21.04.08

La identidad familiar en el contexto social (y III)

6. El reconocimiento público de la importancia de la familia

El reconocimiento público de la importancia de la familia pide que “no se la equipare con otras realidades que no tienen la misma identidad”. “Tratar como iguales realidades desiguales es una injusticia”.

No es asimilable, por ejemplo, una “pareja de hecho” a una familia fundada en el matrimonio. El matrimonio entraña un compromiso público ante la sociedad, que lleva consigo derechos y obligaciones, mientras que una “pareja de hecho” no asume ninguna responsabilidad ante nadie. En comparación con cualquier otro modo de convivencia, la sociedad recibe de la familia una serie de bienes que han de ser valorados; entre ellos, la acogida y la educación de una descendencia . No cabe, en este sentido, una pretendida “neutralidad” que equiparase socialmente realidades distintas.

Como ha afirmado Benedicto XVI, “todo lo que contribuye a debilitar la familia fundada en el matrimonio de un hombre y una mujer, lo que directa o indirectamente dificulta su disponibilidad para la acogida responsable de una nueva vida, lo que se opone a su derecho de ser la primera responsable de la educación de los hijos, es un impedimento objetivo para el camino de la paz” .

7. Buscar la defensa explícita de la vida en las leyes que configuran nuestro ordenamiento social

Se debe buscar, para construir una cultura de la familia y de la vida, la defensa explícita de la vida humana en las leyes que configuran nuestro ordenamiento social .

Recientemente, la Subcomisión Episcopal de Familia y Vida de la Conferencia Episcopal Española hacía pública una “Nota” en la que animaba a promover una cultura de la vida, abogando por la abolición de la ley del aborto:

“aun considerando como un gran avance el cese de la práctica ilegal del aborto, la acción genuinamente moral y humana sería la abolición de la «ley del aborto», que es una ley injusta. Juan Pablo II nos dijo en Madrid en 1982: «Quien negara la defensa a la persona humana más inocente y débil, a la persona humana ya concebida aunque todavía no nacida, cometería una gravísima violación del orden moral. Nunca se puede legitimar la muerte de un inocente. Se minaría el mismo fundamento de la sociedad»[…] La ley del aborto debe ser abolida, al tiempo que hay que apoyar eficazmente a la mujer, especialmente con motivo de su maternidad, creando una nueva cultura donde las familias acojan y promuevan la vida. Una alternativa importante es la adopción. Miles de esposos tienen que acudir a largos y gravosos procesos de adopción mientras en España más de cien mil niños murieron por el aborto durante el año 2006” .

Por lo demás, los Obispos recuerdan que “ningún católico, ni en el ámbito privado ni público, puede admitir en ningún caso prácticas como el aborto, la eutanasia o la producción, congelación y manipulación de embriones humanos. La vida humana es un valor sagrado, que todos debemos respetar y que las leyes deben proteger” . Esta defensa de la vida, que se remite en última instancia a la ley moral natural, no obliga sólo a los católicos, sino que su urgencia puede ser compartida por toda persona de recta conciencia.

8. La intervención política en favor de la familia

Se debe procurar que las leyes e instituciones del Estado sostengan y defiendan los derechos y los deberes de la familia. El Catecismo de la Iglesia Católica señala algunos ámbitos en los que se manifiesta el deber de la comunidad política de honrar a la familia, de asistirla y de asegurar sus derechos:

“La comunidad política tiene el deber de honrar a la familia, asistirla y asegurarle especialmente:
— la libertad de fundar un hogar, de tener hijos y de educarlos de acuerdo con sus propias convicciones morales y religiosas;
— la protección de la estabilidad del vínculo conyugal y de la institución familiar;
— la libertad de profesar su fe, transmitirla, educar a sus hijos en ella, con los medios y las instituciones necesarios;
— el derecho a la propiedad privada, a la libertad de iniciativa, a tener un trabajo, una vivienda, el derecho a emigrar;
— conforme a las instituciones del país, el derecho a la atención médica, a la asistencia de las personas de edad, a los subsidios familiares;
— la protección de la seguridad y la higiene, especialmente por lo que se refiere a peligros como la droga, la pornografía, el alcoholismo, etc.;
— la libertad para formar asociaciones con otras familias y de estar así representadas ante las autoridades civiles (cf FC 46) ”.

