7.12.08

Creo que la mayoría no nos odia, de momento

Leyendo algún tipo de prensa, o escuchando algunos medios – que incitan descarada y, peligrosamente, al odio - , podríamos pensar que la ciudadanía española está a punto de empezar a quemar iglesias, matar a los sacerdotes y renegar de todo lo que, aunque sea de lejos, suene a cristiano.

La vida diaria nos dice, pienso, que no es así. Yo suelo vestir como sacerdote y, en los últimos meses, únicamente una vez he sido “increpado” en la vía pública. Un pobre hombre se dirigió a mí para decirme: “Pastor, lo de ustedes se ha acabado”. A punto estuve, por el brillo de su mirada, de trazar sobre él la señal de la cruz.

Pero eso no es lo ordinario. La gente se suele mostrar conmigo o indiferente o, muchas otras veces, deferente. En pocas ocasiones, agresiva. Creo que la gente sabe que la Iglesia no es hoy un “poder”. Que, por el contrario, está al servicio de los más débiles y necesitados.

Recuerdo, con ocasión de la última campaña de la Renta, haber hablado con alguien muy cercano a mí, no creyente. Le dije: “Mira, si no va en contra de tu conciencia, pon la X en la declaración a favor de la Iglesia”. Me contestó con completa mansedumbre: “Vale, no te preocupes. Lo pensaré”.

En otra circunstancia fui a recoger a un sacerdote al aeropuerto. Venía en un vuelo regular. Parece que, al poco de despegar el avión, se habían detectado ciertas turbulencias. El sacerdote escuchó decir a la tripulación: “No pasará nada, viene un cura con nosotros”.

Yo no digo que no haya problemas. Es evidente que los hay. Es muy triste, por ejemplo, que una persona afronte todo un proceso judicial para que descuelguen un Crucifijo de los muros de una escuela. La imagen de Cristo no puede ofender; y, si ofende, ofende sólo al Demonio. Pero, los prejuicios pueden causar esas reticencias tan incomprensibles.

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II Domingo de Adviento (B): ¿Cómo preparar la venida del Señor?

Avanzamos por el camino del Adviento, adentrándonos en la vivencia de este tiempo litúrgico de espera ferviente. Esperamos la venida de Jesús en la fiesta de la Navidad, pero también su venida a nuestra vida cotidiana. Dios viene a nosotros, cada día, si abrimos las puertas de nuestro corazón a su llegada, si le hacemos sitio, si le dejamos a Él plantar su tienda en nuestra alma. Aguardamos, igualmente, la venida gloriosa del Señor al fin de los tiempos.

La venida de Cristo, la proximidad de nuestro Dios, es un motivo de alegría y de consuelo. No de una alegría transitoria, meramente externa, superficial, sino de una alegría íntima y profunda.

¿Cómo debemos preparar la venida del Señor? Con una vida buena y santa. Como dice San Pedro: “mientras esperáis estos acontecimientos, procurad que Dios os encuentre en paz con Él, inmaculados e irreprochables”.

¡Qué Dios nos encuentre en paz con Él! La mejor manera de prepararnos para su venida es acercándonos al sacramento de la Penitencia, para que el Señor perdone nuestros pecados y nos conceda su paz. Con frecuencia, con excesiva frecuencia, se oye decir que el sacramento de la Penitencia es un sacramento muerto, caducado, superado en la vida actual de la Iglesia. Esta opinión no responde a la voluntad de Cristo ni tampoco a los anhelos más profundos de nuestro corazón. El Señor Resucitado dice a sus apóstoles: “Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedarán perdonados; a quienes se los retengáis, les quedarán retenidos” (Jn 20,22-23).

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La belleza de María

Dios es la Verdad y la Bondad y la Belleza. La belleza de Dios, su Gloria, resplandece en la figura de Jesús de Nazaret, el Verbo encarnado. Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, es la epifanía perfecta de la belleza de Dios. Él es “el más bello de los hombres”, en cuyos labios se derrama la gracia (cf Salmo 44). Pero la gloria de Dios se refleja también, aunque de un modo necesariamente limitado, en todas sus creaturas. Admirando su grandeza y hermosura “se llega, por analogía a contemplar a su Autor” (Sabiduría 13,15).

De entre todas las creaturas sobresale María, la obra maestra de la creación y de la obra redentora y santificadora de las misiones del Hijo y del Espíritu Santo (cf Catecismo 721). María es la creatura humana que presenta en todo su esplendor el concepto divino del ser humano perfecto. Nada en ella se opone a lo que viene de Dios; nada obstaculiza el proyecto divino: “No hay en Ella ni la menor sombra de doblez” (S. Josemaría, Surco 339). Ella es, desde su concepción, exactamente lo que Dios quiere. A la Virgen Santísima – la Mujer “vestida de sol”, con la luna a sus pies y coronada de doce estrellas (cf Apocalipsis 12,1) - se le pueden aplicar las palabras del Cantar de los Cantares: “Toda hermosa eres, amada mía, no hay tacha en ti” (4,7).

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5.12.08

Nuestros hermanos ortodoxos

Ha fallecido Su Santidad Alexis II, Patriarca de Moscú y de todas las Rusias. Es sabido que desde 1054 la Iglesia Católica y las Iglesias Ortodoxas no están en plena comunión. Nuestros hermanos ortodoxos reconocen los siete primeros concilios ecuménicos y tienen como centro espiritual al Patriarca de Constantinopla.

El Patriarcado de Moscú surgió en 1589 –ciertamente, mucho más tarde que el de Antioquía, que el de Alejandría, que el de Jerusalén, que el de Constantinopla y, sin duda, que el de Roma - .

No sólo el cisma en sí mismo, sino también, por ejemplo, las Cruzadas fueron para los ortodoxos acontecimientos de dolor. Ya en el primer milenio, antes del cisma, Oriente y Occidente se habían separado bastante, aun manteniendo formalmente la comunión. Luego, sobrevinieron otros litigios y otras discrepancias.

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3.12.08

Es posible ser monarca y cristiano

El 3 de octubre de 2004 tuve la ocasión de participar, como en muchas otras ocasiones, en la celebración de la Santa Misa presidida por el Papa, entonces Su Santidad Juan Pablo II. En ese domingo, un Papa ya bastante enfermo beatificaba a cinco siervos de Dios; entre ellos, a Carlos de Austria, el último emperador de la Casa de Habsburgo.

En la homilía, el Papa dedicaba las siguientes palabras al nuevo beato: “La tarea fundamental del cristiano consiste en buscar en todo la voluntad de Dios, descubrirla y cumplirla. Carlos de Austria, jefe de Estado y cristiano, afrontó diariamente este desafío. Era amigo de la paz. A sus ojos la guerra era ‘algo horrible’. Asumió el gobierno en medio de la tormenta de la primera guerra mundial, y se esforzó por promover las iniciativas de paz de mi predecesor Benedicto XV. Desde el principio, el emperador Carlos concibió su cargo de soberano como un servicio santo a su pueblo. Su principal aspiración fue seguir la vocación del cristiano a la santidad también en su actividad política. Por eso, para él era importante la asistencia social. Que sea un modelo para todos nosotros, particularmente para aquellos que hoy tienen la responsabilidad política en Europa”.

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