Desde las primeras páginas de la Biblia, queda bien claro la superioridad del hombre («la única creatura a la que Dios amó por sí misma») sobre los demás seres. Dios dijo: «Hagamos al hombre a nuestra imagen, según nuestra semejanza; y que le estén sometidos los peces del mar y las aves del cielo, el ganado, las fieras de la tierra, y todos los animales que se arrastran por el suelo» (Gn 1, 26). Y agrega: Dios creó al hombre a su imagen; lo creó a imagen de Dios, los creó varón y mujer. Y los bendijo, diciéndoles: «Sed fecundos, multiplicaos, llenad la tierra y sometedla; dominad a los peces del mar, a las aves del cielo y a todos los vivientes que se mueven sobre la tierra» (Gn 1, 27-28). Ante la grave emergencia antropológica que padecemos, vale preguntarse: ¿Llegará la hora en que el hombre deberá someterse a los animales?
Décadas –y hasta siglos– de descristianización, nos arrastraron a la presente deshumanización. Porque –jamás hay que cansarse de repetirlo–, «donde no hay lugar para Dios, tampoco hay lugar para el hombre». Particularmente, los últimos lustros, con la imposición de las nefastas agendas antivida, antifamilia y antipobres del globalismo, han arrasado con miles de años de civilización. No nos debe asombrar, entonces, que para muchísimas personas el matrimonio sea, lisa y llanamente, algo del pasado y hasta «nocivo» para estos tiempos; de «parejas», adulterios, concubinatos múltiples, y «poliamores». Y que la maternidad sea vista, por muchos, como el peor de todos los males. ¿Hubiéramos imaginado, hace tan solo unos años, cuando las niñas jugaban a ser madres, a que ahora muchas madres jugarían a ser niñas? ¿Era, acaso, concebible, hace tan solo treinta años, que infinidad de mujeres verían con desprecio el matrimonio, y que huirían como si fuese una peste temible de la maternidad?
El desplome en el número de nacimientos hará, en pocos años, que muchos países dejen de ser lo que son. Tal vez no desaparezcan como tales; pero serán de otros… Ya, en una infinidad de naciones, no se llega, ni siquiera, a la tasa de remplazo de la población. Se va camino a que muera más gente de la que nace. Y nuestra Argentina, nuestra saqueada Argentina, no es la excepción.
En 2023 solo hubo aquí 460.902 nacimientos, la cifra más baja de los últimos 50 años. Esto es, 9,9 nacimientos por cada mil habitantes; lo que representa una caída del 41 por ciento, desde 2014. Con 1,33 hijos por mujer (¡0,9, en la ciudad de Buenos Aires!), Argentina está muy por debajo de la tasa de remplazo de población (2,1), como muchos países europeos. Crecen los llamados «hogares unipersonales»; que ahora constituyen el 25 por ciento del total. Y en el 57 por ciento de las viviendas, no hay menores de 18 años. La edad promedio para tener el primer hijo ahora se ubica entre los 30 y 40 años. Y, como decimos por aquí, «sobre llovido, mojado»: cifras oficiales (del último Censo Nacional) indican que en la ciudad de Buenos Aires hay más mascotas que niños: casi 900.000 perros y gatos, y apenas 124.000 niños. Es decir: hay tres perros y dos gatos, por cada niño menor de cinco años.
Ahora en las plazas y paseos públicos se ven más mascotas que niños. Las imágenes de papá, mamá y pequeños jugando al aire libre pierden por escándalo, ante el creciente panorama de mascotas en brazos, y hasta en cochecitos de paseo, como si fueran hijos. Ancianos que tienen como única compañía animalitos se multiplican aquí y allá. Conmueve verlos sumergidos en su soledad. Me los cruzo todo el tiempo, en la calle, entre apostolado y apostolado. Busco confortarlos, darles una mano e invitarlos, concretamente, a que vuelvan a la Iglesia –si están alejados– o que se sumen a un grupo parroquial específico. Las respuestas son, claro está, diferentes. Bien triste es cuando existen familiares, por ejemplo, hijos y nietos; y son ellos mismos los que les obsequian las mascotas, como supuesto remplazo afectivo.
Y en otro sector de la población, en no pocos jóvenes, ha sido tanto el lavado de cerebro, y los ataques arteros contra la vida, que lisa y llanamente se renuncia –y hasta se hace alarde de ello– a tener hijos. «¿Para qué traer hijos a este mundo violento y en guerra?». No ven –o no quieren verlo– que este mundo es solo una estación hacia el Mundo definitivo. Y que en cada niño que nace debemos ver no un peligro, sino un futuro adorador en el Cielo. Porque la vida en la Tierra, con la gracia de Dios, es un embarazo, más o menos prolongado, para nacer a la verdadera vida. Solo se trata de ser humildes, penitentes, y nutrirnos con los Sacramentos de la Iglesia; que son un remedio para cada necesidad, y seguro trampolín hacia la Patria definitiva. Porque nosotros anunciamos, como dice la Escritura, lo que nadie vio ni oyó y ni siquiera pudo pensar, aquello que Dios preparó para los que lo aman (1 Cor 2, 9).
¿Cómo se sale, entonces, de este laberinto? Por lo Alto, como nos lo enseña el gran poeta argentino, Leopoldo Marechal. Con más fe, más hijos y menos mascotas. «¡Pero ellas son, también, creaturas de Dios!». Ya lo sabemos. Pero no son, ni serán nunca, hijos de Dios; como los bautizados, hijos en el Hijo. No juguemos, pues, a ser como Dios. Démosle el lugar que Él, en su eterna sabiduría, les dio. Que, claro está, es bien distinto del nuestro.
+ Pater Christian Viña
La Plata, jueves 11 de septiembre de 2025. -