En la tormenta
Entonces se desató un fuerte vendaval, y las olas entraban en la barca, que se iba llenando de agua. Jesús estaba en la popa, durmiendo sobre el cabezal.
Mc 4, 37-38
La noche es larga, y hace frío, mucho frío. Por momentos llueve, y no es posible ver casi nada ni a babor ni a estribor, y ni siquiera visualizar la totalidad del navío. Pero hay instantes en que los relámpagos brillan, y nos permiten ver el conjunto, un conjunto inquietante.
La Barca se agita, oscila, se inclina hacia un lado y hacia el otro. Las olas por momentos parecen cubrirla. Algunos mástiles aparecen quebrados, y varias velas han quedado reducidas a harapos.
En la cubierta, los principales miembros de la tripulación discuten. Algunos parecen celebrar y reír a carcajadas ante la posibilidad del hundimiento, otros les reprochan duramente su impericia. Algunos callan, ni una sola palabra sale de sus labios.
El capitán observa, a veces silencioso y otras veces locuaz. Da indicaciones que no siempre son fáciles de entender. Por momentos parece ir hacia donde la tormenta se ve más feroz, por momentos parece incluso dar órdenes de dirigirse directamente hacia los riscos. En otros, sin embargo, señala el Puerto hacia el que nos dirigimos y la dirección correcta.