede ser menos en el mundillo marxista, de la posibilidad de salir de pobres.

Toda esta “infección vírica” se ha recrudecido en los últimos años, como si un nuevo y terrible “ébola” se hubiese infiltrado en la corriente sanguínea y linfática de la Iglesia, y la estuviese destruyendo todas sus defensas, pretendiendo convertirla -y hay sitios donde ya lo ha logrado- en una sombra de lo que era; cuando no la ha aniquilado, literal y espiritualmente hablando.

Y no lo digo “a humo de pajas". Todo lo contrario. Y me voy a explicar sin más dilación, porque el asunto “quema": el “humo” se está convirtiendo en auténtico “fuego"; y si no se le ataja pronto, puede arrasar con todo: fuerza trae. Y, además, soplan malos vientos, que no van a ayudar en nada precisamente.

Porque toda esta “vociferante machaconería” -por decirlo suave y caritativamente- con los pobres, pero con los “materialmente pobres", sin una palabra de aliento para todos los demás “pobres de solemnidad” espiritualmente hablando -que, por cierto, somos mayoría en la Iglesia-, con una indigencia que es, sí, menos “visible” -sobre todo si no se la quiere ver, claro; más aún si se la pretende ocultar y silenciar, convirtiéndonos a los que la padecemos en los nuevos “apestados” que hay que ignorar y desechar-, pero muchísimo más nociva por más corrosiva y destructora que la mera pobreza material…, este inútil griterío, tan sonoro como vacío de vida espiritual -pues la tergiversa y la anula-, no es de Cristo. Por no estar, no está ni en el Evangelio. Luego: NO ES CRISTIANA.

Es más, es una “nueva” IDOLATRÍA.

Pero esto ya para la próxima sesión, Dios mediante.

17.12.16

Católicos de médicos/ médicos de católicos

Después del desaguisado de los católicos metidos en política y convertidos en políticos profesionales o así, hay tres estamentos más -influyentes donde los haya-, y que han contribuído sobremanera no solo a la descristianización tan total que padecedemos -con la consiguiente corrupción de las conciencias-, sino también a la “ingeniería social” que pretende traer e instalar la cruel deshumanización que se ha establecido en las relaciones humanas y en toda la sociedad.

Me refiero al estamento médico, al estamento judicial y a los medios de comunicación. Hoy nos vamos a ocupar solo del primero: los médicos; por supuesto, desde la órbita católica y desde el humanimismo que defiende, en un respeto total y absoluto por la dignidad de la persona humana: la única institución -la Iglesia Católica- que sirve a la totalidad de la persona, sin trocearla ni mucho menos aniquilarla. Porque la Iglesia sabe bien que “el hombre es el lugar de la Iglesia” y, por tanto, el hombre es “su vocación": está hecha para el hombre; y así da a Dios toda la gloria.

Por cierto, y aprovecho ya: todas las acusaciones, falsas e interesadas ellas, contra la Iglesia de “rigorismo", de "fanatismo", de “inmisericorde", etc., solo porque no cede a las presiones del NOM (Nuevo Orden Mundial), a las ideologías -en especial la “ideología de género"- y a los lobis -especialmente del loby homosex y asimilados-, además de patéticas en sí mismas, los que las vocean hacen el ridículo no solo ante los demás, sino directamente ante el espejo: no digamos ante una mínima confrontación en el plano intelectual, que no resisten: se desmoronan. Y, por si alguno no lo tiene claro aún, son moralmente deleznables.

Pues vamos con los católicos metidos a médicos, o con los médicos que quieren seguir siendo y viviendo como católicos.,

No lo tienen fácil, porque presiones, lo que se dice presiones, tienen y muchas, tanto desde dentro del mundillo médico -la “formación” que se les da; las directrices que reciben desde sus jefes, médicos y políticos-, como desde fuera: los mismos pacientes y la propia sociedad y sus voceros.

Pero “ser católico” es aprender a “nadar contra corriente", es querer “ser sal y luz", además de “levadura". Y por encima de todo: es buscar ser fiel a Cristo, gastando su vida como un hijo queridísimo de Dios en su iglesia y en el mundo, ejerciendo cada uno su profesión para “poner a Jesucristo en la cumbre de todas las actividades humanas", para que realmente Él señoree y viva efectivamente en medio de nosotros: Yo, para esto he venido (Jn 18, 37). De este modo se cumplirá aquel "descubrimiento” que Jesús mismo nos revela al anunciárnoslo: El Reino de Dios está en medio de vosotros (Lc 17, 121: “Regnum Dei intra vos est"). Descubrimiento que todos los católicos hemos de convertir en el leitmotiv de toda nuestra vida.

La medicina -y sus profesionales-, se deshumaniza cuando “técnicamete" pierde de vista a la persona; y lo hace precisamente cuando rechaza a Dios: cuando Dios “ya no está” porque “se le ha echado", al ser el único verdadero y real refugio que le queda al “hombre total” en este mundo, todos los ámbitos de los que se le arroja  se deshumanizan irremediablemente, y se vuelven necesariamente contra el mismo hombre al que deben servir. No lo pueden evitar aunque quieran; pero además es que ya ni se puede querer ni se quiere de hecho. Y se empieza, en el ámbito médico, a tratar al paciente como a una “cosa” -con perdón-, aunque no se lo plantee así; aunque quizá sea mucho suponer.

