5.04.23

La Resurrección de Jesús, razón y fe

“Pascua sagrada. ¡Cantemos al Señor! Vivamos la alegría dada a luz en el dolor”. La Iglesia anuncia el gozo de la Pascua, del paso de Jesús, a través de la muerte, de este mundo al Padre, de la vida terrena a la vida definitiva que deja atrás el poder de la muerte. No se trata de volver a la vida presente, sino de entrar en la vida futura. Como explicaba Benedicto XVI, la Resurrección de Jesús “es –si podemos usar por una vez el lenguaje de la teoría de la evolución– la mayor «mutación», el salto más decisivo en absoluto hacia una dimensión totalmente nueva, que se haya producido jamás en la larga historia de la vida y de sus desarrollos: un salto de un orden completamente nuevo, que nos afecta y que atañe a toda la historia”.

En la Resurrección de Jesús se unen historia y transcendencia, razón y fe. Se trata de un acontecimiento real que tiene efectos históricamente comprobables, como el sepulcro vacío y los múltiples testimonios del encuentro de los discípulos con el Resucitado. Pero, a la vez, es un acontecimiento transcendente, que pertenece al centro del misterio de la fe en aquello que sobrepasa a la historia. Ante este acontecimiento, se impone una opción: o se piensa que la historia es totalmente homogénea, aceptando que solo puede haber sucedido lo que podía suceder siempre, o se acepta el carácter singularísimo de este suceso, dejándose subyugar por la propia evidencia de un fenómeno que rompe la concatenación habitual de los hechos.

El Nuevo Testamento nos invita a creer en la Resurrección, en una realidad que va más allá de lo común y que supone una inmediata intervención de Dios en el orden material. La Resurrección no se demuestra, se cree. Constituye a la vez el objeto y el centro de la fe, mediado por la tradición, como recuerda san Pablo: “Porque yo os transmití en primer lugar, lo que también yo recibí: que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras; y que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras”. Es la Resurrección lo que fundamenta y origina el anuncio y la fe, aunque la singularidad de este hecho vaya, inexorable y escandalosamente, más allá de la “religión dentro de los límites de la mera razón”.

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25.03.23

La Cruz y las tres heridas

En un poema, escrito en la cárcel entre 1938 y 1941, Miguel Hernández expresa sintéticamente el reto que plantea el sentido de la existencia: “Llegó con tres heridas:/ la del amor/, la de la muerte/, la de la vida”. En cada uno de nosotros anida el anhelo de descubrir el sentido último y definitivo de nuestro paso por la tierra, su razón de ser y su posible finalidad, su inteligibilidad y su valor.

Los ejes sobre los que pivota la cuestión del sentido son la pregunta sobre el amor, sobre la muerte y sobre el futuro. Sobre el riesgo y la apuesta del amor, sobre si vale o no vale la pena, a pesar de las decepciones. Sobre la experiencia del límite y de la muerte, a pesar de su apariencia de contradicción y fracaso. La muerte, la única certeza en medio de todos los saberes inciertos, que decía san Agustín. Sobre el futuro, como invitación a la esperanza y a la confianza.

La Semana Santa pone ante nuestra consideración la Cruz de Cristo. Una cruz que, como atestiguan los cuatro evangelios, porta un título que explica el motivo de la ejecución: “Este es Jesús, Rey de los judíos”. Este título resume lo que, a través de la historia, sabemos sobre Jesús, el Nazareno, bautizado por Juan, proclamador del Reino, predicador del amor a los enemigos, taumaturgo, que escogió doce discípulos, que invocaba a Dios como “Abba”, que fue crítico con el templo y que realizó una última cena con los suyos, que fue rechazado y ejecutado como pretendiente a ser “rey de los judíos”.

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17.03.23

Cuadernos del Concilio. Materiales para la preparación del Jubileo de 2025

En la carta del Santo Padre Francisco dirigida a Monseñor Rino Fisichella, del Dicasterio para la Evangelización, en la que le confía la responsabilidad de encontrar las maneras apropiadas para que el Año Santo se prepare y se celebre adecuadamente, se indica: “Las cuatro constituciones del Concilio Ecuménico Vaticano II, junto con el magisterio de estos decenios, seguirán orientando y guiando al santo pueblo de Dios, para que progrese en la misión de llevar el gozoso anuncio del Evangelio a todos”.

Como respuesta a esta petición del Papa, el Dicasterio para la Evangelización ha impulsado la colección “Cuadernos del Concilio”, publicada en italiano por Editrice Shalom, como un conjunto de libritos en los que se pretende ayudar a comprender, especialmente a los jóvenes, los principales temas abordados por las constituciones conciliares. En la introducción a la colección, el Santo Padre expresa su deseo de que estos subsidios “puedan encontrar amplia acogida y proporcionar buenos frutos para la renovación de nuestras comunidades”.

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22.02.23

Miércoles de Ceniza

“Te compadeces de todos, Señor, y no aborreces nada de lo que hiciste; pasas por alto los pecados de los hombres para que se arrepientan, y los perdonas, porque tú eres nuestro Dios y Señor” (cf Sab 11,23-24). Estas palabras de consuelo y de confianza figuran en la antífona de entrada de la santa Misa del Miércoles de Ceniza.

Dios es “compasivo y misericordioso, lento a la cólera y rico en amor”, nos dice también el profeta Joel (cf Jl 2,12-18). La misericordia es el límite que el bien divino impone al mal también en nuestra propia vida, si nos abrimos al perdón de Dios: “por tu inmensa compasión borra mi culpa; lava del todo mi delito, limpia mi pecado” (cf Sal 50).

La Cuaresma, enseña Benedicto XVI, “es el tiempo privilegiado de peregrinación interior hacia Aquél que es la fuente de la misericordia”: “Ahora es el tiempo favorable, ahora es el día de la salvación” (cf 2 Cor 5,20-6,2). Cristo nos acompaña en esta peregrinación hacia el Padre a través del desierto de nuestra pobreza, de nuestra indigencia, de nuestro desamparo. Él nos guarda y nos sostiene en la intemperie de la tentación y de la desesperanza.

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18.02.23

Leyes

Asistimos a un auténtico aluvión de leyes y, por desgracia, muchas de ellas no parecen estar orientadas a promover las condiciones de vida social que permitan a las personas conseguir su propia perfección. La sociedad no es un archipiélago formado por islas incomunicadas, sino que se compone de personas – seres relacionales –, de grupos intermedios y de comunidades de pertenencia como la familia y la nación, que preceden al individuo para ayudarlo a desarrollar su proyecto vital. Para que las leyes contribuyan al bien común, han de respetar los derechos fundamentales e inalienables de todo ser humano, el más básico de los cuales es el derecho a la vida; han de promover el bienestar social y el desarrollo, y han de contribuir a la paz.

Quienes promueven determinadas leyes – eutanasia, aborto, “ley trans” - argumentan que lo que buscan es “ampliar derechos” y que estas leyes no obligan a aquellos ciudadanos que piensan de modo diferente. Este razonamiento es un tanto falaz, porque presenta como “derechos” realidades que no son tales y, además, parece ignorar la repercusión de determinadas acciones en los valores y en los hábitos de las personas: una leyes malas hacen peor a la sociedad. Y este deterioro es un asunto que nos concierne a todos.

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