Las siete palabras de Jesús en la cruz
Séptima Palabra
“Era ya la hora sexta cuando, al eclipsarse el sol, la oscuridad cayó sobre toda la tierra hasta la hora nona. El velo del Santuario se rasgó por medio y Jesús, dando un fuerte grito, dijo:
“Padre, en tus manos pongo mi espíritu”
Y dicho esto expiró.” (Lc 23, 44-46)
Ninguna de las palabras de Jesús en la Cruz ha sido improvisada, pero esta menos que ninguna. Esta última palabra es la oración de su vida. Desde los primeros momentos de su vida, Jesús ha sido siempre el Hijo, el Hijo bueno y fiel que vivía en la presencia de su Padre, tratando de descubrir en la historia de su Pueblo la voluntad del Padre, orando horas y horas para percibir en su conciencia humana la presencia y la voluntad de su Padre celestial, tratando de cumplir en cada momento, en cada circunstancia, las obras del Padre.
Ahora, cuando le faltan las fuerzas, cuando se le nublan los ojos y le queda sólo la cercanía de su Padre en el fondo de su corazón, le brota espontáneamente lo que ha sido el secreto y la fuerza de su vida:
En tus manos pongo mi vida.
No hay ni sombra de rebeldía, ni de angustia, ni de fatalismo. Con la seguridad y la placidez que resplandece tan maravillosamente en el Cristo de Javier, flota por encima de sus dolores para refugiarse en el seno de su Padre, vuelve cargado con el peso del mundo a la Casa de su Padre. ¿Podemos imaginar una muerte más humana, más verdadera y más llena de esperanza?
Esta última palabra de Jesús es la palabra total de su vida, en ella la Palabra eterna que es el ser entero de Jesús vuelve al Padre en una última palabra llena de amor y confianza. Salí del Padre y vuelvo al Padre, después de haber vivido plenamente la aventura azarosa de ser hombre y de vivir como hijo de Dios en un mundo pecador. Su oración es la religión verdadera, la piedad más verdadera, el acto más profundamente humano que podemos imaginar, la confianza definitiva que honra el nombre de Dios y nos abre las puertas de la salvación. Jesús no es el fundador de “una” religión, es el consumador de la religión de la humanidad, El mismo es la religión de los hombres, es Dios que se hace hombre para abrir el camino de la verdadera religión y de la verdadera humanidad a todos los hombres qu7e crean en El.
Jesús vuelve maltrecho y triunfador al seno de su Padre. Su última palabra en esta vida mortal es esta oración esencial, la oración definitiva que pone nuestra vida en manos de Dios y que es ella misma el paso de este mundo al mundo de Dios, el paso de la muerte hasta las fuentes de la vida. Esta es la religión de Jesús y esta es también nuestra religión, la religión verdadera, la religión absoluta, la religión definitiva que nos abre el camino hasta el encuentro filial y amoroso con Dios, con el Padre celestial, origen y plenitud de nuestra vida. En Jesús religión y libertad se confunden. En las peripecias y sufrimientos de la vida, Jesús es el hombre libre por antonomasia, capaz de superar todas las pruebas y de mantener libremente su fidelidad y su amor hasta la muerte, como El quiso, sin ceder ante nada ni ante nadie, fijo en su amor al Padre y al mundo como meta suprema de su vida. Nadie tendría que darnos lecciones de libertad a quienes somos discípulos del hombre que ha vencido con su libertad santa todos los poderes del Mal.
Ahora podemos ver cómo la religión de Jesús es realmente el alma y la garantía de nuestra vida. Nada artificial, nada impuesto o añadido a nuestra vida, sino la esencia misma de la vida, el arraigo en la tierra originaria, el abrazo definitivo y exultante con el mar inmenso de la vida en plenitud. Es verdad que hay muchas formas de religión y de fe que están desvirtuadas y no aportan nada a nuestra vida. Pero es más verdad todavía que un mundo sin religión es un mundo muerto, un mundo sin aliento de vida por muy brillante y muy atrayente que quiera presentarse. Sólo Jesús viviendo y muriendo como hijo verdadero del Dios verdadero ha sido capaz de liberarnos del poder de la muerte y de iluminar las tinieblas de nuestro mundo con la luz de la vida verdadera.