La medicina y sus profesionales están para “intentar CURAR” o al menos ALIVIAR a la PERSONA ENFERMA: se debe poner por tanto a su servicio, y solo adquiere la dignidad que le corresponde cuando se dedica honrada y profesionalmente a ello. A veces se podrá totalmente, otras solo parcialmente, otras solo acompañar dignamente hasta el desenlace final; porque los médicos no son Dios y, por tanto, no pueden evitar que un paciente se les muera, por mucha dedicación y profesionalidad que hayan puesto.

Por la misma razón, tampoco pueden pretender “dar la vida” ex novo -fuera de los cauces de la misma naturaleza-; ni pueden “ensañarse” con un paciente; ni pueden “experimentar” -sean con embriones, con fetillos, con niños o con adultos- con prácticas que atenten contra la dignidad de la persona que es “intocable"; mucho menos la pueden matar.

Y todo esto se da: por lo directo, por lo indirecto, a las claras, a las oscuras, con la ley en la mano o forzando la ley… Ahí están las cifras de los abortos, de las eutanasias -encubiertas o no-, de los cambios y recambios de sexo, las fecundaciones in vitro, las píldoras abortivas y las píldoras anticonceptivas, las esterilizaciones, los dius, la negación de asistencia no ya sanitaria: ni siquiera humanitaria: hidratar -darle agua- a un moribundo… Si a un perro se le deja morir de hambre y de sed, viene el SEPRONA y se te cae el pelo: pues esto se hace CON PERSONAS y, para mayor escarnio, con permiso judicial, incluso aunque la familia del enfermo o moribundo no quiera.

¿Y quién la deshumaniza? Todos los estamentos -las personas que los integran- que, bien por acción u omisión, concurren a que no se vea al paciente como PERSONA. Cuando un paciente se considera como una “cosa” -iba a poner como “animal", pero sería mentir: hoy día, los animales tienen más derechos que las personas y se protejen mucho más que a estas últimas-, se le tratará como tal; y a esos profesionales les acabará pareciendo lo más normal que se actúe así.

Claro que el que no ve la diferencia entre una persona -sea mujer u hombre- y una “vaca” o una “piedra", tiene un grave problema: visual, intelectual y moral. Y si sigue sin “poder distinguir la diferencia", debería “reorientar” su horizonte profesional y hacerse veterinario o sacamantecas o picapedrero: seguro que las autoridades probas, democráticas, progresistas y competentes prodrían habilitar un curso puente o un máster para ponerlo fácil y al alcance.

Pero se deshumaniza porque se descristianiza. ¿Cómo? Cuando los médicos-católicos o los católicos-médicos, CEDEN ante esas personas que pretenden imponer una crueldad inhumana en el ejercicio de una profesión que está señalada precisamente por el servicio a la persona -precisamente cuando esta está más necesitada, más débil y más indefensa-, tomada en su integridad y en su totalidad. Nunca como vaca o cosa.

Pero, ¿por qué ceden? Las respuestas no son fáciles, y cada persona es un mundo. Pero se pueden señalar algunas posturas o situaciones generales.

La primera: esos católicos médicos/médicos católicos, por la deficiente formación católica que han recibido, no están en condiciones -ni quieren, tampoco- de dar la batalla al paganismo anticatólico que, disfrazado de ideología, pretende que no se aviste ni una sola señal de Dios, ni de su Iglesia, ni de sus hijos católicos en este mundo. 

También puede ocurrir que habiendo recibido una buena formación católica, las "circunstancias” personales -las personales debilidades- acaben haciendo infructuosa esa formación, o esa vida en cristiano que se había vivido anteriormente con toda paz.

El resultado de las dos situaciones es la misma: “dejarse llevar” y “ceder". Pero eso no solo no es católico -ni siquiera es aceptablemente humano-, sino que es la negación de lo católico: es pasarse al enemigo en cuerpo y alma. Algo que grava muy pesadamente el alma, y hay que rendir cuentas a Dios; mucho más importantes que las que se puedan rendir -o deban: que igual, en conciencia, no se deben- a unos jefes…

¿Cómo se reconstruye el alma católica en este ámbito? ¿Cuáles son los puntos principales en los que los profesionales de la medicina deben dar la batalla, para dignificar -y santificar- la profesión y dignificarse -y santificarse- a sí mismos?

El primer campo es el respeto a la vida en su totalidad, desde su concepción hasta su defunción, respetando los límites del orden natural. De ahí que lo mismo que no se puede matar -abortar, eutanasiar, cortar la cabeza-, no se puede tampoco fecundar artificialmente; por poner dos momentos que, a día de hoy, son de plena actualidad.

El respeto a la vida, por tanto, exige la no intervención en el orden no-natural de la fecundación, sustituyendo a los progenitores con fármacos o técnicas que esterilicen, o recurriendo a la fecundación “in vitro". 

Porque lo mismo que una persona no puede sustituir el orden natural, y evitar o adelantar la muerte de nadie -ni la suya propia-, tampoco puede hacerlo cuando se le descubre una esterilidad o una disfunción grave que le impide totalmente la procreación. Es muy loable el sentimiento de ser madre/padre, pero no se puede conseguir de cualquier manera, y los médicos no están para eso. Como no están para conseguir un niño-medicina, o un clon del niño fallecido; mucho menos un nene para una parejita homosexs o lesbis.

Hay más temas; pero simplemente con que en el mundillo médico se respetase la vida humana de un modo total y absoluto, la sociedad sería otra, se protegería efectivamente a la familia, y se ayudaría a reconocer y respetar la dignidad de la persona, empezando por reconocer cada uno su propia dignidad.

También la del médico -y demás profesionales de la medicina-, católico o no, como médico.