2.07.18

Hablar mucho y hablar bien de la clase de Religión

Lo he escuchado, hace poco, en un programa de radio. Decía una profesora de Matemáticas que para prestigiar su asignatura había que hablar mucho de esa materia y hablar bien. Y ponía un ejemplo: Uno de sus hijos comía sin problemas verduras hasta que fue a la escuela. En el comedor escolar, el niño oyó que las verduras sabían mal y, en consecuencia, dejó de comerlas. No es que no le gustasen las verduras, sino que, a base de oír lo malas que eran, terminó haciendo propio ese diagnóstico generalizado.

Ya no digamos a las Matemáticas, sino a cualquier otra asignatura que se le hiciese la mínima parte de la campaña en contra que a la de Religión, se quedaría completamente sin alumnos. Asignatura opcional, con alternativa a veces y otras sin ella, con evaluación más o menos comprometida, con peso en el expediente mayor o menor, y hasta nulo. Y, encima, acusando de que la mera presencia de esa asignatura en el plan de estudios es como una rémora de un pasado maldito del que renegar cuanto antes.

Y, pese a todo, los padres de los alumnos siguen pidiendo, en una proporción significativa, la clase de Religión. Si pudiesen no pedir la de Matemáticas, seguro que lo harían, pensando en lo que iban a ahorrar en clases particulares de recuperación. Sería un error, ya que es muy conveniente que los alumnos estudien Matemáticas.

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1.07.18

¿Por qué no puede tener valor académico la clase de Religión?

La afirmación: “La clase de Religión no puede tener valor académico y contar para la nota media” se la atribuyen a una ministra del Gobierno. Si no ha proferido esa sentencia, le sobrarán medios para desmentirlo. Pero todo apunta a que resulta creíble que lo haya dicho.

Hablar de clases sin valor académico, de asignaturas que no cuentan para la nota media, es ya, en sí mismo, moverse en el terreno de la contradicción. Si no tiene valor académico, ¿para qué se imparte esa materia en la escuela? Si no cuenta para la nota media, ¿para qué dedicar el mínimo esfuerzo destinado a aprobarla?

La contradicción reina…, impera. Lo controla todo. A los ministros y a las ministras nadie los ha elegido para actuar de jueces en orden a discernir entre lo que tiene valor académico y lo que no. En los sistemas totalitarios, sí tienen ese poder.

Es conocida la enorme aportación intelectual de algunos genetistas soviéticos como Lyssenko, empeñados en desarrollar una teoría biológica compatible con los postulados marxista-leninistas. Que la realidad contradijese la teoría era – y es, en los totalitarismos, incluso en los amparados formalmente por los procedimientos democráticos – lo de menos. Un burgués idealista no puede pretender que sus teorías genéticas tengan valor académico. Para eso está el aparato, para discernir, para juzgar, para enaltecer o reprobar los saberes.

El que manda no puede decretar qué es o no es conocimiento. El que manda ha de servir, favoreciendo el cultivo del conocimiento. Las sociedades libres – más o menos libres – defienden el respeto a los derechos humanos. En el artículo 18 de la Declaración Universal de esos Derechos se lee: “Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; este derecho incluye la libertad de cambiar de religión o de creencia, así como la libertad de manifestar su religión o su creencia, individual y colectivamente, tanto en público como en privado, por la enseñanza, la práctica, el culto y la observancia”.

La enseñanza de la Religión no es un capricho, sino que hunde sus raíces en la libertad de pensamiento y de conciencia. El Estado no tiene que decirnos qué debemos pensar y qué no debemos pensar. El Estado sirve, no manda. En España, la Constitución dice en el artículo 16, 1: “Se garantiza la libertad ideológica, religiosa y de culto de los individuos y las comunidades sin más limitación, en sus manifestaciones, que la necesaria para el mantenimiento del orden público protegido por la ley”.

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30.06.18

Cinco preguntas sobre la eutanasia

Eutanasia

En la Hoja Parroquial de Julio y Agosto me ha parecido oportuno plantear cinco cuestiones sobre la eutanasia y dar la respuesta que, literalmente, se deduce de la encíclica “Evangelium vitae” de San Juan Pablo II.

