22.06.08

El Obispo de Lugo lo tiene claro

La Voz de Galicia ha publicado una entrevista al Obispo de Lugo, Mons. Carrasco Rouco. El tema, la Educación para la Ciudadanía. La ocasión, la reciente publicación de una “Nota” de los Obispos de Galicia que ha sido acogida, por sectores ligados al poder, con descalificaciones sumarísimas.

En la entrevista, Mons. Carrasco Rouco entra en materia. La crítica que se puede hacer a la Educación para la Ciudadanía no es una crítica puramente formal y teórica. No se trata sólo de que, abstractamente considerado el problema, se vulnere el derecho fundamental de los padres a educar a sus hijos en conformidad con sus propias convicciones morales y religiosas. Derecho que, en efecto, se vulnera. Pero hay más, esa lesión al papel de los padres toma cuerpo en asuntos bien concretos; por ejemplo en lo relacionado con la ideología de género y con el modelo de familia.

A estas alturas ya hay manuales de Educación para la Ciudadanía. Ya no se discute sobre la letra de un decreto, sino sobre los textos que los sufridos alumnos tendrán que estudiar, incluso contra la voluntad de sus padres, si es que estos no objetan. Textos que, en aspectos importantes, imponen una ideología; una visión de la realidad amparada no por la verdad de las cosas, sino por el poder.

Es muy expresivo que Mons. Carrasco Rouco se pregunte, a la hora de dilucidar qué es el bien, si hay que preguntar a Platón – es decir, a la tradición filosófica – o al ministro de turno. La antigua opción Ética o Religión era mucho más razonable que la actual oferta: Educación moral a golpe de mayoria parlamentaria para todos y Religión condenada a los márgenes del sistema educativo.

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21.06.08

El miedo, la confianza, el valor

Por tres veces repite el Señor en el Evangelio la misma exhortación: “No tengáis miedo” (cf Mt 10,26-33): No tengáis miedo a los hombres; no tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; en definitiva, no tengáis miedo… Estas palabras de Jesús se encuadran en el contexto de las instrucciones que da a los suyos para llevar a cabo la propagación del Evangelio.

El miedo es la perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo o daño real o imaginario; es el recelo o aprensión que alguien tiene de que le suceda algo contrario a lo que desea. Uno de los efectos del miedo es la parálisis, la detención de cualquier actividad. Un cristiano atenazado por el miedo no puede ser un cristiano apostólico. Sería un cristiano incapaz de anunciar a Jesucristo, de hablar de Él, de dar testimonio con la palabra y con las obras.

Muchas razones pueden causar en nosotros el miedo. Puede ser el temor a no ser comprendidos por la mentalidad dominante; la sospecha de que nuestro anuncio puede causar rechazo; la inseguridad que provoca la falta de firmeza de nuestra adhesión al Evangelio. Puede ser, quizá, el recelo de imaginar que el cristianismo ha cumplido ya su función histórica y no tiene apenas nada que ofrecer en nuestros días. El miedo provoca timidez, cobardía, desaliento, vergüenza a la hora de definirse claramente como cristianos.

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17.06.08

Fisichella: La importancia de la defensa de la vida

Hoy se ha hecho público el nombramiento de mons. Rino Fisichella, Rector de la Pontificia Universidad Lateranense, como Presidente de la Pontificia Academia para la Vida. Resulta obvio que, para el Papa, la defensa de la vida constituye un tema central en el programa de su pontificado. Las referencias a la vida en la enseñanza de Benedicto XVI son continuas, profundas y marcadas, podríamos decir, por un signo de urgencia. Y ha escogido a un buen teólogo, capellán del Parlamento italiano, que, con este motivo, deja de ser obispo auxiliar de Roma, al ser elevado a la dignidad arzobispal.

