El Avemaría. Breve Meditación

El Avemaría. Breve Meditación

Meditación de Mons. Aguer sobre la oración con la que más frecuentemente nos dirigimos a Nuestra Madre

El Avemaría es la oración más difundida para invocar a la Madre del Señor; constituye el elemento esencial del Santo Rosario. Entonces, digamos que es una plegaria popular, en el mejor sentido de la expresión, referida al pueblo de Dios, la Iglesia. Es típicamente católica. Llama la atención la posición de tantos grupos evangélicos, para los cuales María no existe; es esta una carencia vinculada a una cierta visión de Jesucristo. Más allá de la identidad cristiana, la falta de una referencia a su Madre indica la incomprensión del misterio central de la Encarnación. Es una plegaria que reúne los datos evangélicos con una composición eclesial fundada en la tradición. La primera parte está tomada del tercer Evangelio: el saludo del ángel a María en la Anunciación (Lc. 1, 28) y la exclamación de Isabel, la anciana parienta Madre del Bautista, al recibir la visita de Nuestra Señora en la Visitación (Lc 1, 42).

La versión castellana usual dice «Dios te salve», una versión ambigua de jáire kejaritōmenē, «alégrate, llena de gracia». La traducción francesa es más correcta: «je Vous salue»; en italiano se conserva el «Ave». Jaire puede ser comprendido como una fórmula común de saludo al presentarse, «llena de gracia» o «plenamente agraciada», es decir, «colmada de járis», gracia o favor divino. El Señor está contigo. El texto evangélico anota la sorpresa de la doncella, que se queda reflexionando sobre el significado de esa declaración del Ángel Gabriel. Las palabras de Isabel son una exclamación en voz alta, las del Ángel son un saludo, que hace presente al Dios de Israel. En el Antiguo Testamento se registran varias comunicaciones de Yahvéh a personas elegidas para una misión. En el caso de María se trata del momento culminante de la historia de la salvación, y el cumplimiento de la esperada promesa de una intervención decisiva de Dios. Isabel bendice a María destacándola «entre todas las mujeres». Ella es bendita, y el fruto de su seno es también bendito. Notar «fruto» y «vientre», que sería mejor llamar «seno», como en italiano y francés (sein).

La segunda parte del Avemaría, añadida por la Iglesia a los pasajes evangélicos, incluye el título por excelencia de María: «Madre de Dios», theotókos, empleado por el Concilio de Éfeso, en el año 431: Cristo es personalmente Dios, y su Madre es quien lo dio a luz, por tanto, se justifica el título. «Ruega»; ella es la Omnipotencia Suplicante. En el relato de las Bodas de Caná (Jn. Capítulo 2), Jesús parece desentenderse del ruego implícito de su Madre («no tienen vino»), expresión que ha recibido diversas interpretaciones en la historia; la razón que esgrime Jesús, es: «mi hora no ha llegado»; yo prefiero entenderla como: «qué tenemos que ver nosotros» (en el sentido de que ambos son invitados). María, asimila la respuesta, pero conociendo bien a su Hijo, dice a los sirvientes que estén a las órdenes de Jesús, quien -comprendiendo muy bien la situación- adelanta su Hora. Este relato de Caná remite al capítulo 19 (la crucifixión); en los dos textos, María es llamada gýnai, Mujer. Ella es La Mujer, la Nueva Eva de la nueva creación. El ruego que nosotros formulamos al rezar el Avemaría no puede prescindir de reconocer que Ella descubrió, o advirtió la necesidad, a saber, que el vino se había acabado. Sin ser nosotros conscientes, descubre nuestras carencias, por ejemplo, el vino de la alegría. Notar algo importantísimo: al tironear el manto de María con la plegaria, nos reconocemos pecadores; Ella es el refugio de los pecadores, es decir, «auxilio de los cristianos», que somos pecadores redimidos en el bautismo.

«Ahora y en la hora de nuestra muerte»

Ahora indica, por cierto, el momento en que se hace la súplica, que puede ser una circunstancia apurada en que nos aferramos al salvavidas del Avemaría, pero también se refiere al tiempo de la vida presente, que es un instante que aguarda la eternidad. Esa medida con relación a la eternidad, nos afianza en el Absoluto de Dios. Como apuntó Sören Kierkegaard en su «Ejercitación del Cristianismo»: «Lo Absoluto consiste únicamente en escoger la eternidad». Y rezar el Avemaría es una ejercitación del cristianismo.

«En la hora de nuestra muerte». En ese gran momento de la vida buscamos el refugio en los brazos de la Madre. Ella, que estuvo junto a la Cruz y acompañó a su Hijo, la Mater dolorosa, acompaña el éxodo de sus hijos. Que el Avemaría sea súplica final para apelar a su defensa en el juicio y nos atraiga la misericordiosa acogida del Señor.

El Amén es la forma o el sello que ratifica lo dicho, la verdad y el amor de la plegaria.

+ Héctor Aguer
Arzobispo Emérito de La Plata.

Buenos Aires, martes 6 de junio de 2023.-

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3 comentarios

F Xavier Albizuri
Una magnífica meditación de monseñor Aguer, quien nos ilustra siempre, tanto en este medio como en la prensa argentina que leemos desde la "madre patria".
6/06/23 9:55 PM
HORACIO
Muy buenas noches. Espectacular la meditación de Monseñor. y estaria muy bueno de mucha ayuda que hoy en dia se pudiera difundir mas estoas cosas que muchos quizas no lo saben. Gracias Monseñor Aguer.
7/06/23 2:24 AM
Elfida Soto
Bellísima reflexión. Por el triunfo del doloroso e inmaculado corazón de la Virgen Santa María de Guadalupe, madre del verdaderisimo Dios por quien vivimos. Bendiciones 🌿🕊️♥️🕊️🌿
7/06/23 2:57 PM

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