La “escala de los males”
Es difícil establecer una sucesión ordenada de la gravedad de los males, porque los males, frecuentemente, son muy diferentes entre sí, y sólo coinciden en el común denominador de ser males.
Si a uno de nosotros nos asaltan por la calle y el responsable de esa acometida nos pregunta: “¿Usted qué prefiere, que le clave la navaja en un ojo o en el hígado?”, seguramente tendríamos el deseo de contestarle: “¿Por qué tiene usted que clavarme una navaja?”. Es verdad que sin un ojo se puede vivir y sin un hígado no, pero yo no le quedaría eternamente agradecido a quien me privase de uno de mis ojos.
Una escala se puede establecer más fácilmente dentro de un orden homogéneo. Por ejemplo, se puede decir que un árbol es más alto que otro. Pero resulta más problemático afirmar de una persona: “Es muy alto, pero muy tonto”, porque, obviamente, ser alto no tiene nada que ver con ser más o menos tonto.
Algunas personas que tienden a criticar la escala de los males cuando otros la usan, y se escandalizan porque se compare dos males diferentes, aunque ambos coincidan en que son males, como, pongamos por caso, el abuso de menores y el aborto, no tienen empacho en incurrir, con menor coherencia, en el mismo defecto.