9. Conclusión

En el contexto social actual, defender y promover la familia y la vida humana es una tarea que se nos presenta como “un camino largo, pero cargado de esperanza en la construcción del futuro”. Un camino que es preciso recorrer, personal, eclesial y socialmente. El esfuerzo sería impracticable sin una verdadera conversión personal al Evangelio de Jesucristo, sabiendo con certeza que Él es el Camino, que Él es la Verdad y que Él es la Vida verdadera, de la que están llamados a participar todos los hombres.

Conciencia cristiana y responsabilidad ciudadana han de aunarse en cada uno de nosotros. Necesitamos, en primer lugar, formarnos adecuadamente, acudiendo al Magisterio de la Iglesia, que nos ofrece una enseñanza profunda y razonable. Y necesitamos también ejercer, sin dejar de lado la fe, nuestras responsabilidades como ciudadanos aportando a los demás, con verdad y caridad, con firmeza y tolerancia, aquello que sabemos que es lo mejor para todo hombre, porque hemos experimentado que es lo mejor para nosotros.

La fe es un don precioso que ha de fructificar en nuestras vidas, sin que podamos relegar esos frutos al ámbito estrictamente privado. Una sana democracia que valore la libertad religiosa ha de mostrarse dispuesta a acoger las propuestas que broten de la vivencia religiosa de los ciudadanos; también de los católicos.

Como ha dicho Benedicto XVI en la ONU: “Es inconcebible, por tanto, que los creyentes tengan que suprimir una parte de sí mismos –su fe– para ser ciudadanos activos. Nunca debería ser necesario renegar de Dios para poder gozar de los propios derechos. Los derechos asociados con la religión necesitan protección sobre todo si se los considera en conflicto con la ideología secular predominante o con posiciones de una mayoría religiosa de naturaleza exclusiva. No se puede limitar la plena garantía de la libertad religiosa al libre ejercicio del culto, sino que se ha de tener en la debida consideración la dimensión pública de la religión y, por tanto, la posibilidad de que los creyentes contribuyan la construcción del orden social” .

Al promover la cultura de la familia y de la vida contribuiremos eficazmente en la construcción del porvenir de nuestra civilización, ya que impulsaremos lo que es conforme a la voluntad de Dios y, en consecuencia, lo que es más conforme con la recta razón, con la buena voluntad y con el auténtico progreso del hombre.

Guillermo Juan Morado.

19.04.08

La identidad familiar en el contexto social (II)

2.Un desafío de la nueva evangelización

La Iglesia, junto con todos los hombres de buena voluntad, está llamada a “construir una verdadera cultura de la familia y de la vida” . Es este un desafío que se abre a la “nueva evangelización”.

La Iglesia evangeliza siempre, pero nos encontramos en un momento histórico en el que, como observaba el entonces cardenal Ratzinger, “existe un proceso progresivo de descristianización y de pérdida de los valores humanos esenciales, que resulta preocupante. Gran parte de la humanidad de hoy no encuentra en la evangelización permanente de la Iglesia el Evangelio, es decir, la respuesta convincente a la pregunta: ¿cómo vivir?”. Y añadía el Cardenal: “Por eso buscamos, además de la evangelización permanente, nunca interrumpida y que no se debe interrumpir nunca, una nueva evangelización, capaz de lograr que la escuche ese mundo que no tiene acceso a la evangelización “clásica". Todos necesitan el Evangelio. El Evangelio está destinado a todos y no sólo a un grupo determinado, y por eso debemos buscar nuevos caminos para llevar el Evangelio a todos” .

El cardenal Ratzinger vincula en este texto dos realidades: el proceso progresivo de descristianización y la pérdida de valores humanos esenciales. Entre estos valores humanos esenciales ocupa un lugar destacado el respeto a la familia y a la vida. La familia y la vida son bienes fundamentales de la persona y de la sociedad; el hombre, en su existencia personal y en su convivencia social, se ve amenazado si estos bienes no son custodiados y promovidos. La nueva evangelización ha de buscar caminos para que el Evangelio de la familia y de la vida, que ampara y eleva estos bienes, llegue a todos.

3.¿Qué implica construir una cultura de la familia y de la vida?

