La fiesta y la alegría
En el Discurso dirigido a la Curia Romana, con ocasión de la felicitación navideña, el Papa Benedicto XVI ha hecho balance de los acontecimientos eclesiales más destacados de 2008: la Jornada Mundial de la Juventud, los viajes apostólicos a EEUU y a Francia, y el Sínodo de Obispos dedicado a la Palabra de Dios.
Una cita de Nietzsche sirve a Benedicto XVI para resaltar el hilo conductor que une estos acontecimientos. Decía el filósofo alemán: “La habilidad no está en organizar una fiesta, sino en encontrar a las personas capaces de aportar alegría”.
La Jornada Mundial de la Juventud no ha sido, reflexiona el Papa, una simple fiesta, como si se tratase de un festival de rock; ha sido una “fiesta de la alegría”. Y la alegría es fruto del Espíritu Santo. La acción del Espíritu Santo proporciona unidad a los acontecimientos eclesiales y explica el motivo profundo de la alegría cristiana.

La expectación es la espera de un acontecimiento que interesa o importa. El Adviento nos sumerge en la expectación, en la tensión dinámica de la espera “de un acontecimiento tan inmenso que Dios quiso prepararlo durante siglos”: la venida de Cristo (cf Catecismo 522). En la liturgia de este tiempo la Iglesia actualiza la espera del Mesías, compartiendo así la espera de Israel y, de algún modo, la espera confusa de todo hombre; el anhelo de salvación, de redención, de justicia, de felicidad. Al disponernos a celebrar la venida del Salvador en la humildad de nuestra carne, los fieles renovamos el ardiente deseo de su segunda venida en la majestad de su gloria.
Tercer Domingo de Adviento ( B )
“Apenas he aparecido yo, habéis mudado el gesto”, dice la Estulticia al comienzo del “Elogio de la locura” de Erasmo de Rotterdam. Sin duda, hoy, con sólo pronunciar la palabra “castidad”, se muda el gesto y el semblante puede reflejar, casi automáticamente, burla, enfado, acritud o esa postura indulgente de quien perdona la vida al necio. El que sale de lo comúnmente aceptado, el que no comulga con la opinión dominante, es visto como un tonto. Se practica, con excesiva frecuencia, una especie de inquisición que no conduce a las hogueras, después del auto de fe, pero sí orilla al discrepante a la cuneta de la irracionalidad, a la acera de los pobres orates que han perdido el juicio y hasta la noción de la época en la que viven.
Hace ya tiempo escribí este breve artículo. Hoy lo reproduzco en el Blog:












