Estamos hechos de naturaleza y gracia

«Vive y deja vivir» ha llegado a ser el lema de nuestro tiempo. Ajenos al hecho de que es Dios quien nos sostiene con su gracia, hemos intentado construir un humanismo sin contar con Él y la cosa ha acabado como han acabado.

Desde la perspectiva de la fe fácil es comprender que la gracia es un supuesto fundamental en la visión teologizada del hombre, aunque, hoy día se hable poco de ello. La falsa acomodación del evangelio a un mundo secularizado ha hecho que nos vayamos olvidando de temas como éste , aún con todo no deja de ser un hecho, que en el seno del catolicismo, la gracia es vista como un misterioso don divino, imprescindible para el mantenimiento y desarrollo de la vida espiritual, si bien las leyes por las que se rige, escapan a la psicología humana, son incomprensibles para nosotros, incontrolables e imprevisibles. «El viento sopla donde quiere y se oye su ruido; pero no se sabe de donde viene y a donde va, así es todo lo que nace del espiritu» (Juan 3, 8).

La historia humana está llena de hombres y mujeres que cambiaron súbitamente sus vidas al ser sacudidas por un ramalazo de la gracia que todo lo trasforma. De repente la gracia se hace presente y sin razones que lo expliquen somos arrastrados a un territorio de luz, cuando menos se piensa, Dios toca el corazón de las personas y éstas quedan trasformadas . En la dinámica de la gracia se vió inmerso un día el filosofo D. Manuel García Morente que nunca se había encontrado a Dios entre las páginas de los libros de filosofía; pero se topó con Él a bocajarro, la noche del 19 al 30 de abril de 1937 de forma súbita. Éstas son sus propias palabras.

«Me puse de pie tembloroso y abrí de par en par la ventana. Una bocanada de aire fresco me azotó el rostro. Volví la cara hacia el interior de la habitación y me quedé petrificado. Allí estaba Él. Yo no lo veía, no lo oía, no lo tocaba ; pero Él estaba allí… Percibía su presencia con la misma claridad con la que percibo el papel en el que estoy escribiendo; pero no tenía ninguna sensación ni en la vista , ni en el oído, ni en el tacto , ni en el olfato ,ni en el gusto … No podía caberme la menor duda de que era Él…¿Cómo es posible? Yo no lo sé; pero sé, que Él estaba allí presente … Lo percibía con absoluta e indiscutible evidencia y me sentía inundado de ese gozo sobrehumano».

Éste habría de ser uno de los casos más comentados de la España del siglo XX y cuando ahora lo recordamos, volvemos a tener esa extraña sensación que nos produce siempre lo insólito y sorprendente, porque no estamos familiarizados con este tipo de vivencias, porque Dios nos coge distraidos cuando quiere hacerse presente en nuestras vidas. Los hijos de la posmodernidad somos autónomos, individualistas , independientes, celosos de nuestra propia intimidad y hasta nos molesta que Dios se meta en nuestros asuntos.

«Vive y deja vivir» ha llegado a ser el lema de nuestro tiempo. Ajenos al hecho de que es Dios quien nos sostiene con su gracia, hemos intentado construir un humanismo sin contar con Él y la cosa ha acabado como han acabado.

«Sin mi nada podeis hacer» es uno de los mensajes más explícitos y reiterativos que aparecen en los textos sagrados, seguramente también uno de los más orientadores a la hora de construir nuestras vidas y aunque nos hayamos olvidado de ello, sigue siendo una obviedad que estamos necesitados de su ayuda, lo que nos convierte en unos «pordioseros» a lo divino

Naturalmente esta menesterosidad no va en detrimento de la dignidad del hombre que a pesar de todo sigue siendo dueño de su propio destino. La gracia no hace sino potenciar la propia naturaleza, ambas están llamadas a entenderse y completarse en orden a alumbrar el hombre nuevo de que habla S. Pablo. La gracia no hace su aparición para anular la personalidad individual, ni para sofocar las iniciativas particulares, se inserta en la humana naturaleza ; pero no la sustituye, ni la suprime, por lo que podemos seguir hablando del hombre natural y libre .

Corresponde ahora a la moderna teología profundizar en esta interrelación mutua, algo en lo que se está trabajando. Coincidiendo con el desarrollo de las ciencias humanas han ido apareciendo nuevas posibilidades que permiten estudiar la gracia desde la situación del receptor, tomando en cuenta sus características psicológicas, capacidades, aptitudes, peculiaridades individuales , etc , pues todos estos elementos pueden ser mediatizadores de la recepción de los dones divinos. Los esfuerzos realizados en esta dirección, bien pudieran dar origen a un nuevo e interesante capítulo de la antropología religiosa, iniciado ya hace tiempo por algunos maestros del espíritu. Se trata de que el substrato psicofísico integrado por la afectividad, temperamento, sensibilidad, en definitiva, la naturaleza toda, se convierta en cooperador de la gracia.

La toma de conciencia de que existen condicionamientos psicológicos y humanos que favorecen o perjudican la recepción del favor divino es ya un paso adelante. Todo esto se corresponde con una visión antropológica integradora que aspira a la complementación y enriquecimiento entre lo natural y sobrenatural . Los efectos de la gracia se manifiestan de forma tan variada que nos permite hablar de Psicología o de Pedagogía espiritual destinada a clarificar los diversos modos de vivir la espiritualidad en consonancia con la vocación y capacitaciones personales de cada cual, es así por lo que el hombre ha podido ser definido por G. Marcel como «un espíritu encarnado», lo que equivale a decir que estamos hechos de naturaleza y gracia.

 

Ángel Gutiérrez Sanz

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1 comentario

Javier Rodríguez G.
Ahora, ¿es la gracia uu estado de mera conciencia, o es una condición espiritual?,es decir, ¿podemos "conocer" a Dios y sentirnos plenos de su gracia, pero estar a años luz de él?, o ¿podemos dudar, ignorarlo y hasta desconocerlo, y no obstante, por nuestras obras y acciones, estar allí con él, repletos de su gracia?. En tal sentido, la verdad sea dicha, Morente no estudió la verdadera filosofía, pues ella, más que ninguna otra, refleja la gracia divina. Morente tuvo que recibir la gracia divina como revelación supra-intelectual para sentirla como un don; bienaventurados aquellos que la expresan dando, haciendo, sacrificándose, aún desde sus propios temores, angustias e incertidumbres, y que la encuentran, la viven y la gozan, en cada sonrisa de un niño feliz y sin hambre, en el arbol, en el aguna que bebemos, en la magia de la vida, que de por sí es un estado de gracia, pues viviendo, evolucionando, podemos alcanzar la plenitud del universo, la veradera y plena gracia divina, la plenitud de Dios. Y es en ese acto de vivir, de evolucionar hacia los valores, de redefinir principios y fines, donde el ser humano va conformando su espiritualidad, que expresa su verdadero estatus evolutivo. No basta con tener conciencia de la gracia de Dios, pues ésta no constituye un título sino
una manifestación espiritual, un descubrimiento evolutivo, una expresión de la trascendentalidad del vivir. No es la gracia la que nos lleva a los hechos, son los hechos los que nos revelan la gracia.
11/02/13 4:51 PM

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