12.07.09

Confesar y confesarse

Dicen que la confesión está en crisis. Que los católicos se han olvidado de la necesidad y de la conveniencia de acercarse al sacramento del perdón. Si hay crisis de la confesión se debe, muy probablemente, a un oscurecimiento de la fe y a un desconocimiento de la realidad de uno mismo.

La fe nos dice que la salvación que Dios nos regala llega a nosotros, de modo ordinario, a través de mediaciones humanas, sacramentales. Gracias a la mediación de la Iglesia escuchamos la Palabra de Dios, celebramos la Eucaristía y recibimos, también, el perdón.

El conocimiento propio pone de relieve nuestra limitación, nuestra insuficiencia, nuestra necesidad de una ayuda que venga desde fuera de nosotros mismos, y que sólo podemos acoger como don. No somos perfectos ni tampoco impecables. Nuestra vida se mueve en una continua contradicción entre lo que desearíamos hacer – o evitar – y entre lo que en realidad hacemos – o no evitamos - .

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11.07.09

Y comenzó a enviarlos

Jesús envía en misión a los Doce (cf Mc 6,7-13). La iniciativa de este envío procede únicamente del Señor. Él, en lugar de hacerlo todo por sí mismo, quiso contar con la colaboración de los hombres; quiso, por la Encarnación, compartir nuestra existencia y quiso hacernos partícipes de su misión.

Jesús no desprecia la ayuda de los hombres, sino que les confiere la dignidad de ser sus enviados, a pesar de conocer sus límites y sus debilidades. La palabra “apóstol” significa precisamente “enviado”. Jesús envía a los Doce y les pide, para poder llevar a cabo la misión, una actitud de desprendimiento. No deben estar, los apóstoles, apegados al dinero o a las comodidades.

También les advierte de que no siempre recibirán una acogida positiva; más aun, en ocasiones serán rechazados y perseguidos. Se repetirá en cada uno de ellos la experiencia del profeta Amós, enviado por Dios a profetizar en el santuario de Betel (cf Am 7,12-15). Amós no fue bien acogido, pero es consciente de que él no ha elegido su misión de profeta, sino que la ha recibido del Señor. Tanto si lo aceptan como si lo rechazan, continuará profetizando.

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9.06.09

8.06.09

Una semana de blog

No es un ejercicio al que uno deba dedicarse a diario, pero de vez en cuando viene bien. Por realismo, por búsqueda de “evidencias”, por calcular el interés que despierta lo que se escribe.

Del lunes pasado a este lunes, la implacable positividad del contador me dice lo siguiente: El post más seguido ha sido el más polémico, del 31 de mayo, “¿Qué hacía ese médico en un oficio dominical?”. Puedo prometer y prometo, que diría un famoso político, que, al escribirlo, no buscaba más que expresar mi zozobra sobre un hecho. Se ve que mi inquietud, para mostrar el acuerdo o el desacuerdo, fue compartida por muchos.

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6.06.09

La gloria de la eterna Trinidad

Jesús encomienda a los suyos el mandato de bautizar: “Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mateo 28, 19). En este texto, el Señor enseña la trinidad de las personas divinas – El Padre y el Hijo y el Espíritu Santo – y a la vez su unidad: no pide bautizar en “los nombres”, sino “en el nombre”, en singular, del único Dios, que es Padre e Hijo y Espíritu Santo.

La unión entre confesión de fe trinitaria y bautismo es significativa. Por el sacramento del bautismo, que nos hace cristianos, el bautizado queda referido al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. En su único nombre se entra en la comunidad de los creyentes, en la Iglesia Santa de Dios.
Si atendemos a otros elementos esenciales de la fe cristiana, caeremos en la cuenta de esta centralidad de la doctrina trinitaria: El Credo, la profesión de fe, tiene una estructura trinitaria.

La Trinidad ocupa el centro de la Liturgia de la Iglesia, que es alabanza al Padre dirigida por Cristo, con Él y en Él, en la unidad del Espíritu Santo. Igualmente, la vida cristiana consiste en la participación, por la gracia, en la misma vida de Dios, como hijos adoptivos del Padre, por la acción del Espíritu Santo, que nos une a Cristo el Señor. Sin la doctrina de la Trinidad no podríamos entender nada de la realidad de nuestra salvación, porque Dios es, en sí mismo, nuestra salvación.

La Solemnidad de la Santísima Trinidad nos permite honrar a Dios, profesando la fe verdadera, conociendo la gloria de la eterna Trinidad y adorando su Unidad todopoderosa (Oración colecta).

En una época marcada por el relativismo y la desconfianza hacia la verdad, puede parecer de poca importancia “profesar la fe verdadera”. Sin embargo, sólo la verdad hace libres; sólo la verdad salva. La perseverancia en la fe verdadera – garantizada por Dios mismo que es la Verdad – equivale a la perseverancia en la salvación. Como a Timoteo, también a cada uno de nosotros nos dice San Pablo: “Combate el buen combate, conservando la fe y la conciencia recta; algunos, por haberla rechazado, naufragaron en la fe” (1 Timoteo 1, 18-19).

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