InfoCatólica / Sapientia christiana / Archivos para: Mayo 2016, 05

5.05.16

XL. El antiguo legado de soberbia

El misterio del pecado original 

Decía en 1985, el entonces cardenal Josep Ratzinger: «La incapacidad de comprender y de presentar el “pecado original” es ciertamente uno de los problemas más graves de la teología y de la pastoral actuales»[1].

Sobre la denominada «crisis actual del pecado original» notaba también que: «Esta crisis no es más que un síntoma de nuestra dificultad profunda para aprehender la realidad del hombre, del mundo y de Dios»[2].

Más recientemente, en un artículo de Reforma o apostasía, dedicado al pecado original, José María Iraburu escribía, con la claridad y valentía en su exposición y defensa de las verdades naturales y sobrenaturales, que le caracterizan, que muchos: «Como fieles roussonianos,piensan y enseñan, aunque quizá no se lo creen, que de suyoel hombre es bueno, que es el mundo pecador quien lo malea, y que con el progreso de la educación, la medicina, la política y la ciencia, puede llegarse a un mundo armonioso, generador de una humanidad íntegra y buena, libre de pecado. Pelagianismo puro y duro: Cristo Salvador es innecesario. La Iglesia como “sacramento universal de salvación” es una pretensión ridícula: debe auto-disolverse. Más ciencia y menos religión».

Como ya había indicado en otras ocasiones, el Dr. Iraburu advierte que la «dificultad insalvable», que estos innovadores actuales: «hallan para explicar en sentido católico la naturaleza y transmisión del pecado original se debe a que niegan toda ontología metafísica realista, la única en la que tiene sentido la noción de naturaleza».

Añade que más: «concretamente, el pecado original es otra cosamuy diferente a lo que ellos piensan. Es algo incomparablemente más grave, pues afecta a la misma naturalezade todo el hombre y de todo hombre, y se transmite, lógicamente, como se transmite la naturaleza humana, por generación. Y es un pecado que no tiene remedio humano, que solamente puede ser vencido por gracia sobre-humana, sobre-natural»[3].

Es innegable que el pecado original es algo misterioso, pero observa asimismo Ratzinger que: «Esta verdad cristiana tiene un aspecto misteriosos y un aspecto evidente. La evidencia : una visión lúcida, realista del hombre y de la historia no puede dejar de descubrir la alienación, no puede ocultarse el hecho de que existe una ruptura de las relaciones: del hombre consigo mismo, con los otros, con Dios. Ahora bien, puesto que el hombre es por excelencia el ser-en-relación, una ruptura semejante llega hasta las raíces, repercute en todo»[4].

También se revela su carácter misterioso, porque: «si no somos capaces de penetrar hasta el fondo la realidad y las consecuencias del pecado original, ello se debe precisamente a que tal pecado existe; porque la nuestra es una ofuscación de carácter ontológico, desequilibra, confunde en nosotros la lógica de la naturaleza, nos impide comprender como una culpa que tuvo lugar al principio de la historia pueda traer consigo una situación de pecado común».

A pesar de que sea misterioso el pecado original y que el mismo relato de la Escritura sea «una narración que revela y esconde», nota Ratzinger que:«los elementos fundamentales son razonables y la realidad del dogma queda, en todo caso, salvaguardada».

Concluye, por ello, que: «El cristiano no haría lo que debe por sus hermanos si no les anunciase al Cristo que nos redime ante todo del pecado; si no anunciase la realidad de la alienación (la “caída”) y, a la vez, la realidad de la gracia que nos redime y libera; si no anunciase que para reconstruir nuestra esencia originaria tenemos necesidad de una ayuda exterior a nosotros mismos; si no anunciase que la insistencia sobre la autorrealización, sobre la autorredención, no conduce a la salvación, sino a la destrucción; si no anunciase, en fin, que para ser salvos es necesario abandonarse al Amor»[5].

Leer más... »