El alcalde de Roma, Gianni Alemanno, felicitaba al nuevo arzobispo, señalando que cada cual debería estar cada vez más comprometido en la gran obra de civilización que es la defensa de la vida en todos sus estadios, desde el inicio hasta su fin natural. Un desafío, la defensa de la vida, que interpela al mundo de la política y al mundo de la ciencia.

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16.06.08

Carmen Aparicio, teóloga

No ha llegado a ser mi profesora. Su tesis doctoral, La plenitud del ser humano en Cristo. La revelación en la “Gaudium et spes”, fue publicada por la colección “Tesi Gregoriana” en 1999, haciendo el número 17 de la serie dedicada a Teología. La mía, También nosotros creemos porque amamos, es el número 66 de la misma colección y serie. Es decir, que la Profesora Carmen Aparicio casi pudo haber sido mi profesora y casi, también, mi condiscípula, sin llegar a ser propiamente ni lo uno ni lo otro, aunque ambos nos hayamos especializado en la misma materia, Teología Fundamental.

Mi opinión sobre la Profesora Aparicio Valls es muy buena. Es una persona competente, trabajadora y modesta, con la que se puede hablar, sin que sus muchos saberes, que desbordan los de un interlocutor como yo, se conviertan jamás en una muralla de distanciamiento o prepotencia. He sabido, por otros alumnos, que la Profesora Aparicio es rigurosa y exigente, quizá por la forma mentis que imprime el hecho de ser también especialista en Matemáticas.

Pero no es sobre su persona sobre lo que quiero hablar, sino sobre la entrevista que reproduce Religión en Libertad acerca del próximo sínodo sobre la Palabra de Dios. Ciertamente, “la” Palabra de Dios no es la Escritura. La Escritura es palabra de Dios, en tanto que inspirada, pero “la” Palabra, con mayúsculas, es Cristo. En este sentido, el Cristianismo no es una “religión del libro”. El testimonio principal de la Palabra de Dios es la Escritura unida a la Tradición. Ambas, Escritura y Tradición, conforman el único “depósito” de la Palabra de Dios, confiado a la Iglesia.

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14.06.08

El amor del Corazón de Jesús

El Evangelio nos muestra la compasión de Jesús (cf Mt 9,36), que se conmueve al ver a las gentes extenuadas y abandonadas. El Corazón de Cristo no es un corazón insensible o indiferente. En él se manifiesta el amor incondicional y misericordioso de Dios; ese amor que resplandece en la Cruz y que hace decir a San Pablo: “la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros” (Rm 5,8).

No solo aquellas gentes, sino también cada uno de nosotros podemos experimentar el cansancio y el abandono; la fatiga que comporta vivir; la carga de los trabajos, de las preocupaciones, de los disgustos; el tributo que hemos de pagar a nuestra propia finitud y limitación. No somos inmunes al desamparo, a la desorientación, en medio de una cultura que borra del horizonte de nuestra existencia las referencias firmes y los motivos sólidos para creer y esperar. Estamos, en parte, sometidos a la intemperie, solicitados casi exclusivamente por lo que, de manera efímera, puede satisfacer de modo inmediato nuestros deseos.

Los santos han acudido al Corazón de Cristo para encontrar el descanso. Santa Margarita María de Alacoque escribía: “Este Corazón divino es abismo que atesora todo bien; y se precisa que en él vacíen los pobres todas sus necesidades. Es abismo de gozo en que sumergir todos nuestros pesares; es abismo de humildad, remedio de nuestro engreimiento. Es abismo de misericordia para los desgraciados y abismo de amor en que sumergir nuestra pobreza”.

Del Corazón de Cristo brota el ministerio pastoral. El Señor eligió a los Doce, los hizo partícipes de su potestad y los envió para que “hicieran a todos los pueblos sus discípulos, los santificaran y los gobernaran, y así extendieran la Iglesia y estuvieran al servicio de ella como pastores bajo la dirección del Señor, todos los días hasta el fin del mundo” (Lumen gentium, 19).

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