Vivir es aprender a morir dejando caer nuestra vida en el regazo amoroso de Dios nuestro Padre. Vivir es acercarse a Jesús para aprender a vivir y a morir en esta actitud de confianza filial más fuerte que todas las tentaciones y todos los miedos y todas las necias pretensiones que nacen sin remedio en nuestro corazón. Con Jesús y como Jesús queremos vivir y morir en tus manos, Dios y Padre nuestro, fiándonos de tu amor, caminando hacia ti de la mano de tu Hijo, agrupados en esta Iglesia peregrina, encabezada por tu Hijo Jesucristo que nos acompaña y nos defiende en el camino de la vida.
Este es amigos el contenido esencial de nuestra vida y de nuestra muerte. Vivir es prepararse para poder decir en el momento culminante de la muerte esta oración definitiva: Padre en tus manos pongo mi vida. Aprender a morir es hacer cada mañana este acto de humilde y radical confianza: Dios mío, Padre mío, con Jesús, tu Hijo predilecto, hoy pongo mi vida en tus manos para siempre.
Ha muerto Jesús y parece que todo ha terminado. Ha terminado su vida en el mundo. Nadie volverá a oír sus palabras sencillas y luminosas, nadie volverá a ver la expresión inefable de su rostro, nadie recibirá la caricia de su misericordia y de su perdón. Terminó su vida terrestre, pero ahora comienza a ser de verdad y en plenitud el salvador del mundo. De su cuerpo muerto y sepultado nacerá pronto el cuerpo resucitado y glorioso.
Los cristianos sabemos que el Padre escuchó la oración de Jesús y le devolvió la vida entera, la vida del alma y del cuerpo, maravillosamente trasformada, hecha vida radiante propia del hijo de Dios, capaz de estar presente, desde el corazón de Dios, en todos los lugares del mundo y en todos los tiempos de la historia. Este Jesús triturado en la Cruz, fue glorificado por el poder omnipotente del Padre eterno y está ahora en el corazón de Dios y en el corazón del mundo, difundiendo el Espíritu de Dios como principio de una vida nueva y eterna para los que creen en El y siguen sus mandamientos.
La respuesta del Padre a esta muerte santa de Jesús fue la resurrección de su Hijo a una vida nueva y gloriosa que nosotros no podemos comprender. Dios bajó a la oscuridad del sepulcro para recoger el cuerpo de su Hijo y llevarlo sin demora al mundo de su gloria. Desde entonces Cristo resucitado es el principio de un mundo nuevo más allá de la muerte, escondido en la gloria de Dios. Ese es nuestro mundo verdadero y definitivo, en él estamos ya viviendo por la fuerza de la fe y del amor que nos unen espiritualmente con Cristo resucitado, desde este mundo nuevo tenemos que saber entender las cosas de este mundo con la luz de la vida eterna, desde él tenemos que plantear nuestra vida y seleccionar nuestras preferencias para vivir en la verdad plena y cumplir la voluntad de Dios “en la tierra como en el Cielo”.
Ya no vivimos encerrados en la cárcel de este mundo. Al salir victorioso del sepulcro Jesús ha levantado la losa que cerraba nuestro mundo. Ahora tenemos ante nosotros un horizonte abierto de esperanza. Si creemos en el Dios bueno y poderoso que resucitó a Jesús, también El nos resucitará a nosotros. Jesús quiere que donde está El estemos también nosotros que somos sus hermanos. Este Jesús rechazado y muerto, resucitado por Dios y entronizado como Señor del mundo, es ahora primicia de la nueva humanidad, principio y cabeza de la Iglesia, esta Iglesia sencilla y cercana que somos todos nosotros, los que llevamos en la frente la señal de su Cruz y queremos vivir como hermanos, anunciando su evangelio y multiplicando sus obras de amor y de redención.
