La Verdad, don de Dios al hombre

El hombre está hecho para la verdad: para conocerla, para amarla y para servirla, conduciéndose con ella, ajustando a ella su conducta.

Y esto, no solo en el plano intelectual sino, y con mucha más razón, en el plano moral; porque, como enseño uno de mis maestros, «toda opción intelectual es una opción moral» (Carlos Cardona, ‘Metafísica de la opción intelectual’).

Esto significa, entre otras cosas, que el hombre «no inventa la verdad»: la verdad esta ahí, es el ser de las cosas; al hombre le toca «conocerlas». Como no puede «crear» la realidad: la realidad esta ahí, y al hombre le toca respetarla.

Hasta la Edad Moderna, el hombre y sus obras -las artes, las ciencias, las personas, la cultura...- se manejaban en este plano. Pero la «pinza»

Descartes-Lutero, y lo que ellos sembraron y otros continuaron, trastoco este orden.

Curiosamente, cuando se pretendió «establecer» que en el plano intelectual y en el plano moral -«cogito»; «libre interpretación», «no Magisterio») el hombre «fundaba» la verdad y la realidad, el desastre ha sido de tal envergadura que se ha acabado por desconfiar de la razón, por desconfiar del hombre y, en último término, por rechazar a Dios.

Con todo lo que eso, necesariamente, ha generado: nazismo, aborto, «derecho» al sexo simpliciter, marxismo, abolición del hombre, rechazo de Dios, perdida de la identidad personal, ideologías de todos los colores..., incluso arcoíris. Ideologías que, como nos advirtió el Papa Francisco hace unas semanas, «acaban todas en totalitarismos».

Por contra, como nos escribió en su momento el Papa Benedicto XVI: «La verdad posee en sí misma una fuerza unificadora: libera a los hombres del aislamiento y de las oposiciones en las que se encuentran encerrados por la ignorancia de la verdad y, al abrirles el camino hacia Dios, une a unos con otros».

¡Qué gran verdad!, nunca mejor dicho, dado el tema que nos ocupa. La verdad es un don de Dios al hombre, un «regalo» preciosísimo: ahí, en la verdad, nos encontramos -porque nos reconocemos- a nosotros mismos, nos encontramos -porque los reconocemos- a/con los demás, y finalmente nos encontramos -porque le reconocemos- a/con Dios, autor del hombre y «Camino, Verdad y Vida» en Cristo.

Sigue escribiendo Benedicto XVI: «Cristo destruyo el muro de separación que los había hecho ajenos a la promesa de Dios y a la comunión de la Alianza (cfr. Ef 2, 12-14). Envía al corazón de los creyentes su Espíritu, por medio del cual todos nosotros somos en El «uno solo» (cfr. Rm 5, 5; Ga 3, 28). Así llegamos a ser, gracias al nuevo nacimiento y a la unción del Espíritu Santo (cfr. Jn 3, 5; 1 Jn 2, 20.27), el nuevo y único Pueblo de Dios que,... tiene la misión de conservar y transmitir el don de la verdad» («El elogio de la Conciencia. La Verdad que interroga al corazón», p. 93).

Y esta es, a su vez, la misión -otorgada por Cristo, no «conquistada» por nosotros- de la Iglesia entera -y, por tanto, de cada uno de sus hijos-, pues, como «sal de la tierra» y «luz del mundo» (cfr. Mt 5, 13-14), debe -debemos, cada uno en nuestro ámbito- dar testimonio de la verdad de Cristo, que « nos hace libres».

Reconociendo LA VERDAD se acabarían las banderías, dentro y fuera de la Iglesia.

¡Triunfaría «la Ciudad de Dios»!

Por José Luis Aberasturi y Martínez, Sacerdote

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1 comentario

Forestier
D.Carlos Cardona ha sido un "maestro" para muchos
7/09/15 7:56 PM

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