Construir una cultura de la familia y de la vida comporta unas exigencias concretas:

1) Supone, ante todo, devolver a las familias su protagonismo, su capacidad de construirse.
2)Exige tener en cuenta los medios adecuados “para el reconocimiento público de la importancia de la familia en la configuración de la sociedad” .
3)Se debe buscar la defensa explícita de la vida en las leyes que configuran nuestro ordenamiento social.
4)La función social de las familias ha de manifestarse en la intervención política, buscando que las leyes e instituciones del Estado sostengan y defiendan los derechos y los deberes de la familia.

Intentaremos, siguiendo la Instrucción Pastoral sobre La familia, santuario de la vida y esperanza de la sociedad, desglosar cada uno de estos cuatro apartados pero, para enmarcarlos debidamente, nos parece útil recordar algunos principios de la doctrina social de la Iglesia acerca del papel que le compete a las autoridades en la sociedad civil.

Pablo VI, en su exhortación apostólica Marialis cultus, decía, refiriéndose a Nuestra Señora que en Ella “todo es relativo a Cristo”: “En la Virgen María todo es referido a Cristo y todo depende de El” . Esta relatividad a Cristo es aplicable a todas las realidades humanas. La referencia a Él no las priva de su dignidad y autonomía, sino que las protege en lo que son y las eleva.

Es significativa la apelación que Juan Pablo II, al comienzo de su pontificado, dirigía a la humanidad a abrir las puertas a Cristo: “Abrid a spotestad salvadora los confines de los Estados, los sistemas económicos y los políticos, los extensos campos de la cultura, de la civilización y del desarrollo. ¡No tengáis miedo! Cristo conoce «lo que hay dentro del hombre». ¡Sólo El lo conoce!”. Porque la potestad de Cristo “responde a lo más profundo del hombre, a sus más elevadas aspiraciones de la inteligencia, de la voluntad y del corazón. Esta potestad no habla con un lenguaje de fuerza, sino que se expresa en la caridad y en la verdad”.

La caridad y la verdad… En estas coordenadas se inscribe también el desafío de la nueva evangelización de construir una cultura de la familia y de la vida.

4. ¿Cuál es el papel de las autoridades en la sociedad civil?

La autoridad es un servicio que no se puede ejercer de cualquier modo, ya que ha de estar sometido a una regulación moral. Son tres los elementos que regulan el ejercicio de la autoridad: su origen divino, su naturaleza racional y su objeto específico. Esta regulación moral marca, asimismo, un límite: “Nadie puede ordenar o establecer lo que es contrario a la dignidad de las personas y a la ley natural” .

¿Qué sucedería si ese límite se traspasase? Se estaría caminando hacia el totalitarismo, aunque se tratase de un sistema formalmente democrático. El ejercicio de la autoridad exige el respeto a un orden de valores que es previo a las decisiones de las mayorías. Y el reconocimiento de ese orden de valores supone reconocer, frente al relativismo, que existe una verdad sobre el hombre que no está a merced del mayor o menor número de votos. Sobre este aspecto llamaba justamente la atención Juan Pablo II en la encíclica Centessimus annus:

“Hoy se tiende a afirmar que el agnosticismo y el relativismo escéptico son la filosofía y la actitud fundamental correspondientes a las formas políticas democráticas, y que cuantos están convencidos de conocer la verdad y se adhieren a ella con firmeza no son fiables desde el punto de vista democrático, al no aceptar que la verdad sea determinada por la mayoría o que sea variable según los diversos equilibrios políticos. A este propósito, hay que observar que, si no existe una verdad última, la cual guía y orienta la acción política, entonces las ideas y las convicciones humanas pueden ser instrumentalizadas fácilmente para fines de poder. Una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia” .

Es un tema sobre el que también Benedicto XVI insiste frecuentemente. En el discurso pronunciado en la ceremonia de bienvenida a su llegada a los Estados Unidos, afirmó:

“Ya desde los albores de la República, la búsqueda de libertad de América ha sido guiada por la convicción de que los principios que gobiernan la vida política y social están íntimamente relacionados con un orden moral, basado en la señoría de Dios Creador. Los redactores de los documentos constitutivos de esta Nación se basaron en esta convicción al proclamar la “verdad evidente por sí misma” de que todos los hombres han sido creados iguales y dotados de derechos inalienables, fundados en la ley natural y en el Dios de esta naturaleza”.

Con estas palabras, el Papa proclama, en la nación que simboliza de algún modo la democracia, la prioridad antecedente de un orden moral que debe estar en la base de cualquier regulación positiva. Y en el mismo discurso, añade: “Como vuestros Padres fundadores bien sabían, la democracia sólo puede florecer cuando los líderes políticos, y los que ellos representan, son guiados por la verdad y aplican la sabiduría, que nace de firmes principios morales, a las decisiones que conciernen la vida y el futuro de la Nación” .

El ejercicio de la autoridad ha de facilitar el ejercicio de la libertad y de la responsabilidad de todos, teniendo en cuenta las necesidades y la contribución de cada uno y atendiendo a la concordia y a la paz. Pero siempre, como hemos ya indicado, “el poder político está obligado a respetar los derechos fundamentales de la persona humana” ; administrando justicia en el respeto a los derechos de cada uno, especialmente el de las familias y de los desheredados.

5. Devolver a las familias su protagonismo: su identidad y papel social

Después de esta rápida alusión a los deberes de las autoridades en la sociedad civil, debemos centrar nuestra atención en el primer reto que es preciso afrontar para construir una cultura de la familia y de la vida: Devolver a las familias su protagonismo social.

5.1. La identidad de la familia

Asumir este objetivo supone el reconocimiento de la identidad de la familia y su aceptación como sujeto social. No se puede impulsar el papel de la familia en la sociedad si no se reconoce lo que la familia es y no se acepta el papel que debe desempeñar en la sociedad: “La familia es una comunidad de personas, la célula social más pequeña, y como tal es una institución fundamental para la vida de toda la sociedad. La familia como institución, ¿qué espera de la sociedad? Ante todo que se reconocida en su identidad y aceptada en su naturaleza de sujeto social” .

Reconocer la identidad de la familia equivale a decir que no cualquier agrupación humana es, en sentido propio, familia. La familia se funda en un legítimo matrimonio y está abierta a la descendencia. En ese ámbito familiar se inscriben los derechos fundamentales de la persona: “a nacer en el seno de una familia con un padre y una madre, a vivir una fraternidad real con sus hermanos, a poder confiar en estas relaciones como medios válidos de crecimiento personal” .

Reconocer la identidad de la familia es admitir que ésta es un bien fundamental para la sociedad y que no es “un mero producto cultural que el Estado puede conformar a su voluntad, sino una institución natural anterior a cualquier otra comunidad, incluida la del Estado” .

Estos elementos los recoge Benedicto XVI en su Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de 2008, empleando explícitamente la expresión familia natural: “La familia natural, en cuanto comunión íntima de vida y amor, fundada en el matrimonio entre un hombre y una mujer, es el «lugar primario de ‘‘humanización'’ de la persona y de la sociedad», la «cuna de la vida y del amor». Con razón, pues, se ha calificado a la familia como la primera sociedad natural, «una institución divina, fundamento de la vida de las personas y prototipo de toda organización social»” .

5.2. La familia como sujeto social

En el ámbito social, la familia es sujeto de derechos fundamentales. No sólo la persona individual es sujeto de derechos, sino también la comunidad de personas:

“La familia, al tener el deber de educar a sus miembros, es titular de unos derechos específicos. La misma Declaración universal de los derechos humanos, que constituye una conquista de civilización jurídica de valor realmente universal, afirma que «la familia es el núcleo natural y fundamental de la sociedad y tiene derecho a ser protegida por la sociedad y el Estado». Por su parte, la Santa Sede ha querido reconocer una especial dignidad jurídica a la familia publicando la Carta de los derechos de la familia. En el Preámbulo se dice: «Los derechos de la persona, aunque expresados como derechos del individuo, tienen una dimensión fundamentalmente social que halla su expresión innata y vital en la familia». Los derechos enunciados en la Carta manifiestan y explicitan la ley natural, inscrita en el corazón del ser humano y que la razón le manifiesta. La negación o restricción de los derechos de la familia, al oscurecer la verdad sobre el hombre, amenaza los fundamentos mismos de la paz” .

