Resentimientos
Uno puede resentirse del cuerpo o del alma. Un accidente, una caída, un golpe fuerte pueden dejar una herida duradera, un pesar, una molestia que se empeña en pervivir en el tiempo. Mi espalda puede resentirse de dolencias pasadas y, de vez en cuando, puede hacerme llegar el eco de esa sensación molesta y aflictiva.
También el alma se resiente. Los disgustos, los desengaños, las decepciones, las traiciones, las faltas de correspondencia a la amistad nos lastiman. Y el pasado, como es nuestro pasado, nunca acaba de irse. En la medida en que lo recordamos forma parte también de nuestro presente. El pesar o el enojo, motivados quizá por acontecimientos que han sucedido hace años, no son a veces pesares o enojos de ayer, sino de hoy, vivos en su lacerante impresión.

Se ha convertido en un ejercicio habitual. Si la Iglesia, a través de sus maestros autorizados, dice algo sobre algún tema inmediatamente se aplica una implacable censura. Lo que dice la Iglesia es corregido, reprobado, señalado públicamente como malo.
Acabo de escribir su nombre y ya estoy arrepentido.
El primer domingo después de Navidad celebramos la Fiesta de la Sagrada Familia. El Hijo de Dios se hizo hombre y asumió, para redimirlas, las realidades humanas. También la realidad de la familia. Acepta creer y fortalecerse en el seno de la familia formada por Él, por María, su Madre, y por San José (cf Lc 2,22-40). La Sagrada Familia es el reflejo en la tierra del misterio de la comunión eterna de la Santísima Trinidad.