La resurrección de Jesús nos acerca al Reino de Dios y de la vida eterna, nos descubre el rostro verdadero de Dios como fuente de vida. Podemos vivir y morir tranquilos. Morir es pasar de este mundo al mundo de Dios. Sabemos que después de la muerte nos espera el abrazo con El Dios bondadoso que resucitó a Jesús y nos dará nosotros una vida gloriosa. Levantemos el corazón y centremos nuestra vida en la esperanza de la vida celestial donde nos esperan nuestros seres queridos, donde reinaremos con Cristo eternamente. Esta esperanza nos dará fuerza para vencer alegremente las tentaciones y los engaños del mal.
Señor Jesús, muerto en la Cruz por nosotros, líbranos de nuestros pecados. Danos Señor la vida nueva del espíritu, ayúdanos a vivir contigo cerca de Dios, ayúdanos a mantener la fidelidad y el amor y la obediencia en los momentos difíciles y duros de nuestra vida, ayúdanos a vivir siempre en comunión humilde y agradecida dentro de tu Iglesia y con el corazón cerca de ti, que eres la fuente de la vida verdadera.
Te pedimos por nosotros, por nuestra Iglesia, por nuestros amigos y familiares. Te pedimos por los que no creen en ti, por los que piensan que pueden vivir sin creer en Ti ni en tu misericordia, te pedimos por los que viven esclavos del mundo y de la carne, por los que explotan a los más pobres, por los que matan a personas inocentes como precio de su comodidad o de sus aspiraciones políticas.
Bendice al Papa Benedicto XVI para que con su palabra y su ejemplo haga brillar la luz de tu evangelio en todos los rincones del mundo, en todos los acontecimientos gloriosos o dolorosos de este mundo tuyo que amaste hasta dar la vida, que tiene en ti su única esperanza.
Haz Señor que tus discípulos que vivimos en España sepamos estar a la altura de los acontecimientos y demos en esta hora con nuestra vida un testimonio verdadero, sencillo y firme, de la verdad de tu evangelio y de la fuerza liberadora del Reino de Dios que tú anunciaste y trajiste a nuestro mundo.
Señor, desde ese trono glorioso de la Cruz, danos el don de la paz, el don de la justicia y de la fraternidad, guíanos en esta aventura de la vida y ayúdanos a vivir y caminar juntos, como hermanos, hasta la casa común que Tú nos tienes preparada y dispuesta en las moradas eternas de tu Padre y de nuestro Padre.
Para terminar rezamos desde el fondo de nuestro corazón,
Dios creador, bueno y misericordioso,
Padre de Jesús y Padre nuestro,
En tus manos ponemos nuestra vida.
Que nada ni nadie nos haga dudar de ti, de tu bondad, de tu amor, de tu misericordia.
Con este Jesús,
Hijo tuyo y hermano nuestro,
Que coronó su vida y la vida del mundo
En la soledad de la Cruz,
Queremos unir nuestra vida a la verdad de tu amor.
En la vida y en la muerte queremos estar cerca de Ti,
Y vivir como hijos tuyos,
En la verdad del amor y de la esperanza,
Esperando el momento gozoso de encontrarnos
Con tu mirada misericordiosa de Padre bueno.
De la mano de tu Hijo que nos diste como hermano,
Con la fuerza del Espíritu Santo,
Sostenidos por el amor maternal de la Santa Virgen María
En la comunión de la Santa Iglesia Católica.
Amén
7 comentarios
Un cordial saludo
La palabra diablo, significa el que separa al hombre de Dios, y por consiguiente al hombre del hombre. El separatismo es anti-cristiano y por lo tanto diabólico (se origina desde el egoismo, la soberbia y el odio y engendra odio). Lo verdaderamente cristiano es la fraternidad universal. La "hoja de ruta" de cualquier politico que se dice cristiano, y de cualquier cristiano (sobre todo si pertenece a la jerarquia) debe ser, hacer realidad politica, social y económica; la hermandad entre todos los hombres. La división solo genera confrontación. Solo hay partido cuando hay dos equipos en el estadio.
CON AMOR PARA TODOS USTEDES
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