La Instrucción de la Conferencia Episcopal Española menciona brevemente los derechos fundamentales de la familia:

“el derecho a unas condiciones económicas que le aseguren un nivel de vida apropiado a su dignidad; a unas medidas de seguridad social; a un orden social y económico en el que la organización del trabajo permita a sus miembros vivir juntos y que no sea obstáculo para el bienestar; a la salud y estabilidad de la familia; así como a una remuneración del trabajo que sea suficiente para fundar y mantener dignamente una familia; al reconocimiento del trabajo de la madre en casa, a una vivienda digna; el derecho de los padres a la educación de sus hijos, a unos medios de comunicación respetuosos con la institución familiar. Son los requerimientos básicos que toda auténtica política familiar debe tener en cuenta e intentar legítimamente satisfacer” .

Se devolverá a las familias el protagonismo que les corresponde si se reconoce que la familia es una “sociedad primordial” y, en cierto modo, “soberana” . El papel del Estado no debe sustituir o anular el papel de la familia, sino que ha de seguir el principio de subsidiariedad, reconociendo su papel, respetando su libertad de acción, y ofreciendo la ayuda que pueda necesitar para llevar a cabo sus funciones. La política familiar ha de evitar trabas y favorecer la capacidad de iniciativa de las familias, propiciando el asociacionismo familiar.

Guillermo Juan Morado.

La identidad familiar en el contexto social (I)

Colgaré aquí algunos posts sobre el tema “La identidad familiar en el contexto social". Lamentablemente, no es fácil trasladar las notas a pie de página… Aun así, es fácil identificar los documentos de donde proceden las citas.

0. Esquema

1.Una mirada de fe
1.1. Logros y ambigüedades
1.2. La supresión de Dios del horizonte existencial
1.3. El hombre débil
2.Un desafío de la nueva evangelización
3.¿Qué implica construir una cultura de la familia y de la vida?
4. ¿Cuál es el papel de las autoridades en la sociedad civil?
5. Devolver a las familias su protagonismo: su identidad y papel social
5.1. La identidad de la familia
5.2. La familia como sujeto social
6. El reconocimiento público de la importancia de la familia
7. Buscar la defensa explícita de la vida en las leyes que configuran nuestro ordenamiento social
8. La intervención política en favor de la familia
9. Conclusión

1. Una mirada de fe

Una mirada de fe dirigida a nuestro tiempo, y a la situación de la familia en el contexto actual, resulta necesaria para “descubrir, conocer y vivir la verdad completa de todas las realidades, sobre todo las que se refieren al ser humano, a su vida y a su destino trascendente” .

1.1. Logros y ambigüedades

Esta mirada pone de relieve logros y ambigüedades. Entre los primeros, cabe destacar la progresiva maduración de la conciencia democrática; importantes adquisiciones de carácter moral – como el avance en la defensa de libertades y derechos, así como mejoras en el ámbito específico de la familia – en la que, por ejemplo, se resalta el papel de la mujer – o de la solidaridad.

Pero tampoco se pueden silenciar las ambigüedades de la cultura dominante. En particular, se puede percibir una gran ambigüedad en lo que corresponde al ámbito de la familia y de la vida. La familia resulta muy valorada a nivel privado, pero rechazada en buena medida en su aceptación pública. Los Obispos españoles señalan la situación paradójica de “una familia (cuna y santuario de la vida) apreciada en su función personal y vilipendiada en su dimensión social” .

Se aceptan como “normales” el divorcio, las parejas de hecho, los llamados “matrimonios” entre personas del mismo sexo, el aborto, la eutanasia, la técnicas de fecundación in vitro con transferencia de embrión (FIVET), la clonación terapéutica, etc.

1.2 La supresión de Dios del horizonte existencial

Si queremos descubrir las raíces de esta cultura, nos encontramos con la secularización y con las consecuencias que el rechazo de Dios entraña para la comprensión del hombre; para la comprensión de su vocación, de su capacidad de conocer la verdad y de elegir libremente el bien. El materialismo induce a valorar a la persona y a la familia desde claves utilitaristas y economicistas. La ruptura entre la fe y la vida fuerza a relegar la pregunta por Dios al ámbito meramente privado y, en consecuencia, se tiende a evitar el diálogo sobre las cuestiones fundamentales.

El olvido o rechazo de Dios no es gratuito para el hombre. Sin la referencia a Dios, la inteligencia humana se ofusca a la hora de reconocer la verdad (cf Romanos 1, 21) y el corazón se endurece (cf Mateo 19, 8) para buscar el bien. Sin la referencia a Dios, se extiende el escepticismo en el campo moral y la razón ética se desliza con frecuencia por la pendiente de una razón instrumental; atenta sólo al cálculo y a la experimentación.

