Testigos del amor más grande

Todos ellos fueron religiosos de profunda vida interior, devotos de la Eucaristía y de la Santísima Virgen; vivieron cerca de los pobres y fueron apóstoles convincentes de Jesucristo. En las penosísimas circunstancias que acabaron con su vida terrena, mientras les fue posible, se alimentaron con el pan eucarístico e invocaron filialmente a la Virgen con el rezo del santo Rosario. En la cárcel confortaron a sus compañeros de prisión y nunca renegaron de su condición de sacerdotes o consagrados. Prefirieron renunciar a la vida antes que renegar de su fe o traicionar al Señor. Sufrieron con fortaleza vejaciones y torturas y murieron perdonando a sus verdugos y orando por ellos. Vivieron los instantes finales de su vida con serenidad y alegría admirables, alabando a Dios y proclamando que Jesucristo era el único Rey y Señor de sus vidas.

Queridos hermanos y hermanas: Mientras nuestra Archidiócesis concluye los preparativos finales para la apertura en los próximos meses de la fase diocesana del proceso de beatificación de una treintena de sacerdotes, laicos y seminaristas, víctimas de la persecución religiosa en Sevilla entre los años 1936 y 1939, este domingo tiene lugar en Tarragona la ceremonia de beatificación de 522 mártires de aquellas trágicas circunstancias.

Pertenecen a veinte causas promovidas por otras tantas Diócesis y algunas congregaciones religiosas. Figuran entre los futuros beatos, los obispos de Jaén, Manuel Basulto Jiménez, el de Lérida, Salvio Huix Miralpeix, y el auxiliar de Tarragona, Manuel Borrás Ferré.

Entre los futuros beatos se cuentan diecinueve mártires vinculados a nuestra Archidiócesis, bien porque en ella nacieron, o porque aquí se encuentran sus reliquias. Entre los primeros contamos con tres frailes Carmelitas de la Antigua Observancia que recibieron el martirio en Hinojosa del Duque (Córdoba) el 14 de agosto de 1936. Sus nombres son los siguientes: Fray Eliseo María Camargo Montes, nacido el 4 de junio de 1887 en Osuna; Fray José María Ruiz Cardeñosa, nacido también en Osuna el 26 de julio de 1902; y Fray Antonio María Martín Povea, nacido en El Saucejo el 27 de noviembre de 1887. A este grupo pertenece también el fraile capuchino Fray Luis de Valencina, nacido en Valencina de la Concepción, donde se veneran sus reliquias, el 27 de marzo de 1885 y martirizado el 3 de agosto de 1936 en Antequera. A ellos hay que sumar quince miembros de la congregación de misioneros claretianos, cuyas reliquias descansan en la parroquia de San Antonio María Claret de Sevilla, catorce de ellos estudiantes teólogos, martirizados en la estación de Fernán Caballero (Ciudad Real), más el P. José María Ruiz Cano, martirizado el 27 de julio de 1936 en el cerro del Otero de Sigüenza, donde era prefecto de estudiantes claretianos.

Todos ellos están vinculados a nuestra Iglesia diocesana. Su beatificación debe constituir un acontecimiento de gracia para todos y un acicate para la renovación de nuestra fe y de nuestra vida cristiana personal y comunitaria. Su testimonio nos ayudará a fortalecer nuestra condición de discípulos y amigos del Señor, a robustecer nuestra esperanza, a acrecentar nuestra caridad hacia Dios y hacia nuestros hermanos y a revitalizar nuestro testimonio apostólico.

A partir de su beatificación, podremos tributarles culto público y encomendarnos a ellos como intercesores. Pero ya desde ahora, son para nosotros modelos y testigos del amor más grande. Todos ellos fueron religiosos de profunda vida interior, devotos de la Eucaristía y de la Santísima Virgen; vivieron cerca de los pobres y fueron apóstoles convincentes de Jesucristo. En las penosísimas circunstancias que acabaron con su vida terrena, mientras les fue posible, se alimentaron con el pan eucarístico e invocaron filialmente a la Virgen con el rezo del santo Rosario. En la cárcel confortaron a sus compañeros de prisión y nunca renegaron de su condición de sacerdotes o consagrados. Prefirieron renunciar a la vida antes que renegar de su fe o traicionar al Señor. Sufrieron con fortaleza vejaciones y torturas y murieron perdonando a sus verdugos y orando por ellos. Vivieron los instantes finales de su vida con serenidad y alegría admirables, alabando a Dios y proclamando que Jesucristo era el único Rey y Señor de sus vidas.

La ceremonia que tiene lugar en Tarragona este domingo, presidida en nombre del Papa por el Cardenal Angelo Amato, será una auténtica fiesta de la santidad, la primera urgencia pastoral de la Iglesia hoy. Si Dios quiere, nuestra Diócesis estará representada por un servidor y un grupo numeroso de religiosos y fieles vinculados a los mártires que acabo de mencionar. Allí daremos honra y gloria a Cristo, corona de los mártires, y con Cristo al Padre, que es admirable siempre en sus santos. Él es el origen y causa de la santidad de los mejores hijos de la Iglesia. Él robustece con la fuerza de su gracia la fragilidad humana. Nuestros mártires triunfaron en la prueba «en virtud de la sangre del Cordero». Él permitió que «no amaran tanto su vida que temieran la muerte» (Ap 12,11). A la vuelta, todos tendremos la oportunidad de participar en las Eucaristías de acción de gracias que tendrán lugar en Valencina, la parroquia de San Antonio María Claret y el Santo Ángel.

Concluyo invitándoos a uniros a la ceremonia a través de los medios de comunicación. En ella os encomendaré a los nuevos beatos. Como decimos los obispos en el mensaje publicado en esta ocasión, ellos«son nuestros intercesores, para que pastores, consagrados y fieles laicos recibamos la luz y la fortaleza necesarias para vivir y anunciar con valentía y humildad el misterio del Evangelio (cf. Ef 6, 19), en el que se revela el designio divino de misericordia y de salvación, así como la verdad de la fraternidad entre los hombres. Ellos han de ayudarnos a profesar con integridad y valor la fe de Cristo».

Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.

 

+ Juan José Asenjo Pelegrina, arzobispo de Sevilla

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