Profética

Cuando el Papa Paulo VI promulgó, un 25 de julio de 1968, su esperada Encíclica «Humanae Vitae» sobre la regulación de la natalidad estaba gozando de una popularidad mundial semejante a la del Papa Francisco.

Conocida la Encíclica, cundió el cuestionamiento: el Papa había «condenado a los pueblos tercermundistas a eternizarse en el subdesarrollo». Y era el mismo Papa que un año antes deslumbrara a tantos Gobernantes con su maciza Encíclica «Populorum Progressio» sobre el Desarrollo de los Pueblos.

Y es que «Humanae Vitae» tocaba un punto neurálgico en la estrategia imperialista de entonces: obligar a los países pobres a reducir drásticamente sus tasas de natalidad. Los pobres no debían multiplicarse, porque el pan tampoco se multiplica: que se prohíba a los pobres nacer, y así el pan alcanzará para los ya nacidos. Era Malthus en versión 2.0.

Paulo VI razonó y habló con valentía: si se reconoce como lícito a los cónyuges solucionar un problema familiar recurriendo a los anticonceptivos ¿cómo reprochar o impedir a los Gobiernos la imposición a sus súbditos del método anticonceptivo que juzgaren más eficaz? Y esa imposición ¿no dejaría a merced del poder estatal el sector más reservado y personal de la intimidad conyugal? ¡El Estado metiendo sus manos tiránicas en el santuario de las familias!

Y así fue. ¿Cuánto tardó Mao en imponer a las familias chinas la prohibición penal de dar a luz más de un hijo? Prohibición penal: se castiga con cuantiosas multas en dinero y pérdida de beneficios sociales. Prohibición de dar a luz: si ya está concebido, se obliga a abortar. Y para no caer en «peligro» de nuevos embarazos: esterilización masiva, premiada o forzada. India adoptaría pronto el mismo camino.

Y los Estados de Europa y Norteamérica adecuarían sus leyes para masificar la cultura contraceptiva y legalizar su consecuencia natural, la cultura abortiva. El niño-hijo dejó de ser la alegría que enriquece el patrimonio moral, para convertirse en el temor de una carga-lastre que hipoteca el desarrollo personal, familiar y social. Los presupuestos y los créditos para impedir que nuevos niños sean concebidos o dados a luz llegarán a superar los presupuestos y créditos para asegurar el nacimiento, salud, alimentación y educación de los niños.

Y las naciones se pusieron viejas y ya no fueron naciones, sino museos.Y se quedaron sin fuerzas productivas suficientes para sostener a la población pasiva. Y sus sistemas previsionales colapsaron. Y la creatividad se agotó. Dejar que el Estado meta las manos en el santuario familiar es decretar la ruina de la familia y del Estado.

La caricatura de la «Humanae Vitae» como obra de un solipsista preso de su dogmatismo y ciego ante la realidad cede el paso a un reconocimiento admirativo de la lucidez y coraje de un profeta, experto en humanidad.

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1 comentario

Juan Mariner
Al final cada Estado tiene lo que se busca y lo que se merece (si un Estado decide suicidarse, allá él). Pero no debemos los católicos, como personas, ser cómplices de estrategias malthusianas estatales o paraestatales, al contrario, debemos reaccionar ante las leyes injustas no obedeciéndolas: la destrucción de la familia (de la forma que sea) y el aborto provocado deben ser rechazados de plano y sin paliativo alguno.
14/08/14 10:05 AM

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