O mors, ero mors tua, morsus tuus ero, inférne

Christus factus est pro nobis oboédiens usque ad mortem, mortem autem crucis: propter quod et Deus exaltávit illum, et dedit illi nomen, quod est super omne nomen.

Pero Cristo, constituido Pontífice de los bienes futuros y penetrando en un tabernáculo mejor y más perfecto, no hecho por manos de hombres, esto es, no de esta creación; ni por la sangre de los machos cabríos y de los becerros, sino por su propia sangre, entró una vez para siempre en el santuario, realizada la redención eterna. Porque si la sangre de los machos cabríos y de los toros y la aspersión de la ceniza de la vaca santifica a los inmundos y les da la limpieza de la carne, ¡cuánto más la sangre de Cristo, que por el Espíritu eterno a sí mismo se ofreció inmaculado a Dios, limpiará nuestra conciencia de las obras muertas para dar culto al Dios vivo! Por esto es el mediador de una nueva alianza, a fin de que por su muerte, para redención de las transgresiones cometidas bajo la primera alianza, reciban los que han sido llamados las promesas de la herencia eterna.

Porque donde hay testamento es preciso que intervenga la muerte del testador. El testamento es valedero por la muerte, pues nunca el testamento es firme mientras vive el testador. Y ni el primero fue otorgado sin sangre; porque, habiendo sido leídos al pueblo todos los preceptos de la Ley de Moisés, tomando éste la sangre de los becerros y de los machos cabríos, con agua y lana teñida de grana e hisopo, asperjó el libro y a todo el pueblo, diciendo: “Esta es la sangre de la alianza que Dios ha contraído con vosotros”. Y el mismo tabernáculo y los vasos del culto los asperjó del mismo modo con sangre, y, según la Ley, casi todas las cosas han de ser purificadas con sangre, y no hay remisión sin efusión de sangre.

Heb 9, 11-22. Tomado del Breviario Romano, lecciones VII, VIII y IX.

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