11.02.09

Un sabroso saber: el conocimiento de Dios en Santo Tomás

Ayer (9.II.2009) tuve que impartir una conferencia sobre el conocimiento de Dios en Santo Tomás. La titulé “Un sabroso saber". Ofrezco a los lectores del blog un fragmento del texto de la conferencia:

Más allá de la filosofía y de la teología, sin negarlas, se encuentra la experiencia de Dios; el conocimiento por connanturalidad, en el que entran en juego los actos de conocimiento propiamente dichos y el amor, puestos ambos bajo una donación gratuita que proviene del Padre y que se dirige al hombre que se encuentra en una actitud de disponibilidad creyente .

Es interesante, a este respecto, un texto de la cuestión 43 de la Primera parte de la Summa:

“Por la gracia el alma se asemeja a Dios. Por eso, para que alguna persona divina sea enviada a alguien por la gracia, es necesario que se verifique su asimilación a la persona que es enviada por algún don de la gracia. Y porque el Espíritu Santo es amor, el alma es asimilada al Espíritu Santo por el don del amor. Por eso, la misión del Espíritu Santo es considerada en razón del don del amor. Por su parte, el Hijo, es la Palabra, pero no una palabra cualquiera, sino la que espira amor. Por eso, Agustín en IX de Trin. dice: La palabra que intentamos comprender es conocimiento con amor. Así, pues, el Hijo no es enviado para formar el entendimiento, sino para que, por la formación de dicho entendimiento, el entendimiento se transforme en amor, como se dice en Jn 6,45: Todo el que oye a mi Padre y le acepta, viene a Mí. Y en el Salmo 38,4 se dice: Meditándose se encenderá el fuego. Por eso, Agustín dice señaladamente que el Hijo es enviado cuando es conocido y percibido por alguien, puesto que la percepción indica cierto conocimiento o vivencia. Esto es propiamente lo que se llama sabiduría, esto es, un sabroso saber, según aquello de Ecl 6,23: La sabiduría de la doctrina justifica su nombre” .

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8.02.09

Le ha tocado al Papa

Parece que bastantes católicos alemanes se han sublevado contra el Papa por la decisión del Pontífice de readmitir a la plena comunión con la Iglesia a los obispos ordenados por Mons. Lefebvre. Las inoportunas, y disparatadas, declaraciones de uno de esos obispos sobre el holocausto perpetrado por los nazis han herido no sólo a los judíos, sino también a los alemanes, independientemente de su religión.

Pero una reacción anti-Papa es injusta y desproporcionada. Los obispos lefebvristas no estaban excomulgados por sus opiniones sobre la historia contemporánea – opiniones que, que se sepa, tampoco constaban públicamente - , sino por haber sido ordenados sin mandato pontificio. Y de los cuatro obispos ex-cismáticos, sólo uno de ellos, del que se han distanciado tanto los miembros de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X como el mismo Vaticano, había incurrido en la imprudencia de hablar sobre lo que un obispo no debe hablar – y, creo, ni siquiera pensar - .

Tampoco muchos líderes del judaísmo son justos con el Papa. El afecto del Obispo de Roma hacia los judíos, y la indudable claridad de la doctrina católica en lo que respecta al pueblo elegido, no pueden, en estricta justicia, ser puestos en duda. Cabría la posibilidad de que mañana algún rabino aislado se dejase llevar por un impulso irreflexivo y dirigiese palabras molestas contra los católicos. No por eso el Papa, ni la Iglesia, caerían en la tentación de tomar la parte por el todo y de echar por la borda los acercamientos que, con tanto esfuerzo, se han ido produciendo entre Israel y el catolicismo.

A los obispos alemanes, y a los obispos del resto del mundo, les compete, creo, la tarea de explicar las cosas, de ponerlas en su sitio y, en consecuencia, de respaldar públicamente al Papa. Algo así han hecho, ejemplarmente, los obispos polacos. No se le puede recriminar al Papa que luche por la unidad de la Iglesia. Ésa es su misión. Una tarea que, como la de Pedro, pasa por la cruz.

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7.02.09

Nuestra Salud es Jesucristo

Nuestra Salud es Jesucristo. San Pedro afirma que “bajo el cielo no se nos ha dado otro nombre que pueda salvarnos” (Hechos 4, 12).

Jesucristo es el Hijo de Dios hecho hombre, encarnado en el seno de la Virgen María “por nosotros los hombres y por nuestra salvación”. Él nos ofrece la salud plena, la posibilidad de una vida nueva, reconciliada con Dios, vivida en el amor de Dios: la vida de los hijos de Dios, “partícipes de la naturaleza divina” ( 2 Pedro 1, 4).

El Señor, en el Evangelio, aparece curando a algunos enfermos, como a la suegra de Pedro, para devolverles la salud. Pero esas curaciones son signos de una salud más profunda: la liberación de la esclavitud del pecado, la salud del alma, la salvación. Jesús es el verdadero Médico de los cuerpos y de las almas (cf Catecismo de la Iglesia Católica, 1503).

