La ciencia no lo entiende, la fe sí (Mc. 1, 1)
Las apariciones marianas no son dogmas de fe que tienen que creer los fieles católicos. En cambio, sí es dogma que María es Madre de “Jesucristo, Hijo de Dios” (Mc. 1, 1), llamado Él así por S. Marcos al comienzo del Evangelio del Segundo domingo de Adviento. Pero, la Iglesia Católica ha aprobado ciertas apariciones para la devoción pública, como la de Ntra. Sra. De Guadalupe ("la que aplasta la serpiente"), Patrona de Méjico y de las Américas, que se apareció en Méjico a S. Juan Diego en 1531.
Dijo la Virgen en náhuatl que era “madre del verdaderísimo Dios” y pidió un templo para dedicárselo a Dios y al cuidado de sus hijos. La imagen sobre el manto del santo continúa a desafiar las investigaciones científicas y es admirada por el códice pictórico que representa según la cultura indígena, (temas tratados en la película Guadalupe que se estrena hoy en España.) A pesar de no ser dogma de fe creer en las apariciones, millones de fieles van cada año al santuario de Guadalupe, haciéndolo el santuario mariano más visitado del mundo.
Enlaces sobre los misterios de la imagen:
1) Sitio oficial con el relato del “Nican Mopohua” y estudios sobre las apariciones.


Una de las cosas más necesarias y difíciles de hacer bien en esta vida es pedir perdón. Una vez, al confesarme, me preguntó el sacerdote si había pedido perdón a la persona que había ofendido. Le dije que había demostrado a esa persona que estaba arrepentida, pero el sacerdote insistió, preguntándome si le había dicho “lo siento” o “perdón” a la persona ofendida. Explicó que muchas veces creemos que hemos demostrado nuestro arrepentimiento pero quizás no es tan obvio a la persona ofendida como cuando pedimos perdón usando esas palabras con toda sinceridad, aunque nos cueste. Me di cuenta de que ese sacerdote tenía toda la razón cuando hablé de nuevo con la persona en cuestión y me dijo después que no tenía la menor idea de que estaba arrepentida hasta que le dije: “Lo siento”.
Como indica el nombre náhuatl de
El Papa Pío IX proclamó





