El Corazón de Ingrid Betancourt
En los momentos más difíciles de su cautividad, Ingrid Betancourt se encontró con un recurso cuya fuerza quizá no sospechaba: la fe, la confianza y el abandono en Dios. La fe - ha confesado - , junto con el amor a Jesús y a María, y la lectura de la Biblia, le ayudaron a no odiar a sus secuestradores.
No odiar. El odio, la antipatía, la aversión, el desearle mal a quien nos hace daño, es un sentimiento podríamos decir que natural. No hay derecho a que nos priven injustamente de la libertad, a que causen dolor a nuestra familia, a que pongan en peligro nuestra vida. No se puede reprochar al torturado que odie a sus torturadores.
La constante humillación del secuestro, la exposición a la arbitrariedad de los secuestradores, el hecho de poder palpar los extremos de vileza que puede alcanzar el ser humano… constituyen un desafío enorme. Sólo un mensaje que proviene de más allá de nosotros mismos, de la dulzura de Jesús, puede engrandecer nuestro corazón hasta el punto de hacernos rogar por quien nos hace daño.