A un paralítico que habían llevado a la presencia del Señor para que lo curase, Jesús le dice: “Ten confianza, hijo, tus pecados te son perdonados” (Mateo 9, 2). Y a quienes asistían a esa escena, les explica: “Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar los pecados – se dirigió entonces al paralítico - , levántate, toma tu camilla y vete a tu casa” (Mateo 9, 6).

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3.02.09

¿Quién era San Blas y cuál es el motivo de su popularidad?

Si todos los santos son modelos e intercesores, pues en ellos se ha cumplido el misterio pascual, algunos de los santos han conquistado, por decirlo así, el fervor del pueblo de un modo especialmente destacado. San Blas es uno de estos santos, ya que su culto tuvo una gran extensión, tanto en Occidente como en Oriente. En Oriente la fiesta de San Blas se celebraba el 11 de febrero y, en Occidente, tenía señaladas dos fiestas; el 3 de febrero, aún vigente, y el 15 del mismo mes. Sólo en Roma tuvo San Blas cincuenta y cuatro iglesias y oratorios bajo su protección, y muchísimos monasterios e iglesias del mundo dicen poseer reliquias de este mártir.

¿Quién era San Blas y cuál es el motivo de su popularidad? De las cuatro actas griegas de San Blas pueden extraerse algunos datos: Era médico, obispo de Sebaste, en Armenia (actualmente Sivas, en Turquía), que vivió en tiempos de los emperadores Diocleciano y Licino (307-323). Decretada la persecución, Blas buscó asilo en una cueva, donde fue descubierto por unos cazadores y denunciado al gobernador Agrícola de Capadocia. Fue torturado con peines de hierro y, finalmente, decapitado.

Las actas apócrifas le atribuyen, y éste es el motivo de su popularidad, numerosos milagros. Se le invoca como abogado contra la difteria y contra todos los males y accidentes de garganta. En algunos lugares persiste la costumbre de bendecir a las personas el día 3 de febrero con dos velas diciendo esta oración: “Por la intercesión y los méritos de San Blas, obispo y mártir, Dios te libre de los dolores de garganta y de cualquier otro mal”.

En la oración colecta de la Misa se pide a Dios que nos conceda, por los méritos de San Blas, “la paz en esta vida y el premio de la vida eterna”. Todos nosotros ansiamos la paz del corazón. Y esa paz anhelada la encontramos en Jesucristo, nuestro Señor: “Él es nuestra paz” (2,14), dice San Pablo en la Carta a los Efesios, pues Él derriba la enemistad, el muro de la separación entre los hombres y los pueblos. Y es también Jesucristo quien declara “bienaventurados a los que construyen la paz” (Mateo 5, 9).

Existen, al menos, dos amenazas para la paz del corazón: La ira y el odio. La ira es un deseo de venganza por el agravio o el daño recibido. Podemos, legítimamente, pedir una reparación para el mantenimiento de la justicia, pero no debemos permitir que el deseo de venganza anide en nuestro interior. El odio voluntario, la antipatía o la aversión hacia alguien cuyo mal se desea, destruye también la paz del alma. El Señor, frente a la venganza y a la ira, prescribe el amor, la caridad: “Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial” (Mateo 5,44-45).

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31.01.09

No enseñaba como los letrados, sino con autoridad

Dios había prometido enviar a su pueblo un profeta semejante a Moisés (cf Dt 18,15-20). Un profeta que hablará en nombre de Dios, que será mediador entre Dios y los hombres. Israel aguardaba a este profeta prometido, que se distinguiría por su enseñanza dotada de autoridad y por el poder de sus milagros. Esta expectativa estaba muy viva en tiempos de Jesús y, muchos, al escucharle o verle obrar se preguntaban si no sería él el profeta anunciado.

¿Compartimos nosotros esta esperanza de Israel? ¿Deseamos, en el fondo de nuestro corazón, que Dios nos hable, que irrumpa en nuestras vidas, que nos haga llegar su palabra? ¿Estamos dispuestos a acoger lo nuevo, lo que no proviene de nosotros mismos, de nuestros gustos, de nuestros caprichos, de nuestros proyectos, para dejar que Dios nos sorprenda? ¿Deseamos, en definitiva, que Él nos salve, que nos libre del mal y de la muerte, de todo lo que impide nuestra verdadera felicidad?

Este anhelo de Dios, de la proximidad de Dios, es necesario para acercarnos a la persona de Jesús. Porque Jesús es el profeta esperado que no sólo nos trae las palabras de Dios, sino que nos trae al mismo Dios, ya que Él es el Hijo de Dios, el Verbo encarnado. Dios viene a nosotros en toda su majestad y esplendor, en todo su poder y gloria, pero, para que podamos acercarnos a Él sin ser devorados por el fuego de su santidad, la grandeza divina se presenta cubierta por el velo amable de la humanidad santísima de Jesús. En la humanidad del Redentor se hace visible el Invisible, se puede tocar con las manos al Eterno. Por eso Jesús es el Mediador entre Dios y los hombres; en Él irrumpe en la naturaleza humana la vida de Dios mismo y por Él la naturaleza humana fue elevada hasta Dios.

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