¿Una o tropecientas?

El problema está con otros. Con los que dicen que son Iglesia y dedican sus vidas a combatirla. Con los teólogos que niegan sus dogmas, con los moralistas que contradicen su moral, con los sacerdotes que no obedecen al Papa y a sus obispos.

Es la discusión de moda. Y encierra varias trampas. Que curiosamente vienen todas del mismo lado. Hubo un tiempo en el que pareció que triunfaba en la Iglesia la línea progresista no extremada. Y entonces el diálogo y la comprensión que ahora se invocan brillaba por su ausencia. Era todo puro ordeno y mando. Si había condescendencias y amores eran sólo para las posiciones más radicales. Las que hasta hacía muy poco eran herejía pura y dura.

Aquello llevó al más absoluto fracaso. Hubo Iglesias, como la holandesa, que prácticamente desaparecieron. Otras eran sombra de lo que fueron. Las órdenes y congregaciones religiosas son hoy asilo de ancianos habiéndose dejado en el camino a la mitad de sus efectivos. La Acción Católica, las Congregaciones Marianas, las Terceras Órdenes ya casi no existen. La confesión en no pocas iglesias no se practica. La comunión en muchos casos es objetivamente un sacrilegio aunque subjetivamente no lo sea. Las vocaciones sacerdotales y religiosas están bajo mínimos...

Y como derribar es mucho más fácil que edificar está costando muchísimo reanimar lo que ya era casi un cadáver. Gracias al larguísimo pontificado de Juan Pablo II y a los tres años de Benedicto XVI la primavera vuelve a apuntar. Y cada vez son más los obispos que se sienten tales, los sacerdotes entregados a su misión eclesial y los laicos comprometidos con su Iglesia.

Iglesia que es una pero no uniforme. Como siempre lo fue. El rito maronita es muy distinto del latino, la vida del jesuita no se parece en nada a la del benedictino, hay seglares de la Adoración Nocturna, del Opus Dei, kikos o no adscritos más que a su parroquia. Unos rezan el rosario todos los días y otros no. Los hay colaborando con Cáritas, ayudando en un cotolengo o siendo miembros de una cofradía.

Nada de eso rompe la unidad. Es más. La enriquece. No existe el menor problema. Todos se sienten miembros de la Iglesia una aunque sus vidas sean tan distintas.

El problema está con otros. Con los que dicen que son Iglesia y dedican sus vidas a combatirla. Con los teólogos que niegan sus dogmas, con los moralistas que contradicen su moral, con los sacerdotes que no obedecen al Papa y a sus obispos, con los laicos que afirman ser más católicos que nadie y que viven no ya al margen de todo lo que la Iglesia quiere sino pretendiendo que asuma y bendiga la extraeclesialidad.

Ocurre, además, que los años han hecho estragos en sus filas. Son cada vez menos y más viejos. Nadie les sigue. Sus congresos parecen un geriátrico y de pocas plazas. Las comunidades de base se sienten felices si reúnen a una docena de miembros. Los curas obreros han desaparecido. El MOCEOP agoniza. La Juan XXIII no es ni sombra de lo que fue.

Las editoriales progresistas, que vivieron el boom del postconcilio ya apenas venden libros. Revistas que tenían decenas de miles de suscriptores están a punto de echar el cierre. Y si sobreviven es porque sus titulares entierran en ellas miles de euros todos los años.

Hubo un tiempo en que los cronistas religiosos de todos los medios de comunicación eran todos de su línea. Y miembros de la sociedad de bombos mutuos. El internet ha acabado con eso. Hoy ya todo el mundo puede decir lo que quiere y a muchos se les oye. Y otro fenómeno curioso: las páginas fieles a la Iglesia reciben muchísimas más visitas, y son muchas más, que las contestatarias. Unos están crecidos y se ven respaldados y otros no saben que hacer para conseguir lectores.

Pues, ante ese descalabro general, empiezan a pedir árnica. Todos somos Iglesia. Respetémonos, comprendámonos, amémonos. Cabemos todos. Lo importante es el amor.

También en eso mienten. Porque no aman nada. No aman al Papa a quien critican todos los días. Son numerosos los obispos que reciben constantes muestras de ese amor. Que se lo digan al arzobispo de Granada o al obispo auxiliar de Bilbao. A los cardenales de Madrid, salvo el día que claudicó en Entrevías, de Toledo o de Valencia. A numerosos obispos cuya relación sería larguísima. Sus amores son sólo Casaldáliga, Gaillot, Podestá y muy pocos más. Cuanto más distantes del Papa y de la Iglesia, mejor. Más amados.

No es cuestión de amor pues Cristo nos enseñó a amar a nuestros enemigos. Aunque en ocasiones cueste trabajo. Es cuestión de Iglesia. Cierto que en ella caben todos. Pero todos los que sean Iglesia. Iglesia católica. Los protestantes, aunque se llamen ellos católicos, están en otro sitio. Muy honorable, muy respetable, todo lo que se quiera. Pero es otro.

Francisco José Fernández de la Cigoña

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