InfoCatólica / Scriptorium / Archivos para: 2016

7.04.16

Las preocupaciones de Pablo VI

No hace mucho que su obispo le indicó que estudiara Historia y se matriculó en mi Facultad de Alcalá. Era listo como los ratones colorados y trabajador como el que más. Le di matrícula de honor, que todos sus compañeros reconocieron merecidísima. Se presentaba siempre en clase vestido de cura. No era de «la secreta». Venía cuando podía, y un día me confesó el motivo: era el cura de 17 pueblos y estaba él solo para atenderlos. Me quedé pegado a la silla de mi despecho, y en cuanto se fue me salió el instinto de historiador, para averiguar lo que había pasado. Les cuento mi descubrimiento.

El 26 de enero de 1970, Pablo VI se reunió con un nutrido grupo de obispos españoles, que habían asistido a la canonización de Santa María Soledad Torres Acosta, esa gran madrileña, fundadora de las Siervas de María, las ministras de los enfermos. En esa reunión, Pablo VI pronunció un discurso profético, en el que describía la situación de la juventud española y los males que la amenazaban. Sus palabras fueron las siguientes: «No os faltan, ni nos faltan, preocupaciones al constatar y afrontar los problemas relacionados con la juventud, con los seminarios, con el mundo del trabajo, con el enfriamiento de la fe y del sentido moral: problemas cada día más insoslayables y que el pasar del tiempo agravaría si no se adoptasen medidas clarividentes y proporcionadas».

Sin duda que las palabras de Pablo VI estaban dirigidas a todos los obispos españoles, tanto a los allí presentes como a los que no pudieron asistir entonces a la canonización. Y por supuesto que deben espolear a todos los obispos españoles, no solo a los de hace cuarenta años, sino también a sus sucesores actuales, por cuanto Pablo VI afirma que de no poner remedio a la situación de 1970, de «no adoptar medidas clarividentes y proporcionadas», el paso del tiempo agravaría la situación.

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21.03.16

El desierto de España

«Uno está siempre tentado a renunciar a la libertad. Caminar por el desierto es difícil. Y siempre nos viene la tentación de volver a Egipto… Al menos allí podíamos comer…»

Así empieza la importante homilía que pronunció Don Juan Antonio Reig, obispo de Alcalá, en la iglesia del convento de la comunidad de Concepcionistas del Caballero de Gracia de la calle Blasco de Garay de Madrid. Nos habíamos reunido allí el pasado día 15 de marzo un numeroso grupo de devotos de la Virgen del Olvido Triunfo y Misericordias. La Iglesia estaba llena. Y desde primeras horas de la tarde hubo adoración del Santísimo, Santo Rosario y Santa Misa, celebrada por el obispo del Alcalá. Como todos los meses nos volvíamos a reunir allí, si bien en esta ocasión se cambió el día habitual de la cita que es el último sábado de cada mes, porque en este mes de marzo ese día es Sábado Santo, y por lo tanto jornada alitúrgica.

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8.03.16

Consuelo del mundo y alegría de la Iglesia Católica

Somos amigos desde hace tiempo y nos entendemos bastante bien, aunque hace años que no nos vemos porque vivimos en distintas ciudades; pero por teléfono hablamos con cierta frecuencia. Nos dimos novedades de las respectivas familias, y comprobé que casi todo va bien y algunas cosas hay que mejorarlas, porque todo en esta tierra no puede ir bien. Todo irá bien cuando nos hayamos muerto y por la misericordia de Dios estemos en el Cielo, que es el bien sin mezcla de mal alguno, según me enseñaron de pequeño.

Y esta vez el que llamó fue él, porque había visto un artículo que se refería a mi último libro, Las llagas de la monja, se lo había leído y me confesó que había descubierto en sus páginas la grandeza de Sor Patrocinio, personaje de quien yo le había hablado hacía tiempo sin que él le hubiera prestado mucha atención. Y tras contarme todas aquellas facetas de la vida de Sor Patrocinio durante su estancia en el convento del Caballero de Gracia que le habían emocionado, remató con este pase de pecho que me dejó clavada la lengua al paladar:

-                     Después de leer tu libro, ahora entiendo que lleves tantos años estudiando la figura tan inmensa de Sor Patrocinio.