En su Discurso en la ONU, Benedicto XVI destacaba la necesidad de unir la ciencia y la tecnología con la ética:

“nuestro pensamiento se dirige al modo en que a veces se han aplicado los resultados de los descubrimientos de la investigación científica y tecnológica. No obstante los enormes beneficios que la humanidad puede recabar de ellos, algunos aspectos de dicha aplicación representan una clara violación del orden de la creación, hasta el punto en que no solamente se contradice el carácter sagrado de la vida, sino que la persona humana misma y la familia se ven despojadas de su identidad natural. Del mismo modo, la acción internacional dirigida a preservar el entorno y a proteger las diversas formas de vida sobre la tierra no ha de garantizar solamente un empleo racional de la tecnología y de la ciencia, sino que debe redescubrir también la auténtica imagen de la creación. Esto nunca requiere optar entre ciencia y ética: se trata más bien de adoptar un método científico que respete realmente los imperativos éticos” .

Privada de su referencia a Dios, a la verdad y al bien, la libertad se deforma y se ve reducida a una elección según el arbitrio personal. La ética deriva en utilitarismo y en subjetivismo moral.

1.3. El hombre débil

El sujeto personal no sale tampoco indemne de esta marginación de Dios. El hombre se convierte en un hombre débil, que renuncia a la búsqueda de sentido y que experimenta en sí mismo un dualismo, una separación, entre su cuerpo y su espíritu. Fenómenos como los de la soledad o el individualismo son corolarios fácilmente deducibles.

En esta deformación del sujeto personal ha influido la revolución sexual de los años 70 y sus consecuencias: la ruptura entre la sexualidad y el matrimonio; entre la sexualidad y la procreación, así como la comercialización de la sexualidad.

La sociedad se vuelve, con frecuencia, hipócrita, pues “se escandaliza de los efectos cuando alienta hipócritamente las causas de estos males” . Un ejemplo lo tenemos en el escándalo que producen los abusos a menores. El escándalo es justo, ya que abusar de un menor es una acción absolutamente inmoral. Pero puede ser también farisaico, si ese escándalo va a acompañado de la defensa y de la promoción de una sociedad hipersexualizada, en la que se admite que cualquier cosa vale siempre que las partes estén conformes.

Fenómenos como la ideología de género, que sostiene que el sexo es un producto meramente cultural, o la reclamación de nuevos derechos que pretenden una libertad sexual sin límites son factores que no contribuyen a la construcción del sujeto personal ni tampoco a la defensa de la familia y de la vida.

Otros problemas resultan igualmente fáciles de detectar. Entre ellos, la supravaloración del bienestar económico; la presión económica a la que están sometidas las familias; la dificultad de compaginar maternidad y trabajo o la escasa comunicación familiar. También en el campo de la vida se perciben amenazas. La vida humana ha perdido valor para nuestra sociedad. Los hijos se ven a menudo como un problema y no como una esperanza y la cultura dela muerte ha impregnado incluso muchas de las leyes aprobadas por el Parlamento.

17.04.08

Madre y Maestra

La espiritualidad mariana no es un complemento accesorio para la vida cristiana, sino una dimensión esencial de la misma. La Santísima Virgen nos instruye en el temor del Señor (cf Salmo 33). Ella es Madre y Maestra de la vida espiritual, que nos muestra cómo hacer de la propia vida un culto a Dios, y del culto un compromiso de vida (cf Pablo VI, Marialis cultus, 21).

Entregada a la oración, en su vida oculta, meditando en su corazón la palabra de Dios y ejerciendo obras de caridad, Santa María es, a la vez, la perfecta discípula del Señor y la Maestra que nos estimula con amor materno y nos atrae con su ejemplo para conducirnos a la caridad perfecta (cf Prefacio de la Misa de “La Virgen María, Madre y Maestra espiritual”). El Papa Juan Pablo II, en la Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae, ve a Nuestra Señora como Maestra que, en Caná, exhorta a ejecutar las disposiciones de Cristo (cf n. 14). Ella nos enseña de modo singular la obediencia de la fe; la escucha y el sometimiento a la voluntad de Dios: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lucas 1, 38).