Por si ayuda a otros, lo publico ahora en el blog:

 

1ª) ¿Qué es la eutanasia? “Por eutanasia en sentido verdadero y propio se debe entender una acción o una omisión que por su naturaleza y en la intención causa la muerte, con el fin de eliminar cualquier dolor”.

2ª) ¿Es lo mismo la eutanasia  que los cuidados paliativos? No. “En la medicina moderna van teniendo auge los llamados « cuidados paliativos », destinados a hacer más soportable el sufrimiento en la fase final de la enfermedad y, al mismo tiempo, asegurar al paciente un acompañamiento humano adecuado”. Es lícito “suprimir el dolor por medio de narcóticos, a pesar de tener como consecuencia limitar la conciencia y abreviar la vida, « si no hay otros medios y si, en tales circunstancias, ello no impide el cumplimiento de otros deberes religiosos y morales »”.

3ª) ¿Es moralmente aceptable la eutanasia? No. La “eutanasia es una grave violación de la Ley de Dios, en cuanto eliminación deliberada y moralmente inaceptable de una persona humana”. “Semejante práctica conlleva, según las circunstancias, la malicia propia del suicidio o del homicidio”.

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12.06.18

Un gran predicador: San Antonio de Padua

San Antonio de Padua con Niño, MurilloFue popular en vida, San Antonio, y lo es tras su muerte. Es, sin duda, uno de los santos más venerados en todo el mundo. Se recurre a él en busca de objetos perdidos, recitando su famoso responsorio: “Si buscas milagros, mira: muerte y error desterrados, miseria y demonio huidos, leprosos y enfermos sanos”…, “miembros y bienes perdidos recobran mozos y ancianos”. El responsorio, en latín, ha dado nombre a una plegaria y origen a un apellido italiano, que porta un célebre teólogo, Sequeri: “Si quaeris miracula…”.

Se dice también que las mozas casaderas se encomendaban a San Antonio para encontrar novio. Rosalía de Castro dejó constancia de ello en Cantares gallegos, en un poema satírico –en el que compagina picardía y ternura, a decir de Marina Mayoral - : “Meu santo San Antonio, daime un homiño, anque o tamaño teña, dun gran de millo”. La poetisa rebajaba así el tono de lo que era un cantar popular de contenido más brutal: “San Antonio Bendito, dádeme un home, anque me mate, anque me esfole”.

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La homilía: Una tarea que ha ser tomada muy en serio

Predicar es un “ministerio”, una ocupación, un trabajo, un servicio, que hay que asumir con un gran sentido de la responsabilidad. Así lo enseña el papa Benedicto XVI: “quienes por ministerio específico están encargados de la predicación han de tomarse muy en serio esta tarea” (Verbum Domini, 59).

Ser ministros, ser servidores -  ser casi lo de menos - , equivale a no querer ser el centro. Se deben evitar, nos dice Benedicto XVI, “inútiles divagaciones que corren el riesgo de atraer la atención más sobre el predicador que sobre el corazón del mensaje evangélico. Debe quedar claro a los fieles que lo que interesa al predicador es mostrar a Cristo, que tiene que ser el centro de toda homilía”.

Cristo no aburre. Y solo Él, y no el predicador, puede ser el centro. Todo lo demás es - a corto, medio y largo plazo – un fraude. Un día puede valer contar tal o cual experiencia personal. A la quinta vez que se cuente, y digo a la quinta por ser muy indulgente, obliga casi a desconectar. Y ya no digamos si quien predica se empeña en narrar supuestos “milagros” obrados por el poder divino en atención a su maestría suprema a la hora de anunciar el Evangelio. No cuela. Sobra. Aburre. Son divagaciones inútiles.

Para ser buenos ministros, nos recuerda Benedicto XVI, “se requiere que los predicadores tengan familiaridad y trato asiduo con el texto sagrado; que se preparen para la homilía con la meditación y la oración, para que prediquen con convicción y pasión”.

No es poco lo que se les pide a los predicadores. El texto sagrado, que es la Sagrada Escritura. La meditación y la oración – y la Liturgia de las Horas contribuirá a que la Escritura sea meditada y orada - . La convicción y la pasión, que es como convocar a la mente y al corazón a cumplir su papel imprescindible: pensar y comprometerse.

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