Me dieron ganas de darle las gracias por haberme expedido el certificado de persona cuerda, porque mi amigo es de los que piensan que los de «letras» somos tan raros, que cuando uno de «letras» coge una vereda, la vereda se acaba y el de «letras» sigue. Pero no es mi caso con Sor Patrocinio, a mí me falta todavía mucha vereda por andar, porque todavía me queda bastante trecho que recorrer hasta que descubra toda la verdad de una vida tan extraordinaria como la de Sor Patrocinio, que durante tanto tiempo ha permanecido enterrada por la mentira y la calumnia.

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21.02.16

El consuelo del mundo

“Nadie debe ser inquietado por sus opiniones, incluso religiosas, en tanto que su manifestación no altere el orden público establecido por la ley”. Así quedó degradada la religión en el artículo décimo de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, que aprobaron los revolucionarios franceses en el verano de 1789, durante el periodo de la Asamblea Constituyente. Para los nuevos dirigentes de Francia el reconocimiento y la adoración a Dios Creador, dejaba de ser una religión para convertirse en una opinión.

Semejante atropello tuvo tres gravísimas consecuencias para los católicos franceses. En primer lugar,  la Iglesia Católica perdió su status  al vaciarla de contenido, por cuanto “una Iglesia de  la opinión” es una Iglesia sin religión. A continuación, el lugar dejado por la Iglesia Católica fue ocupado por la nueva  Iglesia Constitucional creada por los revolucionarios, que según la Constitución Civil del Clero de 12 de julio de 1790, separaba del Papa y convertía a los sacerdotes y a los obispos en funcionarios del nuevo Estado, que era quien les nombraba, consagraba y pagaba, por cierto con mayores atenciones económicas que las que hasta entonces habían disfrutado. Y en tercer lugar, al convertirse la cismática Iglesia Constitucional en la religión oficial del nuevo Estado, a la que había obligación de prestar juramento, los católicos por el mero hecho de permanecer como tales pasaron a ser considerados elementos contrarrevolucionarios, acusación por la que muchos miles de católicos franceses pagaron con su vida y fueron ajusticiados en la guillotina, ametrallados en grupos con balas de cañón, quemados en hornos de pan y hasta ahogados en el Loira, río al que los revolucionarios denominaron “la bañera nacional” .

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11.01.16

La prehistoria de un libro: Las llagas de la monja

Hay personas que un día se cruzan en tu vida de un modo inesperado y resulta que se acaban convirtiendo en uno de esos pocos amigos fieles, seguros y de toda la vida, porque ya saben lo que decía el aldeano de que aquella querida región española, donde el “muy” es sustituido por el “mucho”…, se lo escuche cuando tras cantar las excelencias de unos espárragos  al grito de esto está “mucho” bueno, sentenció a continuación: “mira, Javierico, los amigos…, “mucho” pocos, y “mucho” elegidos”. Y eso es, exactamente, lo que a mí ha pasado con Sor Patrocinio, que forma parte del grupo de mis amigos históricos, que son muy pocos y muy elegidos.

Hace ya más de treinta años que hacía mi tesis doctoral, investigaba la figura de Pascual Madoz y estudiaba, por lo tanto su partido político, al que Salustiano Olózaga, ese personaje  listo como pocos y malo como un diablo, cambio el nombre de partido exaltado por el de partido progresista. Y un buen día me encontré con un folleto de Sor Patrocinio. Lo recuerdo perfectamente, fue en el departamento de Historia de Don Federico Suárez, en el que aquella persona, buena y trabajadora como he conocido pocas, que se llamaba Ana María Berazaluce, había recogido y ordenado una utilísima biblioteca con la bibliografía fundamental del siglo XIX, de manera que a los que los fuimos detrás de ellos nos ahorró muchas horas de búsqueda, al poner a nuestra disposición lo que ellos ya habían encontrado con el trabajo de toda una vida. Así eran de generosos. Los que visitamos aquel departamento de Historia, nunca  estaremos lo suficientemente agradecidos a Don Federico y a Ana María Berazaluce, porque además de ayudarnos profesionalmente nos querían a todos de verdad, incluida una compañera que también hacía la tesis conmigo y que era más roja que los pimientos de Tudela.

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