El culto cristiano no es puramente exterior, sino que compromete todo nuestro ser e imprime a nuestra existencia una decisiva orientación hacia Dios. En la Santa Misa, la Iglesia pide al Padre que envíe al Espíritu Santo “para que haga de la vida de los fieles una ofrenda viva a Dios mediante la transformación espiritual a imagen de Cristo” (Catecismo, 1109). Nada de lo que somos o hacemos - nuestras preocupaciones y trabajos, nuestras alegrías y penas, nuestra oración y nuestro sufrimiento - ha de quedar al margen de Dios. La vida moral no es para un cristiano una árida carrera de obstáculos, sino un itinerario a recorrer, sostenidos por la gracia, para que podamos llegar a la bienaventuranza prometida.

La obediencia a la voluntad del Padre se convierte, para cada cristiano, en camino y medio de santificación. Obedeciendo a Dios nos asimilamos a Cristo que entró en el mundo para hacer la voluntad del Padre (cf Hebreos 10, 7). La voluntad soberana de Dios no es una disposición arbitraria o despótica que nos esclavice; su voluntad es el designio de benevolencia que se identifica con nuestra salvación (cf 1 Timoteo 2, 4).

María es agradable al Señor por no haber querido más que su voluntad. Si somos de María, si nos identificamos con Ella en el camino de la obediencia, seremos de Cristo, nos conformaremos con Él. “Entre todas las devociones – escribió San Luis María Grignion de Monfort - , la que mejor consagra y hace conforme el alma a nuestro Señor es la devoción a la Santísima Virgen, su Madre; y cuanto más un alma esté consagrada a María, tanto más lo estará a Jesucristo” (Sobre la verdadera devoción a la Santísima Virgen).

Guillermo Juan Morado.

15.04.08

Todo es relativo a Cristo

El eje en torno al cual gira el papel de la Santísima Virgen en la historia de la salvación es Jesucristo: “En la Virgen María todo es referido a Cristo y todo depende de Él: en vistas a Él, Dios Padre la eligió desde toda la eternidad como Madre toda santa y la adornó con dones del Espíritu Santo que no fueron concedidos a ningún otro” (Marialis cultus, 25). En razón de Cristo, María se convirtió en Madre de Dios. Ella es la primera redimida, la Madre del Salvador, la esclava fiel, la compañera del Redentor, la discípula que supo escuchar y guardar la palabra de Dios. En razón de Cristo, fue hecha una criatura nueva por el Espíritu Santo y convertida de modo particular en su templo. Por la fuerza del Espíritu, concibió en su seno virginal a Jesucristo y lo dio al mundo.

Con una expresión aparentemente paradójica el undécimo Concilio de Toledo, celebrado en el año 675, se refirió a María como “hija de su Hijo”: “el que en cuanto Dios creó a María, en cuanto hombre fue creado por María: Él mismo es padre e hijo de su Madre María” (Enchiridion Symbolorum, 536). Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, es, en cuanto Dios, el Creador de María. La santísima Virgen, siendo su Madre, es a la vez hija suya en el orden de la gracia; la Madre del Redentor y el “fruto excelente de la redención” (Sacrosanctum Concilium, 103), habiendo sido redimida “de la manera más sublime en atención a los méritos de su Hijo” (Lumen gentium, 53).

La gracia de Cristo inundó desde el primer instante de su Concepción -desde la raíz de su ser - a María, llena de gracia, totalmente santa e inmaculada (cf Efesios 5, 27), inmune de toda mancha de pecado. Como canta agradecida la Iglesia, en el prefacio de la solemnidad de la Inmaculada, “Purísima había de ser, Señor, la Virgen que nos diera el Cordero inocente que quita el pecado del mundo. Purísima la que, entre todos los hombres, es abogada de gracia y ejemplo de santidad”.

Para ser Madre de Cristo, María fue preservada limpia de toda mancha de pecado original “por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente” (Pío IX, Bula Ineffabilis Deus) y, durante toda su vida terrena, por una gracia especial de Dios, no cometió ninguna clase de pecado (cf Catecismo, 411). También a nosotros que, a diferencia de Nuestra Señora, hemos nacido con una naturaleza herida e inclinada al mal, Cristo nos da, por medio de la fe y del Bautismo, la vida de la gracia, que borra el pecado original y nos devuelve a Dios concediéndonos la justificación; “la justicia de Dios que nos hace interiormente justos por el poder de su misericordia” (Catecismo, 1992).

Guillermo Juan Morado.